Cruce de los Andes 2012

La decimoprimera edición del Columbia Cruce de los Andes –octava consecutiva en la que yo participo- tenía todo para ser excepcional. Era el primero que se realizaba casi enteramente en Chile –la norma ha sido precisamente al revés, la mayor parte del trayecto tenía lugar en Argentina para terminar algunos pocos kilómetros dentro de Chile-. El diablo, como ocurre muchas veces, metió la cola e impidió que brillara como todos hubiéramos deseado que hiciera.

Todo comenzó en San Martín de los Andes, localidad cordillerana de la provincia de Neuquén, Patagonia argentina el 1 de febrero. Partimos en buses hacia la frontera argentino chilena, Paso Hua-Hum (“altura” o latitud, Valdivia) y de ahí continuamos hasta Puerto Pirehueico (en mapuche, “lugar de agua de nieve”). Permanecimos varias horas al solcito, gozando de la charla de los colegas, comiendo si alguno así lo deseaba (estaban funcionando las cocinas de la organización), para embarcar en un ferry cuya capacidad de transporte, para que se haga Ud. una idea del tamaño, era de 24 autos. Pero en esta ocasión iba atiborrado de corredores sonrientes, que saludaban al helicóptero que nos sobrevolaba y filmaba y compartían historias de vida, flirteaban, sonreían y exponían u ocultaban los temores y ansiedades, ambos totalmente naturales, que les –nos- afloraban a la piel.
La selva Valdiviana, única en el mundo por su fría exuberancia, algo que no se ve ni en el Amazonas ni en la “rain forest” (selva tropical húmeda) centroamericana es para mí el medio ambiente más bello del mundo. Y esto por sus lagos que escondidos entre montañas ariscas y renuentes al ser humano, se alzan a la vista de los osados como joyas que nunca debemos echar a perder. En particular me gustan los lagos angostos, pues en ellos uno aprecia de cerca los acantilados a ambas márgenes. A babor y a estribor como dicen los marinos. Pues exactamente así es el lago Pirehueico por lo que la hora y media de cansina navegación hasta Puerto Fuy fue algo que disfruté mucho.
Al otro lado estaba ya el Camp 1, en el lugar del lago donde nace el río Fuy. Este año la organización proveía por primera vez, las carpas, que ya estaban armadas e identificadas con el número de cada equipo. Sin duda mucho más cómodo que en ediciones anteriores donde uno, al finalizar una larga jornada de marcha y carrera, debía levantar su propio hábitat. Pero el orden un tanto militar, excesivamente regular o simétrico hacía perder algo de encanto al despelote tipo “shantytown” (villa miseria, favela, cantegril, barriada) con el que naturalmente se armaban años anteriores los barrios de carpas. Todo fue de maravillas en este campamento. Charlar, comer, meter los pies en el lago, disfrutar de la naturaleza en estado puro y de la buena onda de los colegas, fue todo maravilloso. Ya hace muchos años que la comida del Cruce es de primera. Carne de todo tipo, arroz, fideos, guiso. Todo a discreción, comé cuanto gustes. Nadie podría ofrecer mejor comida o más abundante en el medio de la nada.
Yo supe viajar mucho por el sur de Chile, en tiempos que la vida era otra, y disfrutaba mucho de las construcciones de madera con techos de teja de alerce u otras maderas duras. En Pto Fuy había una sola de este tipo pero al menos había una. Se la mostré a mi amigo Markus Roessel alias “The German Machine” y de quien este texto hablará luego en más extensión, para que no dejara de fotografiarla.
El día siguiente partimos de Camp 1 rumbo al volcán Mocho Coshuenco. No se asciende hasta la mismísima cumbre, como es norma en las carreras de aventura, y a diferencia de las expediciones de montaña. Esto es así porque los tramos finales suelen requerir técnica que los corredores no tienen. Se rodea el macizo donde está la cumbre y se desciende por una vía diferente a la que se ha usado para ascender. Había mucha nieve en la cumbre e inmediaciones, pero poco viento, nada de frío y estas condiciones permitían solazarse con el paisaje. A poca distancia hay una montaña hermana cuyos flancos cubiertos de cielo, sol, nieve y roca tomaban todos los matices y tonos posibles del blanco al marrón oscuro. Una maravilla.
Unas palabras sobre mis compañeros. Yo corrí con Marcelo Rodriguez (equipo Hermes) y Ruben Costantino con Vicente Dragobratovic (equipo Mercurio). Los cuatro somos cuates, gomias y amigos.  Hermes y Mercurio son los nombres, romano y griego respectivamente, del mismo dios. Con esto quisimos dar la idea de que en el fondo, somos un “team” de cuatro. Marcelo y yo competíamos en la categoría 100+ (equipos cuyas edades sumadas están por encima de 100 años y por debajo de 110) mientras que Ruben y Vicente, más ancianitos pobres, lo hacían en la 110+ que es la última. Marcelo y Vicente andaban algo más lento que Rubén y yo, algo que a Rubén y a mí no dejó de causarnos alguna preocupación desde el principio. Hacia el final del día, Vicente recuperó fuerzas y esto a su vez estimuló a Marcelo y llegamos los cuatro juntos al final de los que terminaron siendo 37,8 kms. También corrían en nuestro “grupete ampliado” Markus Roessel y José “Pepe” Mostaza. Ambos apenas se conocían, Markus es alemán y ambos tomaron la plaza vacante que Daniel Minenna y su señora habían dejado al lesionarse Daniel corriendo La Misión en diciembre. Markus tiene 30 años y es un corredor no digo de elite pero muy serio en su país de origen. Es claro que Pepe, que corre a nuestro nivel, estaba complicado para seguirlo. Hacia el final de esta, la primera jornada, Pepe se esguinzó para empeorar las cosas.
La segunda noche la hicimos en el mismo Camp 1, o sea el circuito era en “loop” o “redondo”. Otra vez, no faltó nada en lo que tiene que ver con comida, hidratación y afines. Hasta había vino y cerveza, todo a discreción. Tal vez podría decirse, sí, que los baños químicos no eran la cantidad necesaria, ciertamente muchos menos que años anteriores. Yo supongo que la organización no consiguió más en esa apartada zona del sur de Chile.
Llovió durante casi toda la noche pero las carpas del Club de Corredores son amplias y de buena calidad y no entró una gota de agua. La segunda jornada iba a ser tan larga como la primera pero con menos DVA (desnivel vertical acumulado, vea los perfiles altimétricos de todas las jornadas al pie del texto). La dificultad de Marcelo de seguirnos el ritmo a los demás se manifestó durante toda la subida que se extendió por 30 kms. Luego bajamos seis kms en buena velocidad con él en la punta. Pero seis kms no compensan nunca 30 kms corridos lentos. En el 36 más o menos, comienza un sendero tranquilo que termina en el km 41 en el lago Pirehueico, el mismo de donde todo partió. Veíamos al otro lado las instalaciones portuarias –nombre un tanto grandilocuente el que le doy a un simple muelle-. O sea, para terminar solo faltaba un “costering” (así llamamos la circunvalar o bordear un lago por su orilla). Lo que no podíamos adivinar era la dificultad de ese “costering”. Mucho meterse en el agua hasta la cintura, mucho saltar troncos, mucho subir y bajar, caminar por rocas de formas raras, superficies húmedas. Mucha gente se quejó de esta tramo final diciendo: “Tagle no debió habernos puesto algo tan duro al final de una jornada”. Yo pienso diferente. Para empezar no es Tagle el que pone las dificultades sino Dios o la naturaleza cuando se hizo el mundo, quien las dispuso. Y esto es una carrera de aventura, uno sabe que habrá de todo. Si no le gusta mojarse, saltar troncos, nadar un cachito, agarrarse de algo con las manos y seguir adelante a como de lugar, tal vez debería limitarse a correr en los bosques de Palermo, donde seguro estos obstáculos no se presentan. Finalmente, cabe decir que la organización –Tagle en última instancia- procuró evitar esto pasando por estancias. Pero los terratenientes, con esa soberbia muy propia del que se cree dueño de haciendas como en los tiempos de la colonia, a último momento cambiaron de opinión y negaron el paso. No había por tanto, otra alternativa. Relax, le decía yo a los que estaban al lado mío: disfrutá del paisaje y del baño inesperado.
La tercera y última noche transcurrió en el lugar donde se inició la competencia -o Camp 2-, donde esperamos horas el Ferry para partir. En sus playas se observan las imponentes ruinas de una construcción, que cual ballena encallada yace inerte y sin vida desde hace décadas. Supo ser un importante hotel de 60 habitaciones al que se llegaba en avioneta, tenía pista de aterrizaje propia. Primero se fundió y finalmente un incendio en los noventa terminó con su gloria de principios de siglo XX. Hoy se pueden ver azulejos de distintos colores, paredes cortadas como por un serrucho gigante e impiadoso.
Este año por primera vez, junto con el Cruce de los Andes, el Club de Corredores realizó en paralelo otra competencia de una jornada menos -o sea, dos días de carrera, no tres- llamada “Cham Race”. La idea era utilizar el concepto de “cama caliente”, es decir, que las carpas que nosotros dejábamos libres al abandonar Camp1 eran ocupadas a la noche siguiente por los corredores de la Cham Race sin tener que levantar nada. Pero debido al problema del ferry que narro enseguida, los corredores de la Cham nunca llegaron a Puerto Fuy, o sea, a la orilla occidental del lago Pirehueico.
Aquí fue donde el diablo metió la cola para si no estropear, ciertamente empañar el resultado. El ferry que describí al principio y que trasladó a todos los corredores en tres viajes, era obviamente el mismo que debía retornar nuestros bolsos. Pues se descompuso. La organización apeló a una balsa, mucho menor en capacidad de transporte, pero que probablemente hubiera “salvado las papas”. Pero quiso la ley de Murphy que también se descompusiera. Finalmente recurrieron a todas las lanchas y botes pequeños que cualquier propietario tuviera. Pero llevar 1500 bolsos más los de la organización de esta manera toma muchas horas. Cuando nosotros llegamos encontramos nuestro bolso que arribó en el primer viaje de la balsa chica –y el único que logró hacer-. Como además nosotros llegamos a las dos de la tarde, no pasamos frío alguno por la hora y por disponer de ropa seca. Muy diferente fue la situación de los que hicieron el “costering” a la caída del sol y llegaron para no encontrar su bolso con sus pertenencias, abrigo, bolsa de dormir, medias secas.
Es claro que la solidaridad que une a esta comunidad funcionó a pleno. Todos sacamos todo de nuestros bolsos –y todos llevamos ropa de más- y la compartimos. Pero no alcanzó. Eran más de la mitad de los corredores los que no tenían bolso. Fueron llegando de a poco, algunos lo recibieron recién a las cinco de la mañana del día siguiente. Markus Roessel, la “Máquina Alemana” llegó mucho antes que nosotros, que a su vez estábamos en el diez percentil superior. O sea que hasta su ropa de carrera estaba totalmente seca pese al “costering” cuando llegó el “malón” de corredores. Pues Markus prestó no solo lo que tenía en su bolso, prestó hasta las zapatillas secas que tenía puestas y se quedó hasta la nochecita en ojotas.
Se armaron dos grandes fogones donde los “sin ropas”, como cordialmente denominamos a los desafortunados que no se encontraron con sus bolsos, secaban lo que tenían puesto, compartían su miseria y, no lo dudo, maldecían un poco a la organización. Como en todo fogón argentino que se precie, surgieron melodías de Sui Generis, cuentos, anécdotas. Algunos trataron de dormir en las carpas ya que estas estuvieron siempre disponibles. Tenían ropa, prestada pero ropa el fin. Alguno hasta consiguió colchón, pero muy pocos. Aun así, es difícil dormir en la Patagonia sin bolsa de dormir aún en pleno verano. Uno se despierta cada media hora tiritando de frío.
La organización ofreció estas alternativas a los “sin ropas”: una fue dormir en el piso del comedor de una posada cercana –muy cercana, a media cuadra del campamento- donde había calefacción y hasta baño, baño de veras, no químico. Quien escogió esto hizo la elección acertada. La otra alternativa de que dispusieron fue ser trasladados a San Martín de los Andes (SMA), pernoctar allí en un hotel pago por la organización y volver a la mañana del día siguiente para correr la última jornada. Y aquí surgieron los problemas. SMA dista 47 kms de ripio, algo más de una hora de viaje. A esto súmele el tiempo que toma completar un bus de 42 asientos, el “check in” o registración en el hotel, y a la mañana siguiente todo eso de nuevo. Iban a dormir pocas horas seguro. Pero el diablo continuó haciendo de las suyas. Ahh Satanás, que malo eres. A algunas de las personas que llevaron a SMA no las pasaron a buscar al día siguiente, simplemente alguien se olvidó de hacerlo. A los demás, que habían salido de Chile clandestinamente o sea sin hacer migración (recordemos que entre el campamento y SMA está la frontera, el campamento está en Chile y SMA obviamente en Argentina) los carabineros o los oficiales de migración chilenos les negaron el acceso a Chile a la mañana siguiente, precisamente por no haber dejado el país en condiciones correctas. Se suponía que esto se había hablado con las autoridades del país hermano, pero o no se habló o no se habló con la persona correcta, el hecho es que no los dejaron entrar. Debieron esperar horas en la frontera a que la carrera pasara por allí rumbo a SMA y simplemente sumarse. Es claro que sin competitividad alguna.
Como les dije, nosotros no sufrimos por suerte ninguno de estos avatares. Así que arrancamos bien dormidos, comidos e hidratados lo que yo suponía sería un paseo por el parque. Eran apenas 21,7 kms de camino de ripio para autos, sin desnivel significativo y sombreado todo el tiempo por grandes arboledas. Era para pegarle de una, correrlo en forma. Pero el cansancio de Marcelo se acentuó en esta última jornada. Primero se nos escaparon Vicente y Ruben, luego empezaron a pasarnos “como alambre caído” (argentinismo por “nos pasaron muchos”) equipos de jóvenes pendex inexperientes y claramente en menor forma física que uno. Sabe, yo soy muy competitivo. Yo compito hasta cuando salimos el lunes luego de la carrera a hacer un regenerativo con el grupete, no sé a dónde voy a llegar primero porque esos entrenamientos no tienen destino, pero igual quiero ir primero. Yo compito hasta cuando corro solo alrededor de la Quinta de Olivos, inventándome que cada vuelta la corre un Berni distinto (los llamo Berni1, Berni2, Berni3 y Berni4) Así, pongo a los cuatro Bernis a competir entre sí y cada uno quiere ser el que haga la vuelta más rápida del día. Yo sé que mucha gente corre porque el hacerlo da salud. Otros porque es moda, muchos porque el tener “sport attitude” ayuda con las minas, varios porque aleja los médicos, unos cuantos para gozar de los “astonishing”, deslumbrantes, paisajes patagónicos. Yo corro para ganarle a tantos como pueda. Primero quiero ganarle a todos los conocidos –nada fácil, porque conozco y me conoce media comunidad- luego a los pibes nuevos recién incorporados al deporte. Finalmente, yo quiero ganarle en aventura a Gustavo Reyes y una maratón de calle al mismísimo Haile. En mi cosmogonía, el deporte sin competencia a full, es como el amor sin sexo o el póker sin apostar dinero de veras: una parodia de la vida. “Having said this”, habiendo dicho esto, se dará Ud. cuenta como sentía yo no poder poner cuarta y salir a matar. Pero esta es una carrera de equipos y de a dos se sale y de a dos se llega. Así que me dije, calma Berni, aunque sabía que el segundo puesto en el que estábamos al cabo de la segunda jornada se nos estaba escapando como se le va a uno el mercurio de entre los dedos.
La jornada terminó en el istmo del lago Lacar, de unos veinte metros de ancho y que ya fuera de competencia se atraviesa en lancha. Unos metros más allá, el arco de llegada en un “meadow” (pastizal grande y plano) donde al generoso calor del sol comimos guiso hecho por la gendarmería, brownies, bebimos cerveza y Gatorade y nos dedicamos al único deporte que yo amo tanto o más que correr: charlar con la gente desconocida de cualquier cosa. Franceses, brasileños –un 30 % de los 1400 corredores venían de ese hermoso país, que también es mi patria, una de ellas-, canadienses, uruguayos, obviamente chilenos, mexicanos, venezolanos, colombianos, sudafricanos, norteamericanos y vaya a saber de cuantos otros países, con todos se podía departir mientras se comía en el pastito.
Hora de darle números: Arrancaron 736 equipos de los cuales terminaron la carrera 560. Esto significa un 24 % de abandonos, guarismo alto para una carrera francamente no muy dura como es el Columbia Cruce de los Andes, pero que seguramente se incrementó por el problema de los bolsos y los equipos trasladados a SMA. El 24 % incluye todo, el que abandonó por ese motivo como el que se lesionó. El récord de abandonos lo tenía hasta ahora la edición 2010, en que llovió muchísimo durante dos jornadas y en ese año fue de 20 %.
¿Fue el más difícil de todos los Cruces hasta ahora como dicen varios?  Mire, yo he llegado a la conclusión de que los corredores son como los pescadores. Pescan una mojarrita y la cuentan como un tiburón azul de metro ochenta y 110 kgs. Tal vez haya sido el más largo, pues pasó los 105 km y creo que hasta ahora solo habían tocado los 100 km. Pero si fue el más duro no puedo afirmarlo con contundencia o seguridad.
Nosotros arrancamos en la posición 62 de la general para terminar en la 70, lo que es síntoma de una carrera que no ha sido correctamente corrida. Uno empieza y termina en la misma posición o casi, eso es lo ideal. En nuestra categoría competían 31 equipos y salimos terceros a 57 segundos del segundo y 31 minutos del primero. Hubiéramos podido fácilmente, y lo digo sin “agrandamientos” ni “boasting”, sacarle 20 a 30 mins al primero, pero no pudo ser. Es difícil imaginar que volvamos a tener una oportunidad tan clara de ganar esta carrera pues aunque parezca meritorio haber subido al podio, no lo es tanto. No corrían ninguno de los cuatro equipos que nos ganaron en 2010 y 2011. No corría ninguno de los equipos de veteranos de la que yo considero “the finest” cantera de corredores senior del país. Me refiero al grupo Le Group de MDQ (así llamamos a Mar del Plata, por su acrónimo de uso en aeronáutica). Estos veteranos durante años dominaron el podio de veteranos del Cruce. Sea que se cansaron de ganar o que están encarando otras competencias, este año ni vino ninguno. Por todo esto, la ruta al oro olímpico estaba más expedita que nunca.
Pusimos 14 hs y 52 minutos. Vicente y Ruben un par de minutos menos y también hicieron podio en su categoría –terceros como nosotros-. Markus obviamente llegó mucho antes y Pepe Mostaza, pese a su esquince completó la carrera, algo realmente increíble. Ganaron la carrera Gustavo Reyes (por tercera vez consecutiva) con Nelson Ortega con 9.25.22. En mixtos ganaron John Tidd y Luciana Moretti. John es un gran corredor norteamericano – uruguayo que en diciembre le ganó La Misión a Reyes. Tuve oportunidad de conocerlo en esta carrera y de agradecerle que haya elegido la bandera de mi país natal para correr pues difícilmente tendremos nunca en el paisito alguien con su talento para carreras de aventura.
Y aquí terminan estas líneas, pues poco más tengo para decirle. En una par de meses viajo a Marruecos a correr la “Marathon des Sables”. Nos veremos –o mejor dicho me leerá- a mi retorno. Mientras tanto, siga haciendo lo que dice el lema de la compañía patrocinadora del Cruce de los Andes (Columbia) y que refleja mucho más mi forma de entender la vida y el deporte que los lemas de Adidas (“Impossible is nothing) o de Nike (“Just do it”).
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