El otro S-11 (Half Misión, 11 de septiembre de 2011, San Javier y Yacanto, Córdoba, Argentina)

Reconozco que la posmoderna modalidad de abreviarlo todo no me llama excesivamente la atención.  Arturo Pérez Reverte, un colega ibérico -Arturo no corre, escribe- dijo una vez: “Cual es el placer o la utilidad de decir algo en dos líneas, si puede decirse en cuatro páginas”. Comparto plenamente. Así, la costumbre –especialmente española y norteamericana- de abreviar las fechas a un número y una letra me resulta algo que hay que aceptar como hecho consumado, no un placer. Este 11 de septiembre, S-11 o 11-S  como prefiera cada uno llamarlo, fue especial. Diez años de las Torres Gemelas me encontraron en una de las zonas más agrestes y menos desarrolladas de la provincia argentina de Córdoba, zona conocida en general como “traslasierra” por encontrarse precisamente al otro lado de una cadena de serranías cuyo punto más alto toca pero no alcanza, los 3000 msnm. Mientras los sitios web del mundo –iba a decir los teletipos, que antigualla- nos brindaban toda la información de los actos de conmemoración este servidor y otras decenas de guerreros espartanos se alistaban para velar sus armas en las serranías cordobesas. Poca atención o ninguna prestamos ninguno de nosotros a la cobertura informativa, no por falta de interés ni de respeto, sino  simplemente porque estábamos “en otra”.
Es en el cerro más alto de esta cadena y de toda la provincia de Córdoba que esta carrera en la que participé se centra. Arranca de un pueblo tan encantador como desconocido, llamado San Javier y Yacanto, poblado por gente sin prisa, almacenes de estilo colonial que invitan a la siesta y la sobremesa, paisanos amables y un comisario afable que invita a volver a una guitarreada con tinto y amigos, invitación que me he prometido aceptar el año que viene. Un pequeño paraíso en suma.
A San Javier rumbeamos un par de cientos de corredores de aventura, no necesariamente los mejores,  siempre quedan fuera muchos colegas por los más diversos motivos. Casi siempre son los mejores y por eso uno consigue alguna posición razonablemente buena. La carrera toma como base el Hotel Yacanto, que en sí mismo podría ser objeto de una novela. Creado a partir de un ex molino harinero hace más de un siglo como lugar de reposo de los ingleses que construían el tren que pasa por Villa Dolores que queda a 18 kms, fue luego vendido por la empresa de ferrocarriles a particulares. Lo operó durante años un matrimonio que aún vive cerca, pero es hoy manejado por su hijo Julio Madero, serio golfista aficionado y que ha transformado el Torneo de Golf de su Hotel en la competencia más importante de ese deporte en la región.
Todo en el hotel está como cuando lo construyeron los ingleses, pero funciona. Los pisos de los baños son de las mismas cerámicas que los usados a fines del XIX, las canillas, los placares. Las puertas de los dormitorios o habitaciones son de vidrio completos, claro que con postigos por obvias razones de privacidad. Una práctica que ha desaparecido hace décadas.  Así como la maratón de Boston no se corre para hacer marca personal sino por gloria, no se va al Yacanto a buscar confort ultramoderno –para eso vaya al Hilton, Sheraton, etc.- sino pasado, tradición, el aire del ayer que el viento se ha llevado de nuestras ciudades. El hotel Yacanto supo acoger famosos –quiero decir, aparte de mí- como Manuel “Manucho” Mujica Lainez. En realidad Manucho vino al hotel siempre a descansar, no a escribir. Pero yo para darle lustre a la historia del hotel cuento a todos que en tal mesa escribió Bomarzo (la obra máxima y genial novela de Manucho), lo que no es cierto, pero es bonito. Y yo siempre he apreciado más la belleza, que la verdad. Salvo que arguyamos que la verdad es la manifestación de la belleza en la ética, pero eso nos llevaría a otras aguas, volvamos a la carrera.
Llegamos con Marcelo (Rodriguez) el viernes por la mañana. Pasamos el día en el jardín del hotel, charlando con colegas de todos los temas de la vida, desde con qué par de zapatillas vas a correr mañana hasta lo más personal. Sentados bajo árboles centenarios, tomando el cálido sol de septiembre en el rostro, la conversación y el mate iban y venían, sin pausa ni prisa. Claudio (Teler) dijo en un momento: “Que pena que tengamos que correr mañana”. No quiso decir, es claro, que no fuera a disfrutar de la competencia, sino que hubiera querido que esa charla se extendiera un día más. Porque nosotros vamos a estas carreras demoníacas en las montañas en parte porque gozamos sufriendo durante las horas de esfuerzo físico, y en otra gran parte porque disfrutamos de encontrarnos, de estar en comunidad –casi digo comunión, pero recordé que soy ateo- con colegas, de sentirse por unos días comprendido y no mirado por el entorno como “ese loquito enfermo que corre como un demonio”.
El viernes a la noche aconteció algo que merece párrafo aparte. En la edición anterior de esta carrera, o sea en 2010, se había producido un extravío de un corredor –y amigo-, Cristian Gorbea, que cayó a una cornisa diminuta, bajo la cual no había otra cosa que un precipicio y vacío por tal vez cien metros. Allí pasó 42 horas hasta que fue rescatado por los bomberos locales. El relato del propio Cristian, que no tiene desperdicio, puede Ud. encontrarlo en mi blog. Pero vivimos en un mundo de imágenes y hoy a la gente las cosas le entran más por un video que por un texto. Así, Federico Sisto, un cineasta amigo de Cristian hizo un mediometraje de 29 minutos que fue pre estrenado en San Javier para nosotros y los bomberos. El video o película es de alta factura técnica. Es emotivo y muy descriptivo de la situación que se presentó y de la manera como Cristian y los bomberos la manejaron. El fin de semana que viene se estrenará formalmente en el festival Banff de cine de montaña que anualmente tiene lugar en Buenos Aires. Pero no se gaste en procurar entradas, están agotadas. Pronto estará en la web y no tengo dudas será a la carrera de aventura lo que el poema “Esos locos que corren” de Marciano Durán es  al atletismo en general. Una obra de referencia, con la que todo cultor de este deporte se identifica y quiere y necesita ver.  La decisión de que el verdadero estreno fuera en la comunidad donde ocurrieron los hechos, en el mismísimo cuartel de bomberos y con un público formado exclusivamente por bomberos y corredores, da una clarísima idea de la genuinidad con la que Sisto y Gorbea encararon esta película.
Así, comiendo pastas –una religión-, tomando mate, charlando de equipamiento nuevo, saludando a los colegas que iban llegando, se pasaron las horas del viernes y las primeras del sábado hasta que exactamente a las doce del mediodía largó la segunda edición de esta carrera de la plaza central de San Javier, acontecimiento sin duda único para la localidad. El año pasado fueron 80 kms, este año, debido a los incendios que se están produciendo en las sierras y que durante la noche podían divisarse con total claridad desde el pueblo, el circuito fue algo modificado y acortado, pasando a ser de 65 kms. El desnivel vertical acumulado se mantuvo sin embargo, en 3200 metros (aunque hay quien dice 3100 y otros 3900). Esencialmente uno sube a la cumbre del cerro Champaquí (de 900 msnm en que está la plaza del pueblo a los 2700 del Champaquí), da unas vueltas por el plateau que rodea la cima y luego baja. Así contado parece fácil, pues no lo es en absoluto. Dada la hora de largada –mediodía- aún el ganador corre algunas horas sin luz de día, muchos corremos varias y algunos corren la noche entera. Participaba de la competencia Gustavo Reyes, uno de los mejores corredores argentinos de aventura –if not THE best- que por supuesto se llevó el primer puesto a casa, pese a que la corrió un cambio debajo de su potencial (venía “llevando” a un amigo). Lo hizo en 9.07, o sea llegó a las 21.07, ¡tiempo para cenar en familia, diríamos!
Este servidor no la hizo tan rápido, claro. Puse 13.12 o sea que llegué a la una de la mañana, quinto de 45 en la categoría, 43 de 237 en la general. Pas mal, como se dice en Francia, not bad. Yo tenía decenas de amigos entre los corredores, pero dos de ellos son muy amigos míos y compañeros no solo de carreras y Cruces de los Andes, sino de vida y entrenamiento. Me refiero a Marcelo Rodriguez y Ruben Costantino. Apenas empezada la carrera, Marcelo quedó algo para atrás y Ruben algo para adelante por lo que no pudo ser una carrera de tres. Rubén hizo un “carrerón” epopéyico, con 12.32 y un tercer puesto en la categoría (o sea, se subió al “cajón” como llamamos al podio). No pudo ser podio para mí como para ser sincero yo esperaba –no estaba Esteban, el novio de Flor que el año pasado también me dejó fuera del cajón- pero para perder, que sea con un amigo. Duele menos. (Aunque hay que hacer notar que entre ambos todavía entró otro colega).
Corrían decenas de amigos por lo que sería literariamente insostenible nombrar a todos y sus tiempos. Baste con uno, el más meritorio y el más ejemplar, por mucho que a él, lo sé, le molesten ambos adjetivos: Norberto Gonzalez, de 70 años, fue el mayor de la competencia. Si bien demoró algo más de 24 horas (24.55), llegó entero y de una pieza.  Fue el último, sí. Pero es que los grandes, Gustavo Reyes y Norberto Gonzalez, abren y cierran. Los demás llenamos el medio.
La carrera tiene una subida inicial muy dura, en la que prácticamente se llega “de una” (argentinismo por “bruscamente”, sin descansos intermedios) a la cumbre del “Champa”, luego se desciende a un puesto de control donde se puede comprar bebida y comida y de allí se marcha en horizontal un par de horas al segundo y último puesto donde nuevamente es posible alimentarse e hidratarse. Yo hice todo ese trayecto entre ambos puestos solo, solo de toda soledad. Pero esto no me puso nervioso en forma alguna. Todo estaba muy bien marcado y además, yo cuento siempre con la compañía de MOY (mi otro yo). En palabras de Antonio Machado, en todo momento yo “converso con el hombre, que siempre va conmigo, quien habla solo, espera, hablar a Dios un día”.
Me perdí, me di cuenta, volví para atrás, retomé. Quince minutos perdidos, una pena, pero no una tragedia. Me había propuesto llegar al segundo y último puesto de avituallamiento –llamado “Tres Árboles” con luz de día, y la experiencia del día anterior me decía que como mucho, esto quería decir las 19.30. Esto era importante porque desde ese puesto el camino es un ripio de auto y por tanto puede hacerse de noche sin problema alguno. ¡Pues puse pie en el ripio a las 19.27!
Pero quizás lo mejor de la carrera estaba por ocurrir aunque ya había para entonces transcurrido más de la mitad de ella. Sabe, para nosotros todos los colegas son amigos, amigos de veras a los que les prestaríamos no importa qué pieza de equipamiento (piece of gear, ¿me entiende?) si lo necesita más que nosotros. Pero a aquellos con los que hemos compartido horas de carrera dura, los consideramos como hermanos. Así, tipos como Vicente Dragobratovic, Marcelo Rodriguez, Ruben Costantino, Walter Ricardo, Manfred Durr, Alberto Danihel, Eduardo Gross, German Masut, Pablo Vidal y Pablo Shaw integran para mí esa categoría a la que ayer agregué a Gustavo Tosco. Con él corrimos desde el último puesto a la línea de llegada, seis horas. El trayecto incluye algo más de dos horas de una bajada muy dura llamada “Cuesta de las Cabras”. Gustavo desplegó allí toda su habilidad de “cabra cordobesa” -así lo bautizaron los otros corredores a los que pasábamos “como alambre caído”-. Cuando le pregunté cómo había aprendido a bajar tan rápido una montaña de noche, me dijo que su padre lo llevaba a esas sierras a pescar de chico. Esa misma bajada nos había llevado el año anterior algo más de tres horas, este año fueron 2.10. Impressive. En esas seis horas con Gustavo nos conocimos con la profundidad que en la ciudad requiere seis años.
El año pasado yo había demorado 17.15. Si hacemos la proporcionalidad estricta de distancia, debí haber demorado este año algo como 13.45, fueron 13.13 o sea que anduve algo mejor que el pronóstico.
El mismo día se corría en Buenos Aires la media maratón de esa ciudad, carrera que antecede o prologa la maratón de nuestra ciudad que tiene lugar en octubre. Yo amo esa carrera pero como aún no disfruto del don de la ubicuidad, no pude estar en ambos lugares a la misma hora. Pero la corrieron 30 mil personas lo que es un récord para una media en la Argentina. Prueba del furor con que el país ha tomado el atletismo. Argentina tiene el récord mundial de participantes en una carrera: ligeramente más de cien mil, en un 10 K en BA a fines de los 90, organizado por Carrefour.  Pero en esa oportunidad el récord fue forzado ofreciendo productos gratis a los participantes. Sin ofender, la mayoría de esos cien mil no eran atletas, sino que aprovechaban la ventaja comercial. Lo de ayer fue totalmente distinto, crecimiento serio y legítimo del deporte pues no se regalaba nada.  Yo me sentí orgulloso, que quiere que le diga, de esta reacción de la gente de mi ciudad. De que al fin tantos hayan visto las bondades de la ”verdadera religión”.
Terminada la carrera, caminamos “torcido” como gaucho que ha pasado una jornada entera cabalgando en pelo, charlamos, recibimos y aplaudimos a los últimos, comenzamos a preparar el equipaje para volver a nuestras vidas, a nuestras rutinas, a nuestros afectos, al resto de nuestro quehacer. El sol del domingo se escurre de Yacanto y con él partimos todos. Se desarma la tribu a la que le tengo tanto afecto. Una tribu en la que, a veces pienso, reside la última esperanza de un planeta que por lo demás, se deshilacha, desfallece, se auto extingue.