Cuatro Refugios (4R), 26 y 27 de febrero 2011

A Daniel Rearte, sin cuya ayuda material no hubiera podido inscribirme,
y sin cuyo ejemplo no hubiera encontrado la motivación.

Venía yo de correr La Misión y el Columbia Cruce de los Andes, en diciembre la primera y la primera semana de febrero la segunda. Ambas, junto con 4R conforman el triplete de mayor importancia del calendario de aventuras de la Argentina. Yo no sabía de nadie que las hubiera corrido las tres en un mismo verano, aunque esto no puede considerarse prueba determinante de que no lo haya. No sorprende, claro, pues La Misión fueron 150 kms con 7 mil metros de Desnivel Vertical Acumulado (DVA) en una etapa, el cruce 95 con 2900 metros de DVA en tres días y 4R implica 70 kms en dos días con unos 3500 metros de DVA.
Así que me decidí a intentar conseguirlo. Pero como yo estoy un tanto ocupado con el trabajo porque “mi” empresa fue comprada por los chinos, tenía poco tiempo para dedicar a la carrera. Conté con la invalorable ayuda de mi amigo Daniel Rearte me contó todo lo que se precisaba, ya que él la había corrido en ediciones anteriores y tuvo hasta la gentileza de retirar para mi el kit de corredor y dejármelo en el hotel, al que yo llegué directo de Buenos Aires para cenar, dormir y salir al día siguiente para la carrera.
Les cuento un poco cual es el formato de esta competencia, pues es diferente al de las otras dos que mencioné antes. Al igual que en el Cruce de los Andes, se corre un día por la mañana y tarde y luego se acampa, todos juntos, en las orillas de un lago de donde se parte el segundo día (en el Cruce son tres días de carrera, aquí “solo” dos). Pero la dificultad de 4R es mucho mayor a la del Cruce, con muchos tramos de escalada más que de carrera a pie. Lugares con un mínimo de dificultad técnica como los tres que causaron cuellos de botella en la última jornada del Cruce este año, son muy comunes en 4R y no causan el menor embotellamiento. Esto es debido a dos motivos: el primero, que aquí hay 250 corredores versus mil en el Cruce. Y el segundo, que el corredor medio del Cruce es un porteño urbano con escasa o nula experiencia de montaña. 4R es una carrera de gran impronta local, donde los porteños somos muy pocos y los barilochenses y patagónicos mayoría. Ellos viven en la montaña, en ella entrenan todos los fines de semana y pequeños boulders no son para ellos algo que ni siquiera merezca una mención en una reseña como esta. Bariloche y Mendoza son las ciudades en que a mí me gustaría vivir en la Argentina. Rodeadas de montañas y de un paisaje extraordinario en ambos casos, son el paraíso de todo corredor de aventura.
La carrera está organizada con mucho cuidado y ahínco, pese a que no tiene fines de lucro. La organiza el Club Andino Bariloche y es el gran evento de esa entidad en todo el año. Todos sus miembros están en la carrera este fin de semana, sea colaborando con la organización o corriendo como atletas inscritos. Larga de la base del cerro Catedral, el más conocido “resort” de esquí de Bariloche y consiste en unir los cuatro refugios tradicionales de montaña de esta zona. Ellos son el Frey, el Jakob, el López y Laguna Negra. En el primer día se hacen los dos primeros, llegando a acampar a Colonia Suiza, un pequeño pueblo cercano a Bariloche fundado a principios del siglo XX por suizos venidos de Chile (queda un solo sobreviviente de esa ola inmigratoria, tiene cien años). De allí se parte en la segunda jornada para hacer el López y el Laguna Negra, para terminar otra vez en Colonia Suiza luego de un total de 70 kms (o tal vez alguno más a decir de los que tenían GPSs).
Yo no había estado nunca en ninguno de esos refugios, que son parte de los paseos obligados de todo barilochense, todos ellos los conocen muy bien. No sabía qué distancia había entre uno y otro, ni conocía el plano altimétrico. En realidad, no había tenido tiempo ni de mirar el mapa en el sitio web de la organización de la carrera. Pero yo no preciso mucho de todo eso. Basta que me digan “hay que correr pallá” y tengo suficiente. Pero en pocas carreras si alguna, cuenta como en esta el conocimiento previo del terreno. Para mostrarle esto déjeme que le cuente como transcurre la primera jornada. Primero sube uno una tremenda cuesta hasta el Refugio Frey sobre la ladera del Cerro Catedral a 1700 metros sobre el nivel del mar (msnm) es particularmente bonito por estar construido en granito y de esta manera es el que más se mimetiza con el entorno. Luego se presenta sin aviso otra cuesta muy dura hasta el refugio Jakob, a orillas del lago del mismo nombre. Este refugio está a 1600 msnm y también es de considerable tamaño, como el Frey o casi, no lo que uno normalmente imagina como un refugio sino una construcción con todas las de la ley, como en los Alpes europeos. A esta altura ha hecho uno mucho menos de la mitad de la jornada en distancia, pero bastante más de la mitad en tiempo, pues lo que queda es una suave bajada por sendero de tierra, en el bosque, hasta Colonia Suiza (también hay antes un bruto pedregal pero obviémoslo por sencillez del relato). Quien no sabe esto puede tender a “quemarse” subiendo demasiado rápido ambas abominables cuestas, quedándose sin piernas para la bajada. Y el tiempo que ganó con esfuerzo en la subida lo pierde y con creces en la bajada por no poder correr o tener que hacerlo demasiado lentamente. Yo no tenía idea de esto, me iba desayunando al ver el cambio de terreno con mis ojos.
Desde el Jakob hasta el final, corrí con un nuevo amigo, Juan Barata, porteño radicado recientemente en Bariloche con quien nos hicimos mutuamente mucho más llevadera la extensa bajada. Yo había calculado mal el agua –y Juan también- por lo que nos quedamos secos faltando unos seis kms. Tan deshidratado estaba yo que no podía hablar pues se me pagaba el paladar a la lengua, impidiéndome darles la forma que la emisión de sonidos comprensibles exige. Se me “lenguaba la traba” como se dice popularmente. No podía hablarle, porque Juan no me entendía si lo hacía.
Llegué totalmente entero al campamento –a menos de la sed- y hasta ligué un masaje gratis por estar entre los primeros. El segundo día arranqué con Juan pero a poco de andar él empezó a sentir el peso de lo andado ayer y tuvo que bajar el ritmo. Yo no tenía intención de aflojar, claro. Hubo en este día cinco cuestas y se comienza llegando al refugio López (1620 msnm), que normalmente es usado como descanso en el camino a la cumbre del cerro del mismo nombre. Otra vez, un refugio de gran envergadura que al igual que los anteriores, volvió a sorprenderme (acostumbrado a los del Aconcagua o Lanin, que son mucho más pequeños). Yo no me hubiera detenido a reparar en la notable vista que desde la cuesta se tiene del lago Nahuel Huapi si no hubiera sido porque Juan primero y Alberto luego me instaron a darme vuelta y contemplarla. Había pensado en desgranar aquí una larga batería de adjetivos para describir un paisaje alucinante pero me pareció mejor mostrarle una foto de lo que nosotros podíamos ver, con solo voltearnos de tanto en tanto.

Arriba de la última cima, ya se divisa a las orillas de la Laguna Negra el refugio homónimo, cuarto y último (a 1650 msnm). Entonces, uno ya sabe que tiene la carrera “en la bolsa”, que en dos horas estará comiendo y charlando y bebiendo. Les aseguro que este pensamiento –comer, conversar, tomar agua- es como una inyección de estimulante que uno recibe. En todos los refugios había agua, fruta y la posibilidad de comprar tentempiés dulces (lo que los extranjerizantes llaman “snacks”. Yo me resisto al extranjerismo existiendo término tan bonito en nuestro idioma para sustituirlo). La laguna Negra parece inmaculada y prístina, pero aunque parezca mentira, está contaminada y sus aguas no pueden beberse. Consecuencia del propio refugio de montaña que vierte sus desechos a la laguna sin tratamiento desde hace muchos años.
La carrera tiene un elemento de estrategia en su formato y es importante que yo se lo describa. Uno puede, si quiere, hacer “bonus” que si se los hace, descuentan tiempo al real invertido. Estos “bonus” suelen ser desviar y subir y bajar una cumbre cercana al camino principal. Arriba de la cumbre hay un miembro de la organización que toma constancia de quienes hasta allí llegaron. Esto está pensado para demorar a los punteros o corredores de élite, logrando que lleguen junto con “la masa”. Los tiempos que descuenta cada ”bonus” no son demasiado generosos, por lo que a un corredor de élite sí le justifica hacerlos, es más, si no los intenta seguramente perderá la carrera frente a sus pares. Para un corredor rápido pero no de élite, la cosa es diferente y debe pensar cual ”bonus” conviene y cual no. Y para la mayoría de nosotros, es absurdo pues lo que descuenta el ”bonus” es menos que el tiempo que uno invierte en ir a buscarlo si no es un corredor puntero. Además, hay que considerar el cansancio adicional que se agregará al cuerpo para el día siguiente. Pero a mí lo que me gusta de esto es que transforma un deporte que es simplemente “ir para adelante lo más rápido posible” en una estrategia en la que hay que tomar decisiones. Y yo amo tomar decisiones tanto como amo correr. Es claro que viniendo como venía de correr La Misión y el Cruce, sumado a que no soy de élite, rápidamente descarté intentar ni uno solo de los bonus “grossos”. Distingo los “bonus” importantes de otros dos que había, esos sí aptos para todo el mundo. Uno era el “bonus” madera que te restaba 10 minutos por cargar un trozo de tronco de un lugar a otro y el segundo, más útil para el medioambiente, otorgaba otro descuento de diez minutos por bajar una bolsa de basura metálica pero liviana, del Refugio de Laguna Negra al camping de Colonia Suiza, colaborando así a retirar basura acumulada hace años en la montaña. Ambos “bonus” fueron utilizados por todos los corredores prácticamente.
Además de Daniel Rearte, estaban Alberto Danihel (pero sin Manfred, su compañero en La Misión cuando nos conocimos, otro amigazo), Florencia Gorchs, Ximena Berti y Eduardo Arroyo, dos amigos chilenos que nos hicimos con Marcelo corriendo La Misión.
En la general ganó una vez más Gustavo Reyes, neuquino, un habitual vencedor de casi todo en la Patagonia. En mujeres ganó Julia López de Bariloche. 27 de los 30 podios –había diez categorías-  son originarios de la Patagonia, o sea, locales. Patagónicos fueron los tres vencedores de mi categoría, en la que salí cuarto. Pero si tenemos en cuenta que el tercero me sacó casi una hora, no resulta posible atribuir su ventaja exclusivamente a la localía: hay diferencia de talento también. En mixtos ganaron Florencia Gorsch y Charly Galosi que compartieron el primer puesto luego de pasarse un equipo al otro muchas veces durante la carrera. La vigencia de Florencia como número uno del atletismo de aventura argentino ya es histórica.
Ahora, analicemos en serio y sin hojarasca el real valor de lo conseguido por este servidor: hice podio en el Cruce (en equipo, con Marcelo Rodríguez), es cierto, pero había 16 equipos en la categoría, o sea que el 30 % iba al podio, un podio accesible. En 4R había aún menos, solo 10 personas o sea que el 30 % iba al podio y ni así entré. Además, la categoría era 50+ con lo cual atletas de fuste pero de arriba de 60 como es Daniel Rearte, tenía que competir conmigo que tengo diez años menos, algo injusto. Cabe hacer notar que Daniel fue el atleta de más edad a completar la carrera, algo que por sí solo habla de su temple y valía. Por último, ¿hay gran mérito en haber corrido el triplete en un mismo verano? Tengo la certeza de que hay en la Argentina varios cientos, no digo miles, pero sí cientos, de personas en condiciones de hacerlo y de obtener mejores posiciones que las que obtuve yo. No lo ha hecho nadie antes porque o no se le ocurrió a nadie por ser un objetivo intrascendente, o tal vez sí se le ocurrió a alguien pero circunstancias laborales, familiares o financieras simplemente no se lo permitieron.
Terminé en algo menos de 14 horas, contento con lo conseguido, sorprendido de que el cuerpo continúe aguantando batallas. Estaba entero, sin molestias ni dolores ni calambres ni ampollas. Totalmente motivado para la próxima refriega que será Tandil el 13 de marzo. Tan bien me sentía que me parecía que todo lo que precisaba para correr otro día como este al día siguiente, era un plato de comida y diez horas de sueño. Quería que Tandil fuera el próximo domingo, no en dos semanas. Corrí todos y cada uno de los 320 kms que suman las tres competencias que mencioné, disfrutando cada metro, cada minuto, el viento en la cara, la transpiración en la frente. De la línea de llegada me fui corriendo –literalmente- a la ducha del camping, de allí a disfrutar un guiso gentileza de la organización con los colegas y sin más demora, me subí a un taxi que me estaba esperando para llevarme al aeropuerto de Bariloche pues el lunes a la mañana tenía, al igual que el viernes antes de volar a Bariloche, impostergables reuniones de trabajo aquí en Buenos Aires. “Living in the Edge” dice un amigo que es lo mío. Y sí, un poco es así. Pero a mí me gusta eso.