Pido a todos los atletas,
que retengan el aliento.
Lo pido en este momento,
pues voy a contar mi historia.
Fue allá en Villa La Angostura,
donde ocurrieron los hechos,
que por ganado derecho,
devendrán leyenda pura.
Le pido a Dios y a Marcelo,
que me salgan de testigos.
Naides lea con recelo,
pues es verdá lo que digo.
La Misión tiene por nombre,
esta extrema competencia
que exige de todo hombre
una cuota de demencia.
Kilómetros ciento cincuenta,
y montañas por doquier.
Es competencia tan cruenta,
que asusta hasta enloquecer
Se le animan solamente,
un puñado de valientes.
Corredores mal del coco,
Admirables, pero locos.
Vengan santos milagrosos,
Vengan todos en mi ayuda.
Que el cuerpo pide reposo,
pero el Guri Aznares me apura.
Vamos dejando los versos,
para pasar a la prosa.
No seré breve, le advierto,
pues fue muy “grossa” la cosa.
Todo empezó el miércoles 1 de diciembre de 2010. O mejor dicho no, en realidad todo arrancó exactamente un año antes, a principios de diciembre 2009, cuando con Marcelo Rodríguez debimos abandonar “La Misión”. Varios motivos nos llevaron a ello, entre otros el contar con un equipamiento demasiado pesado, y tal vez aún más importante fue el no contar con una cabeza del todo determinada a conseguir el objetivo.
“La Misión” es una competencia extrema, organizada por Jorge “Guri” Aznares en Villa La Angostura (VLA), provincia de Neuquén, Patagonia argentina, desde hace ya seis años. Consta de 150 kms en una sola etapa, a través de montaña con aproximadamente seis mil metros de desnivel vertical acumulado (DVA). El gráfico altimétrico adjunto da idea de los importantes desniveles que hubo que sortear pero si fue a partir de este gráfico que la organización calculó el DVA –y creo que así fue en efecto- lo subestimó, pues las “mini” subidas de uno o dos metros que hay en todo momento no son de esta forma tenidas en cuenta. Pero suman y no poco desnivel. La manera única y correcta de medir el DVA es con un GPS de montaña, pero los corredores no lo llevábamos porque está prohibido, porque no agrega valor y porque pesa mucho. La organización debería haberlo usado en sus inspecciones pero si lo hubiera hecho, el DVA no habría sido informado como de “6000”, número inverosímilmente redondo, sino de “6145” o similar.
Para que los no montañistas tengan una idea más cabal de los que seis mil metros de DVA significan, es bueno notar que para subir el Aconcagua, la montaña más alta del mundo fuera del Himalaya, hay que sortear un DVA de 2500 metros (el que hay de Plaza de Mulas a la cumbre). Esto en modo alguno debe llevarnos a concluir que La Misión es dos veces más difícil que subir el Aconcagua, para nada. Aquello ocurre a partir de 4500 metros sobre el nivel del mar y esto comienza en 800 y nunca supera los 2000, por lo que no hay en absoluto efecto altitud. Nada que ver, respetemos al coloso de América.
Durante la carrera uno recibe comida en dos puntos, ubicados de modo tal de dividir la carrera en tres tramos aproximadamente similares en distancia a recorrer. Es de una etapa y por tanto el tiempo que uno tome para descansar o dormir, corre en contra de uno. Se puede correr en equipos de dos personas o en forma individual. Se debe cargar la comida que uno espere consumir –menos la que puede comprar en esos dos puestos ya mencionados- así como calentador o cocina, bolsa de dormir, botiquín, carpa o vivisac. Todos estos elementos así como un mínimo de abrigo son obligatorios.
Debido a que el año pasado con Marcelo habíamos cargado “mochilones” enormes, durante todo este año investigamos las características del equipamiento ultraliviano disponible en el mercado mundial, muniéndonos de lo mejor en cada rubro. Así, bajamos el peso total en aproximadamente cuatro kilos y medio, lo que es una enorme diferencia.
Es obligatorio para todos los participantes pasar por un gran número de puestos de control y dejar constancia de ese paso. En algunos hay miembros de la organización que toman nota (estos puestos se llaman Control de Paso Obligatorio, o CPO), en otros, sólo hay una agujereadora que hace una marca especial sobre un plástico que carga cada corredor (esos son llamados Puestos de Control Virtuales o PCV). El omitir uno solo, alcanza para ser descalificado. El tiempo máximo para completar los 150 kms es de 76 horas.
La carrera comenzó, como decía, el primer miércoles de diciembre al mediodía en el centro de “la villa”, como llaman los locales a VLA. Lamentablemente llovió todo ese día, lluvia que al llegar a los filos y cumbres se transformó en nieve.
El primer gran obstáculo de la primera jornada fueron los filos y la cumbre del Cerro Bayo (1800 msnm), un centro de esquí de la región, al que subimos no por sus caminos vehiculares habituales sino por senderos. Al llegar arriba hacía mucho frío, soplaba viento tan fuerte que por momentos lo tiraba a uno del camino que quería transitar y la nieve agrietaba el rostro. Pero al menos todavía era de día.
No teníamos más que unas horas de carrera encima cuando nos perdimos, nosotros y casi todos al descender el Bayo hacia un puesto denominado “Fonseca”. Sucede que dos carteles impresos, o sea, señales obvias, se contradecían entre sí y todos atendimos al primero que aparecía, que resultó ser engañoso. Pero el extravío no nos retrasó más que veinte minutos.
En la misma jornada, todavía la primera, hubo que subir otro cerro, el Newbery, que con sus 2000 msnm conformaba el punto más alto de toda la carrera. Fue igual o peor que lo del Bayo, con nevisca casi horizontal que agredía los ojos, viento fuerte y en plena noche. Como esta subida al Newbery era particularmente compleja, decidimos hacerla junto a otra pareja de corredores. Allí fue que conocimos a Alberto Danieljil y Manfred Dürr, cuya amistad sería de muy lejos el mayor tesoro que nos dejó esta competencia. Con ellos corrimos hasta el final y ya van a ir leyendo todo lo que hicieron por nosotros.
Yo había decidido utilizar el “approach” alpino total, o sea, mínimo peso, siendo plenamente consciente de lo que esto implica en términos de falta de comfort. Así, debí encarar el temporal de nieve del Newbery con un abrigo tal, que no habría conformado a muchos ni para salir a la calle en una tarde de julio en Buenos Aires. Pero no sufrí demasiado del frío, no al punto de hipotermia al menos, que es lo que importa. Chris Bonington, el gran montañista británico que entre otros logros notables fue el primero en subir las Torres del Paine y la pared sur del Annapurna –y terminó siendo caballero del Imperio Británico, o sea, “Sir”- dijo una vez: “La medida de la calidad de un montañista esta dada por la cantidad de maltrato (the amount of shit) que está preparado para soportar sobre el cuerpo”. Yo iba preparado para aguantar mucho maltrato. Si uno se ponía los anteojos de seguridad, los mismos se manchaban de nieve y no se veía nada. Si uno no se los ponía, los copos horizontales, proyectados como balas por el viento, agredían el interior del ojo.
La primera jornada culminó a las siete de la mañana del jueves, luego de haber caminado diecinueve horas sin detenernos. Porque en “La Misión” la mayoría de nosotros camina, no corre. A paso vivo, con paradas muy breves, pero se camina. Otra cosa es imposible salvo para los de elite o muy buenos corredores, cuando el DVA es tan fuerte y se carga mochila. Dormimos en la primera estación de parada y comida provista por los organizadores, donde cenamos una carbonada –típico guiso argentino compuesto por arroz, carne, porotos y maíz- dormimos tres horas y media, desayunamos una hamburguesa y seguimos camino enseguida. Marcelo y yo contamos con idéntico equipo de pernocte, formado por vivac, colchón inflable y bolsa de dormir ultraliviana. Descansamos como en casa por un peso mínimo (1400 gramos los tres elementos). Casi nadie tenía equipamiento tan eficaz, por no decir nadie. Hay muchos corredores mucho más talentosos que nosotros dos y con mucho menos recursos materiales, que dormían en vivacs de poca calidad y sin bolsa de dormir. Uno tiembla de imaginar el frío que debe haber acompañado sus noches.
El término “vicac” o “vivaque” (este último es el más correcto y el que acepta la Academia, pero es de poco uso en Argentina), deriva del francés “bivouac” que quiere decir dormir a la intemperie sin carpa. Casi toda la terminología de montaña (piton, rappel, couloir, moraine, crevasse y tantísimas palabras más), como la culinaria, es francesa de origen pues el montañismo como deporte nació en los Alpes franceses a fines del siglo XVIII. El vivac es una especie de sarcófago de tela, dentro del cual uno coloca su bolsa de dormir. La bolsa protege del frío pero no del agua de lluvia o del rocío. De estos elementos, se encarga el vivac.
El segundo día iba a incluir un tramo de 14 kms de filos con muchas bajadas y subidas por acarreo (tramos de piedra suelta, donde no hay cómo pisar plano ni en firme pues es como canto rodado grande, todo se desliza ante la presión del pie) pero dada la tremenda dureza del primer día, fruto en parte del circuito y también de las condiciones climatológicas, el trayecto del segundo día fue alterado haciéndolo más sencillo. Terminó siendo de “apenas” dieciséis horas y sin tanto desnivel como el primer día.
En este día Marcelo trastabilló al cruzar un río y se mojó el brazo y parte del torso. No tenía ropa de repuesto y quedarse con ropa mojada es casi un suicidio. Alberto le salvó la parada prestándole un “polar” por todo lo que restó de la competencia. Prestar un abrigo en ambiente urbano lo hace cualquiera. Hacerlo cuando uno mismo lo puede necesitar y luego de haberlo cargado en la mochila a alguien que uno no conoce y que no lo ha cargado y no ha sido previsor como uno, para eso se requiere la grandeza y generosidad con la que Alberto y Manfred vienen dotados de fábrica.
Hablando de caídas al agua, Carlos Garnil que es médico, cayó a un río pero no como Marcelo sino plenamente, con todo su torso, durante la noche. No se cambió de ropa en forma inmediata y esto le provocó una arritmia cardíaca que lo llevó a abandonar y pedir rescate. Le mandaron un helicóptero con tres paramédicos graduados en Francia que, según el Dr. Garnil, cumplieron cabalmente con los protocolos de auxilio que esa situación requiere. Vaya esto como merecido elogio y agradecimiento de todos a la organización. Da tranquilidad saberse bien cuidado.
Llegamos a la una de la mañana del viernes al segundo y último puesto de comida de la organización. Aquí dormimos cuatro horas y comimos exactamente lo mismo que en el primero. A esta altura los abandonos superaban el centenar.
Seis y media del viernes iniciamos la tercera jornada, que para nosotros sería la última (hay quienes usan un cuarto día de carrera). Marcelo y yo no habíamos leído adecuadamente las instrucciones y no sabíamos por tanto que en los dos puestos de comida se podía adquirir snacks, o sea, galletitas, alfajores, etc. Alberto y Manfred sí lo sabían y tuvieron la precaución de cargar varias. Quien más las consumió no fueron ellos sino yo, pues claramente todos notamos que el azúcar me devolvía la fuerza y me era imprescindible. Ellos ni dudaron en darme no trozos de alfajor o galletas, sino unidades enteras.
En esta, la última jornada de marcha, a Marcelo se le rompió un cordón y nosotros no llevábamos de repuesto, lo que es un craso error. Manfred le dio uno. Luego cortó cordón Manfred y utilizó el segundo y último que cargaba. Increíblemente Marcelo cortó un segundo cordón y ya no había más, pues tampoco se podía pretender que Manfred cargara una zapatería. ¡Alberto le dio el cordel con el que sujetaba su navaja suiza! Cabe comentar también que cuando yo aflojaba un poco, Alberto me daba caramelos o se ponía al final –aunque era el más rápido de los cuatro en general- para que yo no me retrasara o hacía ambas cosas. ¿Habríamos nosotros completado la carrera sin Alberto y Manfred? Tal vez sí, tal vez no. Tal vez sí pero requiriendo mucho más tiempo, y esto se me antoja como lo más probable. Imposible saberlo a ciencia cierta pues no hay Historia de lo que no ha ocurrido. Pero de una cosa no hay la menor duda en la cabeza de Marcelo y la mía: les debemos esta carrera a estos desde ahora amigos por siempre y por eso este texto les va dedicado.
Si Ud. es seguidor de mis crónicas tal vez recuerde la de La Payunia. Allí me dieron ayuda igualmente enorme e igualmente solidaria Pablo Vidal, Diego Capurro, German Masut y Eduardo Gross. Por eso yo trato de hacer lo que puedo cuando un corredor me pide una mano: porque es mi manera de devolverle el favor a estos seis grandes tipos. A veces me pregunto si este deporte ennoblece a la gente o es que la gente de alma noble se vuelca a este deporte. El huevo o la gallina. Pero siento que el mundillo de los corredores es todo lo que el resto del mundo dejó de ser hace tiempo: una sociedad generosa y solidaria.
Finalmente llegamos nuevamente al cerro Newbery, que necesariamente debíamos volver a subir para pasar al valle del otro lado. Pero ahora era de día. Este fue el único tramo que yo lideré, tal vez porque si bien yo disfruto del monte, los cañaverales, los ríos y los valles, lo mío es la montaña. Allí donde la pendiente es por lo menos de 30 grados y no hay arbustos ni pasto ni árboles ni animales, solo piedra y nieve, ese tipo de entorno me motiva. Cuando llegamos a la cumbre del Newbery fue una explosión de felicidad. Sabíamos que de ahí en adelante, todo sería descenso. Al descender del otro lado hacia el valle del río Bonito yo continué en punta hasta que llegamos al bosque, lugar donde se termina la montaña. Entonces, hice como el jefe de los mineros chilenos que al salir de su cautiverio le “pasó el turno” a Piñera, su presidente, devolviéndole la punta a Alberto.
Las exigencias de navegación (término que aquí no tiene connotación náutica ninguna, se refiere a ubicarse en el mapa y encontrar la dirección correcta para llegar a destino con ayuda de la brújula) de esta competencia han ido decreciendo con cada edición. Antes era imprescindible, dicen, hacer uso inteligente de mapa y brújula, ahora basta con olfato y sentido común para adivinar por donde sigue el sendero –se usan mucho los senderos existentes en la zona- y se puede correr sin sacar el mapa ni una vez. Como contrapartida, la competencia se ha ido endureciendo en lo que tiene que ver con el requerimiento físico.
No nos habíamos perdido más que breves veinte minutos en toda la carrera y vinimos a perdernos faltando 600 metros para llegar a la ruta. Pues luego de 145 kms de montaña los últimos cinco son de ruta. Éramos un grupo de ocho corredores, noche cerrada y todo parecía perdido. Pero Marcelo vio una luz de una casa y se mandó hasta ella, cuyo dueño lo orientó. Para nuestra sorpresa, pues nos suponíamos todavía lejos de la “civilización”, estábamos a 300 metros de los hoteles y 600 de la ruta. Y la casa, que nos parecía separada de nosotros por un risco enorme, ¡estaba a 50 metros de simple bosque! El cansancio extremo y la noche se conjugaron para anularnos como atletas y navegantes.
Caminar 5.5 kms por la ruta fue el broche final. Aunque parezca mentira, él último que abandonó lo hizo en este tramo, cuando tenía la carrera “en el buche”. Como a la gloria se entra con la frente alta, faltando treinta metros con Marcelo decidimos correr para la foto. Así, pasamos bajo el gran cartel que reza “MISIÓN CUMPLIDA” y que marca el final de la carrera, llenos de alegría a las 00.11 del sábado, o sea apenas pasada la medianoche, luego de 60 horas y 11 minutos de carrera. Nuestra posición fue la 123 de 345 “entes jurídicos” como yo los llamo, o sea, números, competidores, algunos de los cuales son equipos de dos, otros personas individuales, o sea 36 percentil.
Vamos a algunos números adicionales para entender los resultados. En hombres ganaron Ignacio de Lorenzo y Daniel Pincu que luego de correr muy próximos uno del otro toda la carrera –porque ellos sí corren- decidieron llegar juntos. Ignacio “Rata” de Lorenzo fue el ganador del año pasado y el más legítimo ganador también de este año, aunque Daniel Pincú haya llegado con él. Sucede que quien lideraba y navegaba todo el tiempo, era el Rata, Pincú iba “a rueda” como diríamos en ciclismo. Pusieron 32.30 horas, algo increíble. En damas ganó Karina Popow que demoró 49.58 y se convirtió legítimamente en la “Primera Dama”.
Eduardo Arroyo y Ximena Bertie, dos chilenos radicados en Argentina que conocimos en el hotel, por aquello de que desayunaban en la mesa de al lado y palabra va, palabra viene, resultaron estupendas personas y con mucho disfrute y placer terminamos compartiendo con ellos gran parte de esos días en la Villa. Eduardo y Ximena resultaron tan notables corredores, que de haber corrido Ximena en individual –corrieron en equipo, pues son pareja en el deporte y en la vida- ¡habría salido segunda! Pusieron 52.30 horas. Eduardo tiene excelente manejo de computación y se quedó hasta las tres de la mañana la noche anterior a la carrera –no podía hacerlo antes porque el mapa es entregado la tarde anterior a la largada- preparando con ayuda de Google Maps una notable tabla de distancias y tiempos esperables. Yo la encontré tan bien hecha que le pedí una copia y lo increíble es que llegábamos a todos lados con diferencia de minutos respecto a su cálculo teórico, lo que da idea de su exactitud (él superó en horas su propia tabla)
Pablo Vidal, a quien ya mencioné por la amistad que iniciamos en La Payunia, llegó poco después que Ximena y Eduardo con 55.37. Sebastian Cuiña –hace lindos pases de fotos /videos de las careras en que participa- y su compañero demoraron 62.50. Claudio Teler quien como yo, escribe textos sobre las carreras, completó en 73.26.
Hablemos de los abandonos. En la jerga los llamamos DNF (Did Not Finish) y no es para nada una condición ominosa. A todos nos ha pasado alguna vez. No sé si es cierto que todo hombre tiene una noche de impotencia en su vida, porque yo no la he tenido nunca (de paso paso un aviso, recuerde que yo “sigo en el mercado”) pero sí es cierto que todo corredor abandona una carrera alguna vez y no por eso es menos nada. No atravesaron la meta 145 entes jurídicos (43 %, un porcentaje alto pero no el más alto de las carreras de aventura argentinas. En “Conquista tu Cumbre” de La Payunia, Mendoza, las carreras que organiza Pablo Bravo, abandonamos el 75 %). 196 llegaron a la meta, el último a las 19.45 del sábado, con 79.45 horas de carrera sobre su osamenta. Había corredores de Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Venezuela, Francia, Italia y Paraguay.
Corrieron muchos amigos, algunos terminaron otros no, todos tienen igual mérito pues lo más difícil, es prepararse un año para pararse en la línea de largada. Francisco Somoza completó, lo que lo hace uno de los corredores amigos míos que más kilómetros competitivos concretó en la segunda mitad del 2010 (corrió las maratones urbanas de Buenos Aires y Nueva York separadas por apenas un mes, la última de ellas hace un mes, además de la Short Mision de 40 k, y la Half Mision de 80 k). Lily Balesty, Enrique Palmou, Pablo Varan, Andy Pasman, Germán Abalos y Hernán Petruzzi no pudieron llegar a la meta este año, pero lo mismo nos pasó a nosotros el año pasado. Siempre hay una nueva oportunidad. Se sintió la falta de Marcelo Pueyo, amigo y gran navegador al que conocimos con Marcelo en La Misión 2009.
La carrera tenida por la más hermosa de Europa se llama “Ultra Trail del Monte Blanco”. Son 165 kms con 9000 metros de DVA (¡ahora Ud. ya sabe lo que esta sigla quiere decir!) en una etapa a ser cubiertos en un máximo de 46 horas. Da tooooda la vuelta a la mayor montaña de Europa Occidental, arrancando de Chamonix, la capital francesa y europea de los deportes de montaña, pasando por Italia y Suiza para terminar nuevamente en Chamonix. Para poder inscribirse se requieren puntos, que se obtienen corriendo por ejemplo la “Half Mision”, carrera que corrimos con Marcelo hace un tiempo y de la que encontrará un relato en mi blog, y esta que acabo de narrar o estoy narrando aún. Así que la estaré corriendo en agosto de 2011 con Eduardo y Ximena y si Dios quiere, con Marcelo también.
La entrega de premios tuvo lugar en el Centro de Convenciones el domingo a la tarde. Hubo allí un plato fuerte: las fotos de los tres fotógrafos que puso la organización, Eric Schroeder, Marcelo Tucuna y Jonathan Berger eran notables. Ahora no le hablo como corredor, sino como fotógrafo que también soy, aunque aficionado. Al verlas, yo lloraba como lloran los débiles, los mojigatos y los tontos. Pero como también lloran los héroes, los sensibles y en ocasiones los hombres. Procuraba que nadie a mi alrededor se diera cuenta pues todos estaban en ambiente festivo. Los tres fotógrafos lograron hacer carne del motto o lema de nuestro padre común, el fotógrafo francés Henri Cartier Bresson, que dijo una vez que de lo que se trata la fotografía, es de “capturar el instante”. Porque las carreras las hacemos los atletas, pero las inmortalizan y hacen eternas los fotógrafos. Nadie se acordaría de la Guerra Civil Española en la forma en que la recordamos si no fuera por Robert Cappa, ni de la epopeya de Sir Ernest Shackleton si no fuera por Frank Hurley. ¿Hubiera sido el “Ché” Guevara lo que llegó a ser sin la foto icónica de Alberto Korda?
Ha llegado la hora de ir cerrando estas líneas y explicar el título de las mismas. Apenas largamos la carrera, leí esta frase que iba escrita en la espalda de un corredor que marchaba delante de mí. Me gustó y me anclé a ella durante toda la carrera. No se precisa ser de élite para intentar lo más duro, nosotros ciertamente no lo somos. No se precisa ser joven en lo literal, nosotros tampoco cumplimos esta condición. Aunque en realidad yo considero la edad cronológica un índice totalmente irrelevante. Reinhold Messner, el mejor montañista de todos los tiempos hoy ya retirado, dijo una vez: “No soy joven ni viejo, soy fuerte”. Yo hago mía esa frase del italiano.
Llegué a Buenos Aires y me relajé escuchando por enésima vez el concierto de Berlín de Anna Netrebko, Rolando Villazón y Plácido Domingo en oportunidad del mundial de fútbol en esa ciudad. Nada como la buena música luego de una carrera. Yo tengo mil cábalas, una es ver “Carrozas de Fuego” antes de toda carrera y la otra escuchar este concierto luego de terminada. Mientras escuchaba La Traviata en las maravillosas voces de estos tres monstruos recordé que con Marcelo habíamos lamentado que por el extravío no pudimos llegar el viernes, ingresando apenas once minutos entrado el sábado. Entonces, a la luz del bel canto entendí todo. Que llegáramos once minutos tarde fue una decisión del Gran Hacedor, para que tuviéramos una meta motivadora y accesible para el año que viene: bajar “un día”, llegando el viernes.
Mientras todo esto cavilaba escucho a MOY (1) que desde mi derecha hablaba por primera vez en estos días
MOY: Coronel, cada vez lo entiendo menos. Se supone que Ud. es ateo, más que eso, Ud. se define como “radical atheist”. ¿Cómo me viene a hablar del “Gran Hacedor”?
Berni: General, siempre se aparece Ud. en mitad de las carreras, debe ser la primera vez en años que lo hace a esta altura de los acontecimientos. Bueno, mire, la vida es yin y yan. Good and evil. La luz es onda y fotón al mismo tiempo, ¿me explico?
Comenzaron a llegar los mails por decenas con felicitaciones por el logro obtenido, que yo había comunicado al mundo en un mail enviado minutos después de haber cruzado la meta. Uno de esos mails me impresionó particularmente y me quedará grabado mucho tiempo. Viene de un colega corredor que comparte padre y madre conmigo. Escribió: “Mi cumpleaños fue la semana pasada. Esta noticia fue el mejor regalo que recibí y que hubiera podido recibir o soñar siquiera”. Para que alguien disfrute tan intensamente de un triunfo ajeno como si fuera propio tienen que darse precisamente esas dos condiciones: Tratarse de un colega y de un hermano.
Nota del Editor: MOY, acrónimo de “Mi otro yo” es una especie de alter ego del autor. Lo acompaña en las buenas y en las malas de la vida desde hace 52 años. MOY es General y Comandante en Jefe del Pequeño Ejército Loco (PEL), institución sin armas de destrucción masiva y llena de libros de instrucción variada. En ese “ejército” el autor es Coronel, o sea, MOY es el jefe de nuestro Berni, ¿me entiende? Nuestro amigo no es el único escritor a haber deambulado por la vida acompañado de su otro yo. Antonio Machado, el gran poeta español escribió una vez:
Converso con el hombre
que siempre va conmigo,
quien habla solo, espera,
hablar a Dios un día.
Hechas estas presentaciones, vuelva donde estaba y siga leyendo, vaya.
Reconocimiento: Tal como lo indica la marca de agua de todas las fotos en su ángulo inferior izquierdo, las mismas fueron tomadas por Eric Schroeder, que sacó muchas más, todas muy buenas. Están a la venta y quien esté interesado puede verlas y adquirirlas en su sitio web que es:
http://www.ericschroeder.com.ar/archive.html