La Misión 2011, una auténtica “locura” (Diciembre 2011)


Sediento, dolorido, hambriento, reventado,
con ampollas enormes maldecir su suerte.
Sentirse solo, vital, difunto, fuerte,
lesionado, valeroso, orgulloso y acabado.

Hallar en La Misión la propia senda,
sentir que nunca estuvo uno más vivo.
Tocar la gloria, beber leyenda,
sentirse satisfecho, saberse un obsesivo.

No darse por vencido ante un calambre
Olvidar lo sensato, amar el daño.
De toda caída levantarse.

Creer que la vida en la carrera cabe
Dejar el chupi, los choris, la manada.
Ser misionero es esto. Quien lo probó lo sabe.

La Misión es probablemente la ultramaratón de aventura más dura de la Argentina. Se corre en el mes de diciembre en la Patagonia. El año pasado tuvo lugar en la zona de Villa la Angostura, área que fue terriblemente afectada por las cenizas del volcán chileno Puyehue que entró en erupción este año. Así que para 2011 se trasladó a la zona de San Martín de los Andes, que prácticamente no sufrió impacto negativo alguno de ese fenómeno. No sé si sirva para algo o no, pero Guri Aznares, el organizador, ya había decidido a principios de año volver a San Martín de los Andes, donde ya la había organizado años atrás, tiempo antes de que el volcán decidiera irrumpir e interrumpir tan violentamente la vida de los patagónicos.
Siempre ronda los 160 kms. Este año fueron, según la organización, 167. Pero según mi amigo Eduardo Arroyo fueron 155.5. Es altamente probable que ninguno se haya equivocado y aunque la diferencia parece enorme, del orden del 10 %, está dentro del margen de error de las mediciones realizadas con GPS. El Desnivel Vertical Acumulado fue según la organización, de 7200 metros (y unos 4800 según Eduardo). Fuere el que fuere, os garantizo que las montañas, cerros, colinas y cumbres no se acababan nunca, era una detrás de la otra.
El año pasado esta competencia se destacó por el frío. De hecho, en dos cumbres a la noche dicen que sufrimos -12 C. Este año fue el otro extremo. La temperatura máxima del día tocó los 40 grados todos los días y es posible que la sensación térmica, en los filos, donde no hay un arbusto bajo el cual guarecerse y cuyo terreno está formado por piedras claras que reflejan el sol, haya superado holgadamente ese guarismo. Lo crítico pasó a ser hidratarse y mantener las caramañolas llenas.
La primera parte consistía en ir de San Martín de los Andes al lago Lolog, subiendo y bajando el Cerro Colorado hasta el PC1 –Bahía Guerrero- (siga esta narración en el mapa altimétrico al pie). Luego se costeaba el Lolog durante decenas de kms hasta el PC3 –Refugio Auquinqo- Hasta este punto yo iba segundo en la categoría. En el PC1 no solo iba segundo, el primero me llevaba apenas un minuto en cinco horas. Todo esto era… too good to be true! Estaba entre los 50 mejores en la general, casi un registro de corredor de elite. Nos había dado a muchos la impresión, mirando el mapa, que este costeo sería un paseo por el parque, plano y con vista al maravilloso lago. Pero de plano no tuvo nada, subía y bajaba endemoniada y constantemente. Al PC3 llegamos a eso de la una de la mañana y muchos dormimos tres horas allí, decisión que probó ser la más sabia. Al día siguiente partimos del PC3 al PC4, trayecto de no mucho desnivel pero extenso y que nos tomó ocho horas. En este tramo se tienen vistas “de arrepiar” (portuguesismo que quiere decir aproximadamente “que quitan el aliento”) del Monte Fiji argentino, o sea, del maravilloso Volcán Lanín, en cuya cumbre alguna vez puse las botas. La visualización de su perfil cónico, nevado, que se manifiesta imponente por no estar rodeado de ninguna otra montaña que compita con él en altura o belleza, fue durante toda la marcha, un gran aliciente.  En el PC4 estaba la añorada cantina, donde se podía comer algo.
En algún momento, supongo que por el PC4, me salió una ampolla plantar que me hizo totalmente imposible apoyar la planta del pie derecho en el suelo, por lo que el cuerpo, solo, sin pedirme opinión, puso el pie a 45 grados, una posición totalmente antinatural, tan forzada que siete corredores, nada menos, durante la carrera me preguntaron si me había fracturado o era deforme o me pasaba algo en ese pie. Y así corrí tal vez 80 kms.
A altura iba acompañado de Pablo Lapaz, un corredor uruguayo de semielite, y de Ilych Chemin, un atleta venezolano de similares condiciones, que acababa de ganar en la general una carrera de 11 k en su país, patrocinado por el Ministerio de Deportes de Venezuela. Mucha gente tenía problema en recordar el nombre de Ilych, yo no, porque obviamente deduje las afinidades políticas de alguno de sus padres. Ilych era el segundo nombre de pila de un ruso muy conocido, tal vez el más conocido de toda la historia, pero Ud. lo ubica más bien por su seudónimo. La historia lo bautizó “Lenin”. Que yo corriera con esos monstruos es como si estuviera saliendo con Catherine Zeta Jones, me dije, ¿cuánto puede durar antes de que me deje por otro? En el PC 4, km 99, donde estaba la única cantina que ya he mencionado en la que proveen comida caliente (guiso de lentejas, empanadas, alfajores y gaseosas, pero todo debe ser preadquirido en San Martín de los Andes, para que la organización pueda prever y manejar las cantidades de insumos) me encontré con Gustavo Castronuovo y Sergio Moya, a quienes conocía solo superficialmente y quienes no se conocían entre sí. A ambos los invité a seguir con nosotros dado que habían perdido a sus respectivos compañeros y esta fue la mejor decisión que tomé en la carrera. Porque como pronto perdí a Pablo y a Ilych, quedé con Gustavo y Sergio que corren muy parecido a mí. Además, están en mi categoría (Veteranos, o sea, hombres de 50 a 54 años de edad). Soñamos todo el tiempo con llegar juntos, de la mano, para ubicarnos en el mismo puesto los tres tanto en la general como en la categoría y lo logramos, como le narraré más adelante, pero no me apure, no me quiera llevar al final a las corridas, calma.
Salimos del PC4 a las 14 hs. Luego de un tramo plano y por carretera se encara el duro ascenso a los filos cuyo punto más alto está en el km 124 y que se identifica claramente en el mapa altimétrico que espero Ud. esté siguiendo mientras lee estas líneas. Esta fue la etapa más dura, los filos, y ya estábamos todo el tiempo con Gustavo y Sergio. Comenzamos a subir a eso de las 16.30. Evitamos por tanto estar en la altura con lo peor del sol, entre 12 y 15. Pero esto es cuestión de suerte, no de estrategia. Uno llega donde llega cuando llega (qué filósofo que estoy hoy, ¡esta frase va a quedar en la historia!). Anduvimos por los altos filos hasta que nos acostamos, era la segunda noche, a eso de las 12 de la noche, por unas tres horas. Nunca antes en mi vida había podido dormir en un col de montaña, siempre son lugares muy ventosos, pero esa noche uno podía prender un fósforo en el col, cuya llama permanecería ardiendo sin ser apagada.
La última colina que se ve en el plano altimétrico está entre el lago Lolog y San Martín. Fue menos dura de lo pensado porque está forestada con pinos por lo cual tuvimos sombra todo el ascenso, que nos tocó, esta vez sí, en lo peor del mediodía. Sin embargo, en esta etapa recrudecieron los ataques de los tábanos, que nos dieron batalla prácticamente en toda la carrera. Bicho molesto si los hay, no se muere de un zapatillazo ni se ahuyenta ante un movimiento brusco del brazo como tantos otros insectos.
Atravesamos la meta en 57.07 horas, lo que significa en mi caso tres horas menos que el año pasado para una distancia mayor. A distancia comparable, igual, bajé cinco horas el tiempo del año pasado. Gustavo había demorado el año pasado tres horas menos que yo, por lo que bajar su tiempo no era tan fácil como bajar el mío, pero también lo logramos, aunque por margen mínimo. Para peor, cerca del final nos extraviamos exactamente media hora, demora que hizo que pasáramos de quintos en la categoría a séptimos. Uno de los que nos pasó debido a ello fue Manfred Durr, gran amigo que junto con Alberto Danihel –que no corrió este año- mucho me auxilió el año pasado, así que eso no solo no me molestó sino que lo interpreté como un acto de justicia divina. Luego de la deuda infinita que yo tendré siempre con Manfred, era más que justo que el liderara el posicionamiento en la categoría.
Los resultados en la categoría fueron estos que siguen (cito los diez primeros puestos).


1
Davico
Claudio
37.18
2
Petersen
Paul
52.08
3
Jordán
Agustín
52.21
4
Manqueo
Eduardo
52.23
5
Durr
Manfred
56.48
6
Muñoz
Ramon
57.02
7
Moya
Sergio
57.07
7
Castronuovo
Gustavo
57.07
7
Frau
Bernardo
57.07
10
Nogueira
Alexandre
58.03


Observe que hay un chileno extraterrestre (Claudio Davico), fuera de clasificación, luego tres corredores muy buenos y parejos entre sí y luego viene la tanta que integramos Manfred, Gustavo, Sergio, este servidor. Llegamos en la posición 7 de 52 en la categoría (13,5 percentil) y 78 de 343 en la general (22,7 percentil). Abandonaron 111 (de 343) lo que significa un 32 %. Muchísimos corredores que corrieron ambas ediciones, esta y la anterior, me dijeron que debido al calor, esta fue mucho más dura. A mí me parece que es una opinión subjetiva que nos lleva a sobrevalorar lo reciente pues el año pasado el porcentaje de abandonos fue de 43 %. Y francamente, no se me ocurre manera más objetiva de medir la dificultad de un circuito que el porcentaje de abandonos. Uno pensaría que todos los abandonos son lesiones musculares u óseas. Pues no, un número importante se debieron a problemas estomacales o digestivos.
Un párrafo aparte merece lo que ocurrió en la punta. Corría Gustavo Reyes, uno de los mejores por no decir el mejor corredor argentino de aventura. Gustavo tiene 32 años de edad y es casi invencible en su tierra, la Patagonia. Justo es decir en su defensa que venía de correr 50 millas (80 kms) del Campeonato The North Face (TNF Championship) en San Francisco el 4 de diciembre, ¡apenas ocho días antes de esta carrera! Pues ganó y por más de una hora -70 minutos para ser precisos-, el norteamericano radicado en Uruguay, John Tidd, quien clavó escalofriantes 27.31 (para lo que Gustavo Castronuovo, Sergio Moya y este servidor pusimos 57.07, recuerde). Para hacer el final más épico, Tidd tiene 48 años o sea está varias categorías arriba de Reyes. Por lo general, nadie de una categoría senior gana en la general. Tidd corre como uruguayo y yo creo que mi país natal debería estarle agradecido de que haya decidido poner su enorme talento atlético al servicio de nuestra pequeña y humilde -pero digna y grande-, bandera oriental. Nunca tendremos alguien tan talentoso nacido en nuestro suelo así que más que bienvenida la actitud de Tidd. Dicen además los que estaban en la llegada cuando él completó la distancia, que llegó como si hubiera corrido 10 K, en pleno dominio de su cuerpo y sin muestras visibles de cansancio. Y cuando lo felicitaban por la notable victoria respondía sin afectación: “Todos podrían, con esfuerzo y entrenamiento”. Un grande que espero un día tener la oportunidad de conocer.
Dos notables corredores me anunciaron su retiro de esta dura competencia. Uno es Gustavo Berison, que compite en mi categoría. Gustavo es el único ser humano a haber corrido todas las ediciones de La Misión –van siete- Tiene por tanto más de un millar de kms misioneros y con ellos un lugar ganado en la historia de esta carrera. El otro es otra, Lilly Ballesty, probablemente la corredora de más edad a intentar La Misión. Por motivos obvios y a diferencia de Norberto Gonzalez, cuya edad “libero” en el siguiente párrafo, no haré otro tanto con Lilly. El año que viene la línea de largada sentirá la ausencia de ambos, que de todos modos estarán en la mochila de los que correremos, un poquito del espíritu de cada uno de ellos correrá en cada una de nuestras mochilas.
Finalmente, también un párrafo aparte merece la categoría Senior, la última o mayor de todas. La de los que han visto ya más de 60 abriles. Corrían solo tres, uno abandonó y los otros dos llegaron juntos en 75.05 (el límite eran 76 horas). O sea que comparten el primer puesto. Son Norberto Gonzalez y Andy Pasman, ambos buenos amigos míos que al igual que Sergio, Gustavo y yo, decidieron compartir puesto atravesando la línea de llegada con las manos tomadas. Andy me contaría luego que Norberto le dio, a él y a otros, constante apoyo durante la competencia, los esperaba en ocasiones. Norberto llevaba una mochila mucho mayor que la mía y está por cumplir 70 años, probablemente era el mayor de toda la carrera. Por eso yo pienso que cuando la historia haga decantar las emociones que al día de hoy aún llenan el corazón y el alma de todos los que participamos de este gran competencia, cuando se escriban los libros de historia que no tienen espacio para todos y deben por tanto necesariamente seleccionar, quedarán dos nombres. Así como de la obra romántica del gran bardo inglés la mayoría de nosotros solo recuerda el nombre del joven y el de la joven –Romeo y Julieta- el futuro recordará de esta carrera solo los de John Tidd y Norberto Gonzalez.

Y si así actúa ella, la Historia del Futuro, no se habrá equivocado. Ella nunca lo hace.