Patagonia Run 100 km 13 de abril de 2013

La reputación que se había ganado esta carrera en sus dos ediciones anteriores en lo concerniente a buena organización y en particular su increíble oferta gastronómica –sí, me gusta comer en las carreras- fue lo que me motivó a anotarme. Esto y el hecho de que uno va procurando que no quede ninguna carrera importante en el país que uno no haya corrido. Por eso tengo agendado correr la “Pacha Mama” en Tilcara, provincia de Jujuy en octubre y antes el Raid de los Andes en Purnamarca, también en Jujuy. Como además estoy anotado para correr el Ultra Trail del Monte blanco (UTMB, 168 km) en agosto, esta carrera me servía mucho para ganar más experiencia y confianza en que puedo terminar el UTMB. Porque el UTMB que corrí el año pasado fue “trucho”, de 108 km en lugar de 168, por circunstancias climáticas adversas que obligaron a la organización a reformular el recorrido. Y reformular terminó queriendo decir que no fuimos ni a Italia ni a Suiza, que no subimos cumbres, que nos quedamos en Francia y que hicimos 60 km menos. En resumen, nos dieron el famoso chaleco de UTMB “Finisher” sin haber hecho el UTMB realmente.
Yo he corrido carreras de igual o mayor longitud que los 168 del UTMB: La Misión la corrí tres veces y tiene 160 km. La Marathon des Sables tiene 246. Pero Sables transcurre en seis etapas y La Misión tiene tiempos máximos tan laxos que la termina cualquiera, de hecho, se puede terminar caminando. El UTMB y Patagonia Run tienen cortes mucho más demandantes, no es posible terminar ninguna caminando todo el tiempo y de ahí que Patagonia Run sea importante como precedente para el UTMB.
Con Carina que me acompañó, nos colamos en el programa de vuelos y alojamiento del grupo que conduce Jorge Arrigoni como profesor y líder del team “Los Correcaminos”. Quien se encarga de toda la logística para el grupo es Rodrigo Gerardín, gran amigo mío. A quien más conozco en ese grupo es a Francisco “Pachi” también “Tractor”, Somoza, recientemente venido de los 250 de Atacama Racing the Planet. Cualquiera habría pasado esta carrera pero Pachi es muy parecido a mí: un kamikaze que corre todo y como yo, aguanta la parada por suerte para ambos.
La base de la carrera es la ciudad de San Martín de los Andes (SMA), hermoso pueblo de arquitectura alpina en la provincia de Neuquén, Patagonia argentina. SMA se parece bastante a Villa la Angostura (VLA) –mucha construcción en madera, un plan urbanístico para no echar a perder ese encanto, un tamaño pequeño- y ambas se diferencian de Bariloche, ciudad mediana o grande que creció antes de que los planes y el urbanismo llegaran a la Patagonia por lo que hoy hay barrios marginales, estéticamente muy pobres y no poco caos. Bariloche y VLA están ambas a orillas del lago Nahuel Huapi, SMA más adentro en la cordillera. Para ir a SMA, uno vuela a Bariloche y de allí toma un micro que demora unas dos horas y media –pasa por VLA- en llegar a SMA. El circuito de la carrera es muy hermoso pues tiene lugar mayormente en el Parque Nacional Lanín.
Llegamos a SMA el jueves 11 de abril a la tardecita, descargamos el equipamiento en el hotel –en mi caso el equipamiento era el 80 % de mi equipaje- e inmediatamente nos fuimos a retirar el “kit” de corredor al lugar que la organización había elegido para esto. Todo anduvo de maravillas.
Teníamos todo el viernes para descansar, socializar y discutir con nosotros si llevar esto o aquello. Calzas largas o cortas, regulares o de compresión, dos pieles o tres, cuántas de ellas puestas. Campera ultralight o de membrana. Llevar bastones o no llevarlos. Gorro de abrigo o no. Guantes de qué gramaje. Qué tipo de medias. Zapatillas regulares de montaña o de Gore-Tex. Lentes para proteger los ojos o no. Cuanta comida cargar considerando que en los puestos hay mucha y variada. Todas esas decisiones había que tomar y eran diferentes según la distancia que corriera cada uno. Se podía elegir entre 21, 43, 63, 84 y 100 km. Al final hasta agregaron una de 10 km.
Mi descripción del circuito será solamente del de 100, porque fue el que hice. Había siete PAS (Puesto de Asistencia) en los cuales se ofrecía una gran variedad de alimentos dulces y salados, fríos y calientes en tanta cantidad como uno quisiera dar cuenta. Caldo calentito, empanadas, budín, pasas de uva, galletas, barras, café, té, bebida isotónica y alguna cosa más. Yo salía de esos puestos revitalizado, como si me hubieran hecho motor nuevo, afinación completa y cambio de junta. Tres de los PAS eran además PAT (Puesto de Asistencia Total). En ellos además de proveerse toda la asistencia de un PAS, le daban a uno una bolsa que uno mismo había entregado previamente con elementos para retirar allí (o donde dejar cosas que uno hubiere decidido no continuar usando). Yo mandé muda completa a los tres, menos zapatillas que mandé solo al del medio. También comida abundante y variada a los tres. Pero no usé nada, no abrí las bolsas porque la comida sobraba y era muy buena y la ropa no la precisé. Con la que salí estuve siempre de diez, no me cambié ni un par de medias, basándome en el dicho futbolero “equipo que gana no se toca”. Los tres puestos PAT donde se pueden retirar bolsas son en realidad dos, pues el primero y el tercero son el mismo, que se vuelve a visitar al retorno. A los siete puestos indicados se suman dos de hidratación, donde no hay comida (en alguno de ellos había barras) pero sí agua e isotónico. Un total de nueve puestos de asistencia para 100 kms.
Partimos a las 12 de la noche, o sea entre viernes y sábado (las cero del sábado 13 de abril de 2013) de un regimiento del ejército situado a unos tres km de SMA, a donde nos llevaron en bus. Carina fue de las pocas acompañantes que se tomó el trabajo de ir hasta allí (ella tuvo que tomar taxi, la organización no lleva acompañantes a la largada) No estoy para nada acostumbrado a salidas tan tardías por lo que las horas previas, en el cuarto de hotel, fueron difíciles de manejar. La ansiedad me devoraba quería salir ya, en todo momento. Felizmente estaba Carina conmigo que me calmaba y bajaba cambios de mi cabeza. Comimos pastas en la habitación y me tomé una pastilla para evitar el sueño pues la somnolencia me causó muchos problemas en La Misión. Este medicamento probó ser maravilloso, pasé la noche sin bostezar siquiera, con la misma lucidez y concentración que tengo durante las horas del día (Ud. dirá que ninguna, pero vamos, no sea malo). En el regimiento esperamos el pistoletazo de salida en una habitación cerrada, protegidos del frío y con café, te, isotónico y galletas a disposición.
Describiré el atuendo de marciano con el que largué, yendo de abajo para arriba: zapatillas Inov8 Roclite 318 con Gore-Tex, medias Sealskin, calza larga de compresión, bóxer Under Armour 5 pulgadas (debió ser de 9, o sea largo, pues me paspé mucho durante la carrera), remera técnica Mountain Hardware naranja modelo Effusion Power, remera de la carrera (porque es obligatoria, pero no cumple función técnica alguna, totalmente prescindible), campera de membrana (en mi caso de Gore-Tex) Ansilta Ghost. La ventaja de las camperas de membrana es que son impermeables pero permiten que la transpiración salga al exterior. Con una campera impermeable común, esto no sucede y uno termina congelándose en su propia transpiración helada. Sombrero de abrigo, bastones Leki Utralite, guantes Sealskin (también impermeables y respirables, como las medias y la campera). Para completar, un micropolar The North Face Anapurna en la mochila que era una Readlight Olmo 5lt, por seguridad. Con este equipamiento aguanté bien esta carrera, La Misión y el UTMB donde hizo igual temperatura mínima pero con lluvia.
Arranqué corriendo solo. A eso de las tres de la mañana se produjo el mayor frio que experimentamos. Yo estimé -7 C a ojo, pero la organización luego nos diría que fueron -10 C. Yo me sentía muy bien, bancaba sin problema gracias al excelente equipo que ya describí. Solo tuve algún asuntillo en las manos que se me empezaron a poner rígidas de frío pese a los guantes. Solucioné cambiando los bastones a una mano y haciendo ejercicios con la otra, como quien apreta una pelota de goma pequeña, hasta que la sangre comenzó a circular. Luego cambié los bastones de mano y repetí con la otra. No llovió en toda la carrera ni hizo una gota de viento. Los ríos eran todos arroyos, el más profundo no tenía diez centímetros. Como consecuencia no tuve necesidad de mojar las zapas nunca, siempre conseguí sortear los arroyos pisando atinadamente piedras y troncos. Esto no es menor, mantuve los pies secos todo el tiempo.
El primer PAS que es un PAT al mismo tiempo, estaba en el km 33. Llegué allí  a eso de las cinco de la mañana. Estaba yo comiendo cuando escucho a mis espaldas: “…yo tengo una tabla de tiempos…”. Ese tiene que ser Rodrigo Gerardín, me dije, pues ambos llevamos en forma de pulsera una tabla con los tiempos de paso por cada PAS o PAT según sesudos y científicos cálculos que yo había hecho en los meses previos. Me prendí con Rodrigo, lo que resultó el mayor acierto en toda la carrera. Él ya venía corriendo con un corredor desde el km 10. Era Sebastian Castaño, ex rugbier de Gualeguaychú, con quien a lo largo de las horas que seguirían entablaríamos una gran amistad.
Seguimos juntos a partir de allí y este trío dinámico resultó tan sólido que no nos separamos hasta la mismísima línea de llegada. Al encontrarnos habíamos dejado atrás la primera de las dos cumbres duras del circuito, el cerro Colorado. Quedaba aún el Quilanlahue que sabíamos era aún más difícil. Su ascenso lo hicimos a paso de astronauta pero el paisaje en la cima pagó con creces. Hasta entonces solo habíamos visto manchones de nieve, allí todo el bosque estaba nevado y en los laterales, el paisaje se enmarcaba y completaba con las lejanas cumbres también nevadas. Algo maravilloso de lo que nosotros éramos espectadores privilegiados.
Luego de estas dos cumbres y un tramo más o menos horizontal uno se encuentra en el km 58 donde se encuentra el segundo PAT, llamado Quechuquina. Uno tiene ya más de la mitad de la carrera adentro, ha pasado la noche, y solo restan horas de luz de día y con un desnivel menor pues 2500 de 4500 mt de desnivel vertical ya están hechos. La mayoría de los abandonos que hubo, que no fueron pocos, se produjeron durante la noche en alguna de las dos cumbres, pues una vez que uno pasó ambas y llegó a ver el sol, no digo que tiene la carrera adentro pero ya no da para abandonar bajo ningún motivo.
¿Qué puedo inventar para contar como corrimos los siguientes 42 kms? One foot in front of the other como dice una canción, charlando entre nosotros, conociendo más a Sebastian (Rodrigo y yo nos conocemos mucho), comiendo en los puestos, subiendo y bajando nos fuimos acercando a la meta. Varios de los PAS tienen tiempos de corte como dije al principio. Ninguno fue un tema para nosotros, los pasamos todos holgadamente, tanto que el primero cerraba a las 16.30 y lo pasamos a las 11.00 de la mañana.  En el km 58 nos encontramos con mi archirrival Cristian Gorbea –y uno de mis mejores superamigos-, mi sombra negra, que salía cuando nosotros entrábamos. Yo quería ganarle a toda costa pues él me ganó dos de las tres últimas oportunidades en que competimos, o sea, yo estaba 1-2 abajo (Luján fue mía, Half Misión y Tandil de Cristian). Le adelanto para que no se haga ilusiones, ahora estamos 1-3 o sea no lo pude alcanzar. Quise sobornar a la organización para que lo envenenaran, no quisieron. Le ofrecí maconha de la buena a un corredor de elite para que lo empujara en un barranco y no aceptó diciéndome: “Igual sería inútil. Gorbea tiene siete vidas, no lo mata ninguna caída”. Se refería, claro, a un evento de la vida de Cristian que todos los corredores de montaña argentinos conocemos y por el que se ganó el apodo “Repisa”.
La atención en los puestos era de un nivel nunca visto en el país. Idéntico al del UTMB, servicio total, apoyo absoluto al corredor, gente a disposición de uno todo el tiempo. Como profesional de los RRHH que soy, yo me daba cuenta cuanto trabajo de entrenamiento había tenido la organización para convencer a cada muchacho o muchacha que ofrecía caldo o indicaba dirección que la imagen de la carrera depende en última instancia, de su actitud de servicio. Nota diez porque igualar el UTMB es ponerse en el más alto nivel del trail del mundo. Durante la carrera tuve que anudar el cordón de amare de mi pantalón porque si no se deslizaba para abajo. Esto no me impedía orinar dada la longitud de mi miembro pero sí ir de cuerpo. Sí o sí tenía que desatarme el nudo del “lonpa” para hacerlo. Pues un muchacho hasta me ayudó en eso (con testigos delante no fuera que nadie pensara que tenía otra intención…).
Habíamos caminado mucho y en un momento dijimos, joder, hombre, que esto es una carrera. Así que empezamos a hacer lo que hacíamos con Guillermo Sívori en Sables: 500 mt corriendo, 500 mt caminando. Esto nos mejoró mucho el tiempo. Sebastián al enterarse de lo que Rodrigo y yo hemos corrido nos trataba con un totalmente injustificado respeto, pues él corría absolutamente a la par nuestra. Quizás Rodrigo tenía un poco más de pilas sobrantes que nosotros pues en la etapa 500 x 500 fue quien llevó la voz cantante.
Como llegamos ya puesto el sol, aunque no mucho después, se requería linterna de cabeza en los últimos km. Yo había cometido el enorme error de olvidarme de mandar pilas de repuesto a alguno de los PATs y mi linterna usa pilas especiales, nadie podía tener una para prestarme. Pero Rodrigo tiene la misma linterna que yo y no se olvidó de las pilas. Además, la usó en modo intermedio, no el máximo, mucho tiempo por lo que tenía más plafón. Muy generosamente me cedió sus pilas nuevas y él siguió con las que venía del principio que aguantaron por haber sido usadas más tiempo en intermedio.
Cruzamos la línea de la meta en pleno centro de SMA a las 19.47.44 o sea en algo menos de 20 horas. La tabla que nos habíamos preparado daba 20.22 lo que implica un error de apenas 2.5 %, demostración de la notable planificación que hicimos. Los tres estábamos enteros, sin lesiones ni molestias ni dolor alguno que reportar. Posición 175 de 238 que completaron o sea 74 percentil. El percentil medido en forma correcta tiene en cuenta los abandonos (y a los que sacaron por no cumplir los cortes de tiempo) pero esta información no fue proporcionada por la organización. Si comenzaron 300 como se dijo, hubo 62 abandonos o sea 20 %. Puede uno asumir por tanto que el percentil correctamente medido sería aproximadamente 60 % en la general. El tiempo total máximo permitido era de 22 hs. El año pasado fue mucho más estricto, de 20 hs. Debieron flexibilizarlo porque dejaban a más de la mitad de los corredores afuera. Lo interesante es que con el tiempo que hicimos hubiéramos clasificado inclusive el año pasado.
Lo que sigue Ud. se lo imagina. Lloré en la línea de llegada como si fuera mi primera ultra -lo era para Sebastián-, nos abrazamos, me abracé a Carina que me estaba esperando desde las cinco con una manta -una santa-. Antes y después de la carrera Carina me hizo el aguante a full, como me lo hizo mi hermano en el UTMB en Chamonix (con algunas diferencias menores que no creo necesario describir…) Sin el uno o la otra, ambas carreras, les juro, se me hubieran hecho imposibles. Es lindo saberse tan querido por la gente que uno quiere tan entrañablemente. Vino luego el baño, la salida a tomar cerveza con amigos, el festejo.
E inmediatamente empezar a pensar en el Raid de los Andes que es lo que se viene. Pero antes los 10 km de Fila este domingo 21 de abril, donde corrí con la remera de la maratón de Boston, crespón negro en el brazo derecho y la frase de Obama (“You will run again, Boston”) pintada en la remera. Y luego la media de New Balance y… descansar no está en mi calendario. Es que yo hago míos los versos del poeta:
Mi descanso será en la sepultura,
El cuerpo en paz, la caja de madera.