Colegas escritores:
Tomando en cuenta las últimas tendencias,
de la literatura, quisiera preguntar,
me urge tanto.
Qué tipo de sintaxis, de giros e imágenes,
se deben usar
para hacer el relato de un Cruce
cuando ya se han hecho otros ocho.
Fuera del auto plagio, y la crónica austera.
Vamos a empezar por el final. No solo no gané este Cruce como muy en el fondo de mi corazón soñaba con hacer, sino que ni siquiera hice podio ni me aproximé a él. Luego de tres años seguidos de podio mis expectativas eran altas. Pues se frustraron. Tenía la intención de dedicar el podio, si lo conseguía, a mi compañero de tres Cruces Rubén Costantino que pasó por un tema serio de salud. No pudo ser. No me cabe ahora ya no como corredor sino como narrador, recurrir a lo sencillo: el recurso épico, la presencia de MOY –frecuente personaje de mis textos que mis viejos lectores conocen bien- en los últimos kilómetros, el relato cuyo ritmo se torna más y más vertiginoso con la proximidad de la línea de llegada, la explosión anímica y el éxtasis al llegar. No habrá nada de eso así que si eso busca, pues ya puede detener aquí la lectura.
El viaje se inició con contratiempos logísticos que no relataré en todo detalle porque Ud. me tiene por algo así como un gurú de la logística y si se enterara de los tremendos errores que cometí, mi imagen se derrumbaría y ya nadie me consultaría más nada. Baste contarle un par: Para ir a Pucón pasé por Puerto Montt, que es lo mismo que pasar por Moscú camino a Sidney. Pero como yo soy de ponerle a mal tiempo good face, almorcé en la costanera de esa sureña ciudad chilena, mirando el mar con el que termina el Chile continental y enfrente del cual está la hermosa isla de Chiloé, que una vez hace ya un cuarto de siglo, atravesé a pie de oeste a este, terminando en la costa totalmente desierta del Pacífico cual moderno Balboa. Y no es solo este el recuerdo que me trae Puerto Montt. Recordaba la canción de Los Iracundos que lleva como título el nombre de esta ciudad:
Sentado frente al mar
mil besos yo le di
después le dije adiós
todo termina aquí
y ella me dijo así:
abrásame y veras
que el mundo es de los dos
salgamos a correr
busquemos el ayer
que nos hizo feliz
Y yo la deje
sola frente al mar
bajo el cielo azul
de Puerto Montt
Pero no dio para recordar nada más porque el micro que me llevaría a Pucón salía en minutos. No había pasado yo más que una hora y algo con mis recuerdos chilenos, que no son pocos. Llegados a Osorno el micro tuvo un desperfecto mecánico que lo retuvo allí más de dos horas. Aproveché para bajar a buscar lo que considero es el mayor aporte chileno a la gastronomía del mundo luego de los locos a la parmesana (porque el cebiche, se sabe, es peruano) y que son esas maravillosas sopaipillas. Vaya a saber por qué mis países rioplatenses nunca importaron este genial invento de las sartenes trasandinas.
Llegué a Pucón, hermosa ciudad turística y lacustre de la IX Región Chilena en la que hacía también un cuarto de siglo que no estaba, a la una de la mañana sin reserva de hotel. La ciudad estaba colmada en su totalidad por los participantes del Cruce y sus acompañantes. Carina Ottaviano, mi novia, y también Rodrigo Gerardin amigo y colega (redundante casi, todos los corredores son colegas míos, todos son amigos míos) habían ambos probado en TODOS los hoteles, pensiones, alojamientos, hospedajes, hostels, casas de familia y hasta hoteles alojamiento, sin éxito. En eso Carina, tuvo una idea genial: volvió a llamar a los hoteles y pidió hablar directamente con los corredores allí alojados. A todos pensaba decirles: “¿Vos lo conocés a Bernardo Frau? No tiene donde tirar la osamenta esta noche, precisa una mano”. El primero con el que habló, no precisó más, Francisco Tamagnone, colega de Bariloche le dijo: “Lo conozco de nombre, sí. Decile que venga a nuestro cuarto”. Así, Francisco y Andrea Werbach, su señora, en una demostración cabal de que son dignos representantes de ese espíritu solidario y generoso que caracteriza a nuestra comunidad de atletas, me recibieron a la una de la madrugada en su cuarto –disponían allí de una cama libre- pese a que ellos partían a las cinco (un día antes que yo pues corrían en equipos, los que corríamos individual lo hacíamos un día más tarde)
Luego de desayunar el jueves 7 de febrero de 2013, víspera del comienzo de la duodécima edición del Columbia Cruce de los Andes, fui al hotel donde ahora sí tenía reserva, el Gran Hotel Pucón, antiguo, el mejor in town y sobre la playa de arena negra y volcánica que caracteriza a Pucón. Allí me encontré con María Belén Rodríguez, Alfredo Moran y María Teresa Richart, que habían dormido en la playa. Claro, a ellos no los asistía una mujer de recursos como Carina. También me encontré con Claudio Carrillo, con quien compartimos el cuarto en el hotel y la carpa durante la carrera.
El viernes partimos de las pistas de esquí en las faldas del volcán Villarrica, que como todos saben está activo al que se puede subir muy fácilmente como hice yo una vez hace… bueno, Ud. ya sabe, un cuarto de siglo. Arriba puede verse con toda claridad la “sopa” de magma volcánico que ebulle como mermelada de abuela de uno. Pero la carrera por supuesto no hace cumbre, simplemente faldea. Sebastián Tagle, director del Cruce, me había mandado los “tracks” de las tres etapas, los cuales yo había analizado puntillosamente. Es claro que compartí con todo el mundo esa información, que el Club también colocó en la web, pero no todo el mundo retiene los planos altimétricos. Yo sí. Con los “tracks” que recibí y mi experiencia de ocho cruces ya completados, preparé un pronóstico de tiempos que le daba cualquier corredor una estimación de cuánto tiempo demoraría encada etapa. Charlé con muchos colegas y es asombroso lo bien que funcionó para las dos primeras etapas, no tanto para la tercera y última. Que muchos corredores me dijeran mientras reposábamos nuestras fatigadas piernas en el agua del lago del campamento: “La tabla que puso Tagle en la web anduvo bien, pronosticó muy bien mi tiempo” sin saber que era yo quien la había hecho, me proporcionó una satisfacción que compensó en parte el podio no alcanzado.
Más abajo detallaremos distancias y tiempos de cada etapa, pero por ahora continuemos con una descripción puramente cualitativa, no matemática, de la competencia. Claudio Carrillo, amigo y colega de la industria petrolera, corría por primera vez el Cruce y por primera vez una carrera de aventura. Hizo una buena primera jornada y una aún mejor segunda. Pese a ello decidió abandonar sin correr la tercera y última pese a que hice todo lo posible por convencerlo de continuar. Alfredo Moran, debido a un accidente hace ya muchos meses en el que lo atropelló un colectivo (ómnibus de transporte urbano en lenguaje de Buenos Aires. Aclaro porque en España colectivo quiere decir otra cosa, y mi audiencia es internacional, vio), dejó pasar la segunda etapa pero corrió la primera y la tercera. María Belén, Javier Maqueda, Jorge Xavier y todos los demás amigos completaron normalmente. Jorge, que es paisano mío, me trajo de nuestra tierra un paquete de ticholos que son al Uruguay como las sopaipillas a Chile: algo que mi imaginación y recuerdo juvenil ha endiosado tal vez más allá de sus verdaderos valores gastronómicos.
Este año por primera vez el Cruce admitía no solo la participación de equipos (de dos personas) sino también individual. Esto se unió o combinó con el concepto de “cama caliente” ya usado por el Club de Corredores el año pasado de modo tal que los equipos corrían tres días comenzando el jueves y los individuales exactamente el mismo recorrido, todo desfasado un día o sea comenzando el viernes. Los individuales usan las carpas y campamento ya montados para los equipos, de ahí la denominación que le doy al esquema de “cama caliente”. Es claro que esto permite duplicar la cantidad de participantes y la facturación con un costo incremental reducido. He ahí la genialidad de la idea.
La organización fue la mejor de las ocho ediciones en las que he participado. Yo he visto al Cruce crecer, madurar y volverse internacional como lo han visto pocos. Ahora está al nivel de cualquier carrera europea. La comida es, desde hace ya unos años, muy abundante, variada y de calidad así que eso no fue novedad. Pero lo que sí fue nuevo es que no hubo colas para nada, ni para las comidas ni la peor de todas: la cola a la mañana para ir al baño. Al no haber colas no había necesidad de servirse comida en exceso pues siempre uno podía ir por más, tantas veces como quisiera. No tengo dudas de que esto racionalizó el consumo de alimentos e hizo disminuir el volumen de materia prima utilizado, al no tener el corredor que desperdiciar nada o casi nada. El tema gastronómico alcanzó la excelencia y ni yo, que me creo capaz de mejorar casi todo, podría mejorarlo en nada.
Había además en ambos campamentos, una enorme carpa circense –literal, fue alquilada a un circo que actuaba en la región- que permitía instalar allí un gran comedor y proveía, caso de lluvia que no ocurrió, dar cobijo a la totalidad de los corredores. La experiencia me indica que los corredores no aguantan lluvia a la intemperie por horas sin ponerse agresivos, intolerantes e irascibles. Comienzan a quejarse de que llueve mojado, de que hace frío…yo le llamo a eso no haber hecho campamento a los siete años con los Hermanos Maristas. Allí los habría formado el Hermano Pedro a toque de diana a las seis de la mañana, con sol o lluvia. Con siete tiernos añitos que teníamos, nos hacía formar al amanecer a las orillas de la Laguna del Sauce en Maldonado, Uruguay con nuestros padres a más de 100 km por quince días. Pero los corredores no deben esperar que la carpa circense esté disponible el año que viene, el Club no puede comprarla –sería como comprar una mansión para usarla un fin de semana por año- y este año solo se dio porque un circo operaba en la zona.
A cargo del “Camp 1” estaba mi amigo Lisandro “Jefe” Tagle, hermano de Sebastián el Director del Club de Corredores, empresa propietaria y organizadora del Columbia Cruce de los Andes desde su origen. Al llegar a Camp 1 nos recibían con melón y sandía. Con el calor que hacía, este fue un detalle que yo aprecié mucho. El camino a la excelencia no está jalonado tanto de brillantes ideas, como lo está de innumerables detalles.
La gente suele decir que el Cruce deja un “montón de plata” (mucho dinero, en porteño). Claro que es así. Pero lo ven ahora que es una marca casi como el Dakar, que tiene 2400 corredores y patrocinadores de la talla de Columbia. Se olvidan que hace doce años eran apenas 80 corredores en la línea de largada que en total no habían pagado mil dólares. No había patrocinadores y seguramente fue, como inversión o negocio, una osada apuesta en la que no nos hubiéramos metido ninguno por riesgosa. Durante un par de años, el Cruce no debe haber dado otra cosa que pérdidas. Si es una mina de oro fácil, les digo yo a los críticos, ¿Por qué no tiene diez competidores? En doce años al Club solo le salió una competidor. Esto ocurrió hace dos y tampoco cuesta la mitad como podría pensarse. Lo organizan los chicos de TMX, serios, macanudos y también amigos. Pena que lo hacen siempre exactamente el mismo fin de semana que el Cruce por lo que no podré correrlo nunca porque yo soy abonado al Columbia Cruce de los Andes.
Como dije partió del volcán Villarrica, a escasos km del centro de Pucón, para terminar en Argentina, relativamente cerca de Junín de los Andes. En la Rural de esa pequeña localidad se había instalado la base, entrega de bolsos y lugar para la entrega de premios del evento. Muy confortable, con cartelería muy bien diseñada que daba branding. Tan importante el branding para que la gente valore un producto o servicio, tan poco lo tienen presente a veces quienes proveen esos productos o servicios.
La Rural de Junín de los Andes lucía muy bien. Allí había carne y chorizos y ensalada sin límite –solo para corredores, no para acompañantes, como es razonable- y transporte a Bariloche y Pucón. Hubo sin embargo –nada es perfecto- algo que no funcionó en este Cruce. La herramienta en Internet que iba a permitir a amigos y familiares seguir el avance de los corredores sólo dio información para el primer día, y lo hizo tarde.
Vamos a los números. Digamos primero que si en modalidad individual había casi la mitad de participantes (algo menos de 800 corredores en individual, 1500 en 750 equipos) pero de más calidad. Los ganadores en individual superaron a los ganadores en equipo en la general y en todas las categorías. Los buenos corredores no gustan de correr en equipo pues uno depende de que el otro esté o no en un buen día. Por eso muchos corredores de nivel no participaban antes y esa es la principal explicación de por qué antes yo hacía podio en mi categoría y esta vez salí séptimo. Yo corrí más rápido que el año anterior y pese a ello caí cuatro posiciones. Fui séptimo de 47 en la categoría, lo que significa 15 percentil. En la general terminé 184 de 767 lo que significa 24 percentil. El primer día salí en posición 169, el segundo 189 y en el global 184. De esto se concluye que la segunda jornada fue la peor de las mías. Abandonaron un total de 71 corredores o sea el 9,3 %.
La modalidad individual tuvo otra consecuencia positiva: trajo a la Argentina al mejor pelotón de corredores de élite que hayamos jamás visto en el país. Ganó el norteamericano Maxwell King con 7.56.30. Compare con mis tiempos que se indican en la tabla más abajo y comprenderá por qué me quiero suicidar, quitar la vida, cortarme las venas o castigarme con un fin de semana en un hotel encerrado con Lilita Carrió. Segundo llegó el francés Francoise D´Haene, ganador de la edición recortada del UTMB (2012, en la que yo participé, o sea que se pude decir que corrimos dos veces juntos, en dos continentes) La única posición del podio que mantuvo suspenso hasta la tercera jornada fue la tercera, que terminó siendo para el español Iker Carrera. Cuarto fue nuestro ídolo local, el mejor corredor de aventura de nuestro país, el grande, el enorme Gustavo Reyes, que dio batalla a Iker hasta la última cuesta. En damas ganó cómoda la española Oihama Kortazar, Seguida por su compatriota Emma Roca. Completó podio Anna Frost de Nueva Zelandia.
Terminé el Cruce sin lesiones ni ampollas ni dolores musculares, como siempre, como todas las carreras. Siempre empiezo no importa cual carrera, persignándome, besando los dedos centrales de la mano derecha luego de haber tocado con ellos el suelo sobre el que correré, para cerrar mirando al cielo y profiriendo las que dicen, fueron las últimas palabras de Jesucristo: “God, in your hands I commend my spirit” (“Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu). Es claro que Don Jesucristo hablaba en arameo, pero yo lo digo en inglés, vaya saber por qué. Terminé el Cruce como también lo hago en toda otra carrera, arrodillándome para agradecer al cielo la suerte de poder correr con tremenda intensidad competitiva sin lesionarme. Y si todo esto lo ha llevado a Ud. a pensar que soy creyente pues se equivoca: soy tan ateo como Bertrand Russell o Richard Dawkins.
Con este Cruce he completado en dos años y cinco meses (antes no llevaba registro detallado), 43 competencias que van de 10 km las más corta a 246 km la más larga. Más de dos mil km competitivos (2007 km para ser exactos) lo que significa exactamente 69,3 km competitivos por mes, todos los meses durante casi dos años y medio. 69,3 km es más que una maratón y una mediamaratón sumadas, que como Ud. sabe significan 63,3 km. En ese lapso he ascendido en competencias 58602 metros, o 6,6 veces la altura del Everest medida ya no desde el campamento base sino desde el nivel del mar. Y sin lesionarme y sin abandonar una sola carrera (aunque sí abandoné dos carreras antes del período mencionado. Fueron una Misión y una CTC)
Muchas veces me han preguntado si tamaña intensidad competitiva no destruye el cuerpo. Yo respondo con una paráfrasis de Henry Ford: Si Ud. cree que no resistirá esta cantidad de km competitivos por mes y que lo destruirán, o si cree por el contrario que lo fortalecerán y harán que cualquier competencia resulte una más, en ambos casos Ud. está en lo cierto.
Día 1
|
Día 2
|
Día 3
|
Total
| |
Distancia
|
29,5
|
38,5
|
28,0
|
96,0
|
Tiempo previsto
|
4.06.00
|
6.24.00
|
4.24.00
|
14.54.00
|
Tiempo real
|
4.13.50
|
6.32.35
|
4.04.45
|
14.51.13
|
% de error
|
+3,1
|
+2,2
|
-7,9
|
+1,1
|
La tabla “adivina” de tiempos que el Club publicó en la web tuvo una exactitud mucho mayor a la que yo imaginaba que era posible. Apenas 1.1 % de error en el tiempo total del Cruce, algo asombroso. Con datos que he pedido al Club, calcularé cual fue el error de mi tabla para los 796 corredores y procuraré diseñar un algoritmo aún más preciso para el año que viene. Aunque será difícil. Bajar un error del 1,1 %...
Ahora voy por Tandil en marzo, Patagonia Run en abril, Raid de los Andes en mayo, UTMB otra vez en agosto (ya salí sorteado), Half Mision en septiembre, Maratón de Buenos Aries en noviembre, La Misión en diciembre para finalmente cerrar el año corriendo con Cristian Gorbea la San Silvestre de Buenos Aires el 31-12 como es ley de Dios.
Habemus salud para todo esto. Agradezcamos eternamente y todos los días a Dios Nuestro Señor por este don.