"If one had but a single glance to give the world, one should gaze on Istanbul."
(Si uno tuviera una sola chance de echar un vistazo al mundo, debería dirigir ese vistazo a Estambul)
Alphonse de Lamartine, viajero y poeta francés del siglo XIX
No debe ser esta seguramente la primera crónica de una maratón mía que Ud. lee. Sabe entonces que siempre contienen una visión del lugar a donde he ido a correr, que no hay para mí carrera “pura” pues me gusta tanto correr como viajar y conocer lugares y culturas. El Hombre, al menos este hombre al que Ud. está leyendo, es un crisol donde se funden variados intereses. La vida, mi vida, es un mar, que se alimenta de tantísimos afluentes. Habiendo corrido ya veintiuna maratones urbanas en diecinueve ciudades y otras dos de montaña, así como tres ultramaratones de montaña y seis “Columbia Cruce de los Andes”, me propuse buscar un destino exótico para la siguiente maratón. Y qué mejor que la única que se corre de un continente a otro y en una de las ciudades culturalmente más ricas y llenas de historia del mundo.
Estambul y Turquía, el destino de esta mi vigésimo cuarta maratón, jugaron y juegan un rol de gran importancia en el mundo por lo que hacia allí dirigí mis pasos.
En algún momento llamada Bizancio, Constantinopla en otro, hoy conocida como Istanbul en inglés, francés y otros idiomas occidentales, Istanbul pero con punto en la i en turco (hacen la diferencia los teclados turcos tienen dos teclas para la i, con y sin punto) y Estambul en español, esta ciudad es considerada con justicia la puerta de Oriente y también la única en el mundo que es occidental pero también oriental. Europea, pero también asiática. Concreción por excelencia de la fusión de religiones y con ellas de culturas, Estambul está en la lista de todo viajero que de tal se precie. Vaya a saber porqué el nuestro es el único idioma de caracteres latinos que no llama a esta ciudad Istanbul. Supongo que por el mismo motivo que llamamos Birmania a Myanmar: el uso. Es que los nombres de los países en castellano no los determinan los parlamentos ni los presidentes, ni siquiera los hablantes cultos (si me hubieran pedido opinión a mí entre ellos, yo habría sugerido Istanbul) sino los hablantes. A todas estas denominaciones agréguele Istambul e Instanbul, ambas erróneas pero de uso muy habitual en Internet. Finalmente, unas palabras sobre la acentuación: en Inglés se acentúa la “i”, en español y francés la “u” y en turco, la “a”.
Tiene 13 millones de habitantes, aproximadamente lo mismo que Buenos Aires si se incluye el “conurbano” o sea la aglomeración toda, no solo la Capital Federal. Fue capital del Imperio Romano de Oriente, luego del Bizantino y finalmente del Otomano. Con la creación de la República en 1923, la capital pasó a Ankara, donde permanece al día de hoy. Durante casi toda la Edad Media fue la mayor y más rica ciudad del mundo. Fue griega, persa durante muy breve tiempo, griega nuevamente, romana luego, bizantina a posteriori, latina un tiempo (esto quiere decir, dominada por los países católicos europeos que formaron las cruzadas), bizantina de nuevo, otomana muchísimo tiempo para terminar turca. Cómo no iba a ser el crisol de todas las civilizaciones.
Hecha esta culturosa introducción, muy al uso de Berni, vamos pues a lo nuestro, a compartir con Ud. mi visión de esta ciudad.
Siempre llego a las ciudades donde correré una semana antes. Esto es para superar el desfazaje horario (“jet lag”) para recuperarme de los largos vuelos en clase turista, los que siempre he considerado más agotadores que las mismas maratones, y sobre todo para conocer la ciudad que he elegido. Estambul no fue excepción y permanecí en ella siete días y ocho noches. Hay quien le dedica menos a esta ciudad. Es como dedicarle tres días a París, un absurdo. Pero cada uno viaja a su ritmo. El mío es lento, yo tomo cafés en los bares mirando a la gente, saco fotos y eso me implica pensar la foto, componerla, sacar el trípode si es necesario, etc., etc., etc. Cuando una guía dice que tal cosa llevará cuatro horas, yo sé que demoraré seis.
El viernes, día más relevante para la liturgia musulmana y en el cual la oración es obligatoria, fui a una mezquita en las afueras. Resultó ser una de los más importantes para el rito musulmán. Llegué justo cuando empezaba el rezo y era casi seguramente el único turista. Porque si Ud. no es capaz de diferenciar un turista de un local en Turquía, bueno, Ud. no sabe diferenciar el día de la noche o a un hombre de una mujer.
Sobre el final llegó un turista nórdico. A esa altura había pasado una buena hora. Luego de todo, sí, llegaron las hordas de turistas con impermeable desechable y guía con banderita. La mezquita estaba atestada, a cuatro capas, hasta la manija, por lo que muchos oraban y asistían al rito en el patio exterior. Como no pueden arrodillarse si no es sobre textiles y estando -se nota- los organizadores habituados al gentío, rápidamente extendieron decenas de alfombras de todo tamaño. Pero no alcanzaban y alguno usó su abrigo, esto ¡aunque el piso era exterior y llovía! No quiero pensar lo que le dijo la esposa al fulano cuando se apareció en casa con la campera sucia y mojada. Porque musulmanas o criollas, para estas cosas las minas son todas iguales.
Fue esta visita una importante experiencia cultural por lo que a continuación les narraré. Y conste que digo cultural y no mística porque nada hará nunca que este ateo tan convencido de su "fe" como Bertrand Russell o Richard Dawkins, pase un día a militar en las filas de los compradores de espejitos de colores, sean estos vendidos por curas, imanes o rabinos. Yo no solo no me convertiré en creyente, tampoco en orientalista. Lo mío no es ir por el mundo comiendo sushi o arroz con palitos, encendiendo sahumerios o haciendo Ohhhhmmm con las manos juntitas. Ateo y occidental, del talón al parietal.
Todo el mundo se daba cuenta que yo era sapo de otro aljibe. Pero nadie me miró mal, nadie me impidió entrar ni se dirigió a mí en mal modo. Saqué fotos de a decenas pues los rostros eran increíblemente turcos y fotogénicos. Mi cámara es réflex y por tanto hace ruido, esto es inevitable, no es como las digitales “comunes” que son silenciosas. A nadie le molestó ni me hizo señas de “callate, tomatelás”. Yo no he visto nunca tamaña tolerancia en una iglesia católica. Prueben a sacar fotos durante una misa o a irse en la mitad de ella, os lloverán miradas filosas como dardos y quizás un llamado al orden. Y menos aún en una sinagoga, pues la única vez que quise entrar a una me negaron el acceso. Y eso que creo que paso mejor por judío porteño que por musulmán turco. En ninguna mezquita me pidieron dinero ni cobran entrada. Ni siquiera en la maravillosa Mezquita Azul donde si cobraran veinte dólares la gente los pagaría porque los vale. Pero tanta tolerancia es propia de los turcos, no del Islam. En los países árabes está prohibido el ingreso de no musulmanes a las mezquitas.
Como la expo de la maratón estaba a metros, allí fui aunque ya había retirado mi “kit” el día anterior pues sabía que encontraría fideos abundantes y “tobara” (porteñismo por “barato”). Fue casi así, porque eran gratis, no baratos. Cuando fui a repetir y como estaba solo, dejé desatendida mi bebida que el hombre de limpieza tiró a su bolsa de basura antes de que yo retornara a mi mesa. Supongo que puse cara de lamentarlo porque un señor mayor que todo lo presenció fue a buscar otro jugo y me lo trajo.
Finalmente fui a escribir estas torpes líneas –directamente en el celular, ya no escribo casi nada a mano- a un bar de la expo cuyas mesas son estilo turco, o sea bajitas. Mi pierna cruzada, mi cuerpo cansado tirado malamente en el sofá hacían que sin darme cuenta la planta de uno de mis pies rozara la superficie de la mesa. El mismo señor mayor del jugo se me acercó y con una mezcla de mirada y gesto, pero ambos desprovistos de sonido como película de Chaplin me dijo: "eso no está bien" por lo que le pedí disculpas en algún idioma y me senté derecho.
Si uno tiene la idea de que todos los musulmanes son talibanes intolerantes debe viajar a Estambul. Si uno cree como Sam Harris ("The end of faith", lo leí enterito en los dos vuelos que tuve que tomar para llegar a esta ciudad desde Buenos Aires, donde vivo) que sí tenemos una guerra con el Islam y no solo con Al Qaeda y los terroristas islámicos, debe viajar a Estambul.
Pero ojo, no toda Turquía es como Estambul. El encargado del desayuno, de quien me hecho amigote tiene todo el perfil de Berni hace treinta años: deseoso de dejar su país y conocer el mundo, está terminando Administración de Negocios en la universidad y estudia inglés, lengua en la que se comunica muy bien. Solo lo ha estudiado un año y lo habla como yo que al asunto le he puesto una vida, lo que muestra su primera diferencia con Berni: él es inteligente. Hablando de Oriente y Occidente y de tolerancia me dijo cuando le conté lo acontecido en la mezquita y que Ud. ya conoce: “No toda Turquía es así. Yo soy del interior y cuando hablo con extranjeros mis amigos de allá me dicen: ¿Para que hablás con él? No es turco, no es musulmán, no es puro".
En Estambul hay 2944 mezquitas, lo que parece muchísimo aún para una población de 13 millones de habitantes, esto da una mezquita cada 4400 habitantes, una densidad de templos religiosos que me cuesta creer se repita en ninguna ciudad del mundo. Ciertamente no en Occidente. Hay iglesias ortodoxas griegas, y también católicas y sinagogas. Pero claro, ni remotamente en la misma cantidad.
Las mezquitas siempre tienen una gran cúpula y a veces, muchas veces, muchas más, tanto en su edificio principal como en los accesorios que las rodean. Esto podrá verlo Ud. en las fotos que he tomado y que puede ver en mi blog. Por eso se conoce a Estambul como “la ciudad de las cúpulas”.
Y hablemos de la seguridad en la ciudad: yo caminé los “cien barrios estambulíes”, incluyendo los humildes y nada turísticos. En ocasiones, lo hice bien entrada la noche. Entre las fotos que pueden ver hay una tomada en noche cerrada en un callejón desierto donde solo había dos grandulones charlando en un umbral totalmente oscuro (la única luz de la foto es del flash). ¿Qué creen que le hubiera pasado a un extranjero munido de una costosa cámara de fotos en esas condiciones en Nueva York o Buenos Aires? Pues en Estambul lo que ocurrió es que los chicos saludaron a la foto. Uno puede atravesar pasadizos bajo autopistas por la noche sin que lo asalten y sin encontrar basura ni olores, porque aquí nadie orina en un túnel. El barrio donde me alojo tiene más turistas por metro cuadrado que la manzana en torno de la Torre Eiffel. Sin embargo, nunca un arrebato ni un grito de un japonés o alemán del tipo. “¡A él! ¡Me acaba de robar la cartera!” Vi muy pocos mendigos en Estambul y absolutamente ninguna persona en situación de calle. Tampoco me topé con ningún barrio precario (llámense villas miserias, chabolas, favelas o cantegriles).
Quizás Estambul sea el último bastión de tolerancia en el que tanto Oriente como Occidente deberían abrevar. Pero muchos motivos están islamizando año a año a Estambul, expeliendo extranjeros -griegos y judíos casi no quedan- y si esto sigue así tal vez pierda esa cosa indescriptible de fusión que hoy tiene. Tal vez deje de ser la puerta cultural de Oriente para serlo solo geográficamente. En septiembre de 1955 hubo un ataque de hordas de turcos, organizados y alentados por las autoridades, que robaron y destruyeron decenas de tiendas y casas propiedad de griegos –rumíes, llaman a los griegos los turcos- Decenas de mujeres fueron violadas, todo fue saqueado e incendiado y hubo unos cuantos muertos. Lo que ingresó en la Historia como el “pogromo de Constantinopla” duró dos días en que las autoridades turcas dieron “zona liberada” a las hordas a las que les permitieron hacerse con todo lo que saquearan. Al día de hoy, cincuenta y cinco años después, se ven muchas casas de madera incendiadas en el que entonces era un barrio básicamente “rumí”. Yo recordaba con tristeza todo esto al caminar por las calles de un barrio que nunca se recuperó de esos días. Triste recuerdo de la peor parte de la historia de Estambul. A principios del siglo XX había unos 120 mil griegos en la ciudad. Hoy son unos dos mil, pues casi todos se fueron luego de esos sucesos. Es cierto que esto pasó hace mucho, pero ¿cómo olvidarlo?
La única cadena de televisión que mi hotel tiene en un idioma que yo entienda es Al Jazeera, la CNN árabe. Nunca la había visto y ni sé si la tengo en casa. Esta muy bien hecha técnicamente, nada que envidiarle a las occidentales. Tiene un sutil, delicado favoritismo por la causa palestina y árabe en general así como un sutil antiisraelismo. Pero nada extremista, si no yo no la hubiera tolerado. Y Fox en EE.UU. es más "biased" (parcial) así que no pidamos objetividad que nadie ofrece totalmente. El escritor de moda es sin duda Orhan Pamuk, también muy reconocido en Occidente desde hace mucho. Yo he leído un solo libro suyo que recomiendo mucho a futuros visitantes de esta ciudad. Se titula “Estambul – ciudad y recuerdos”, y consiste en la narración de su infancia en esta urbe, pues Pamuk es estambulí.
Mis vagabundeos me llevaron una vez a un bar típicamente turco. Derruido de pintura, sillas flojas. Máquina de café de un siglo, ya van a ver las fotos. Lleno de turcos jugando naipes y dominó y fumando. Ni un turista pues lo consideran “off limits”. Límites que se ponen ellos, los turistas no viajeros, pues no lo hacen los turcos, nunca vi pueblo más tolerante hacia el extranjero.
No hay opción de café de filtro o Nespresso –así llaman al instantáneo, obviamente por la marca de la multinacional suiza- para el café como en los bares para turistas, solo café turco. Y mientras que en los demás lugares vale cinco liras turcas aquí cuesta dos. Lo mismo para un turco que para mí, nadie piensa en la posibilidad de cobrarme más caro. El mozo fumaba y por supuesto no hablaba una palabra de inglés. En la pared una foto de Atatürk cortada de una revista. Atatürk fue una mezcla de Perón por su liderazgo y carisma, de Batlle por su laicismo y de Adenauer por su capacidad de hacer una república sobre las cenizas de un régimen autoritario y superado por la historia como fue el nazismo para Adenauer y el Imperio Otomano para Atatürk.
El bueno de don Atatürk (se llamaba en realidad Mustafá Kemal, Atatürk fue el seudónimo con que entró en la Historia, quiere decir “padre de los turcos”) merece un párrafo aparte. General del ejército otomano, fue quien condujo a los turcos en una de sus escasas victorias en la Primera Guerra Mundial, como fue la batalla de Gallipoli en que derrotó a australianos, neocelandeses e ingleses (victoria algo pírrica puesto que las bajas otomanas fueron tremendas, muy superiores a las del Imperio Británico y porque no impidió que el Imperio Otomano aliado con Alemania igual perdiera la guerra). Respecto de esta batalla, le recomiendo vea la película “Gallipoli”, en la que actúa un veinteañero Mel Gibson. No solo es una gran película del género bélico, es la segunda mejor película de atletismo después de “Carrozas de Fuego” que yo haya visto y creo haberlas visto todas. No voy a explicarle por qué, véala. El director es el mismo que dirigió “La Costa Mosquito”, otra gran película.
Estábamos pues con Atatürk. Gallipoli lo hizo famoso en toda Turquía y luego de la guerra derrotó también una invasión griega. El aura así obtenida le permitió concretar su aspiración política y en 1923 terminó con el Imperio Otomano, declaró la República Turca y reformó a fondo el país. Entre otras cosas, separó la religión del estado –es al día de hoy el único país en todo el Medio Oriente, musulmán o judío que puede considerarse laico-, abolió el Ministerio de Culto, pasó las escuelas que de él dependían –obviamente islámicas y que dejaron de ser tales- al Ministerio de Cultura como debe ser, dio el voto a la mujer (hombre, yo dije que fue un gran estadista, no que haya sido perfecto) y abolió también el Califato. El Califato era a los países musulmanes lo que el Comisario Político en tiempos de Stalin al Ejército Soviético. O sea, una autoridad ideológica que se imponía en paralelo a la autoridad jerárquica normal. Los estados musulmanes tenían entonces un Califa que gobernaba según los preceptos de la religión islámica en paralelo a intendentes o gobernadores. Atatürk acabó con esta payasada. Y no solo esto le deben los turcos. Si no hubiera sido por él, la caída del Imperio Otomano hubiera terminado con su desmembramiento y reparto entre los países ganadores (Grecia le tenía un hambre bárbara a la costa del Egeo, Rusia a los estrechos que le permitían acceso a aguas “calientes” o sea, que nunca se congelan, Italia y Reino Unido también querían una tajada) y los turcos hoy serían como los palestinos siempre o los armenios hasta hace muy poco: un pueblo sin estado.
Por todo eso se entiende que la foto de Atatürk se pueda encontrar en oficinas y bares aunque no es para nada obligatorio exhibirla. En el bar típicamente turco del que he hablado antes uno encuentra al bueno de Atatürk mirando desde la pared como sus modernos compatriotas juegan dominó o naipes. Y hasta en un puente que atravesamos durante la maratón había un retrato de Atatürk.
Unificó la currícula escolar primaria y secundaria eliminando la enseñanza religiosa (aunque siguió habiendo educación religiosa terciaria). Lamentablemente desde mi punto de vista, en esto se fue para atrás luego de su muerte y hoy hay colegios religiosos en Turquía.
Tenía cosas en las que resulta increíblemente parecido a José Batlle y Ordoñez, un ex presidente del Uruguay tan obsesivo con la laicidad como Atatürk. Por ejemplo, forzó por ley a los funcionarios públicos a renunciar al tradicional sombrero turco o fez por el occidental, pues entendía que si algo era occidental, era mejor. Como Batlle, llevaba las cosas a extremos ridículos. También prohibió las órdenes religiosas y la poligamia e implantó el matrimonio civil. Antes de Atatürk la justicia era islámica. Él abolió estos tribunales e implementó un código civil basado en el derecho europeo. Unificó la educación de niñas y varones e hizo que la ley tratara a la mujer igual que al hombre en temas de herencia y divorcio.
Cambió el alfabeto árabe por el latino, lo que facilitó a muchos turcos analfabetos el dejar de serlo pues es claramente más sencillo aprender a escribir con estas letras que Ud. está leyendo, que con los caracteres árabes. El porcentaje de analfabetos bajó de 90 a 30 % en dos años. Entendámonos bien: no cambió el idioma, sino los caracteres con los que se lo escribe.
Gobernó como primer presidente de Turquía hasta su muerte en 1938 (probablemente debida a cirrosis originada en su excesivo consumo de alcohol). Al día de hoy, el aniversario de su fallecimiento se recuerda con un minuto de silencio en el que todo el país para (exactamente igual a lo que ocurre en Israel en el aniversario del Holocausto, hasta donde sé, son los dos únicos casos en el mundo de una celebración o recuerdo de estas características). Esto incluye todo, hasta los peatones y los autos por la calle. A mí siempre me ha chocado del comunismo, entre otras cosas, el culto a la personalidad y esto algo de eso tiene. Pero creo que no es excesivo y don Ata se lo ganó en buena ley. Cuanto más estudio su vida, más lo admiro. Si yo hubiera sido presidente, no hubiera hecho nada diferente a lo que él hizo. No se podía hacer más, ni mejor, ni más rápido. Fue, junto con Churchill, Adenauer y Mandela, uno de los más grandes hombres del siglo XX. Sin Atatürk, hoy Turquía sería Afganistán o Irán.
No he podido averiguar exactamente qué rol tuvo Atatürk en el genocidio armenio, si es que tuvo alguno. Era general en ese momento pero eso no lo hace necesariamente culpable. Lo que sí es un hecho, es que ya presidente, amnistió a los tres ministros del gobierno que perpetró el genocidio y que habían sido encontrados culpables. Debo decir también, en honor a la verdad, que la comunidad Armenia sí lo considera responsable y que se opuso a la inauguración de un busto en su homenaje que iba a ser instalado en Buenos Aires. No pienso claro ahondar en un tema tan complejo como el genocidio armenio, pero una de las defensas esgrimidas por los turcos es que fue perpetrado no por la República de Turquía sino por el Imperio Otomano, una entidad política diferente. Sería como si la actual República Francesa se considerara inocente de las persecuciones a los judíos realizadas por la Francia de Vichy. En política hay algo que se llama continuidad jurídica de los estados. La Francia de hoy ha aceptado asumir Vichy –lo hizo Chirac- y lo mismo debería hacer Turquía. Caso contrario, llevado este argumento a Alemania, la actual Alemania no debería asumir cargo alguno del nazismo, pues sin duda era otro estado.
Turquía tiene en la actualidad un gobierno diferente, no laico pero tampoco islamista extremista, sino moderado. El Primer Ministro desde 2003 –reelegido en 2007- es Recep Tayyip Erdogan quien acaba de hacer aprobar en referéndum un conjunto de leyes para disminuir el rol tutelar que el ejército siempre tuvo en la vida política turca. La esperanza que yo y muchos tenemos, es que Turquía sea por su tamaño y notable condición de ser al mismo tiempo un estado predominantemente musulmán pero moderado y también laico, el ejemplo donde se miren los otros países islámicos. Es bien posible que Erdogan sea reelecto por segunda vez en 2011 luego de este triunfo en el referéndum el pasado mes de septiembre. Claramente, apunta a pasar a la historia como un Atatürk islamista. Muchos de mis amigos ateos y laicos como yo lamentan la marcha atrás en el “kemalismo” (así se llama a la ideología de Atatürk, recuerde que Kemal era su apellido) que Erdogan implica. A mí no me hace ruido su islamismo moderado, lo que me preocupa es el extremista de Ahmadinejad entre otros. Además, el laicismo de Atatürk fue impuesto a la fuerza en la sociedad. Es difícil no reconocer que los derechos de los creyentes fueron pisoteados con el objetivo de construir una sociedad laica y casi diría, sin religión. Yo amaría vivir en una sociedad sin religiones, pero no quiero llegar a ella por la fuerza. El fin, no justifica los medios.
Otra gran cosa de este país es que aquí a nadie le molesta que uno les saque fotos. Nadie jode con esa huevada del derecho a la imagen como en Europa. Es el paraíso del fotógrafo: construcciones hermosas, rostros fotogénicos y libertad para disparar a voluntad y a quemarropa. En otra oportunidad fui a un fumadero. No fumé, claro, pero permanecí allí una media hora sacando fotos. En una sala redonda, cual mezquita pequeña, muchos hombres veían un partido de fútbol en un LCD de gran porte. Todos fumaban en narguiles, esas pipas de agua que se han hecho famosas. Así que imaginen el "espesor" del aire.
Aprendí en estos días sobre Pierre Loti, un escritor francés que amaba el Medio Oriente. Vivió una vida aventurera de sueño y escribió muchos libros sobre la Estambul de su época. Un bar que inmortalizó en sus novelas lleva hoy su nombre. Era como Lawrence de Arabia, militar de su país y medio espía. Como el inglés, vivió y viajó a principios del siglo XX. Pero ahí terminan los paralelos pues mientras a Lawrence de Arabia el intimar con las locales no estaba en su “to do list” (era sexualmente desinteresado, como Gardel), el francés Loti por el contrario, era más parecido a Picasso, digamos: turca que se le ponía delante…
Una tarde compré tres tonterías en un bazar de porquerías. Seguramente hechas en masa en China a juzgar por el precio –un fez, el tradicional sombrero turco troncocónico por un euro-. Una costaba cinco liras turcas, otra dos y la otra no tenía precio pero cabía presumir que costaría dos. Le di diez liras turcas. Me dijo que eran siete, a lo cual le dije que no era posible, que tenía que ser más y le expliqué la matemática arriba detallada. Insistió. Insistí yo también una vez más. Insistió de nuevo, así que pagué siete y me fui, no me iba a quedar discutiendo todo el día. Pero fue el mundo totalmente al revés de como dicen que es, los turistas deben regatear en Turquía se supone, no pagar más de lo que les piden. Pero es que yo creo que uno no debe estafar a nadie y el precio ya era bajísimo y había un cartel enorme en inglés que decía: "nuestros precios anunciados ya son los mínimos. Por favor no nos insulte regateando".
Estuve en el harem del Sultán (tal el nombre del cargo del emperador otomano), parte del enorme palacio de Topkapi que fue residencia del Sultán durante la mayor parte de los casi 500 años que duró este imperio. Increíble, una institución tan absurda como el harem duró hasta 1922 (mi machismo es una pose señora, no se confunda, soy un quía moderno), ya terminada la Primera Guerra Mundial que fue la Guerra de Malvinas del Imperio Otomano, el mazazo que dio por tierra a un oso que se tambaleaba. El harem ocupa un área enorme, con habitaciones lujosísimas, pileta, patio, pero ni una ventana al exterior para que a las minas del Sultán no las “pispeara” nadie.
Al caminar por los interminables salones y jardines del palacio imperial, uno, claro, no puede menos que dejarse llevar por la imaginación hacia los tiempos del apogeo del Imperio Otomano. Llegó a dominar veinte millones de kilómetros cuadrados (el Imperio Romano regía cinco millones en su apogeo, pero el de Felipe II debe haber sido superior en área, aunque no encontré el dato en Internet) y junto con el Romano, Español y Británico, fue seguramente uno de los cuatro más trascendentes imperios de todos los tiempos.
En uno de mis extensos vagabundeos por los barrios no turísticos de la ciudad, me encontré necesitado de usar un baño público. Hay muchos y todos están limpios. Tenía las monedas preparadas para darle al señor que mantiene limpio el lugar cuando al salir, otro caballero, un usuario como yo, me dice algo. Les aclaro que de turco este servidor no entiende ni jota. Lo mismo me pueden estar elogiando que mentando el honor de mi madre y no me daría cuenta si se trata de lo uno o lo otro. Así que yo no tenía como saber qué me quería decir. Pero el internacional lenguaje de los gestos me hizo entender que el señor me hacía notar que yo estaba abandonando el recinto sin lavarme las manos luego de usarlas para sostener el miembro, algo sucio para él. Tuve que volver y lavarme.
Llegó así la noche previa a la carrera. Hasta ese momento todos los días había llovido pero sin tormenta. Esa noche, sin embargo, se lanzó una tormenta de truenos fuertes como explosiones, tan fuertes y tan parecidos a bombas, ¡que yo pensé que era la flota cruzada que volvía a recuperar la ciudad para Occidente!
Y amaneció el domingo, día de la maratón, sin lluvia por primera vez. Prueba de que no solo corre el dios cristiano, también lo hace Alá. Un bus nos llevó de la explanada donde está la que en tiempo del Imperio Bizantino fue la catedral de Santa Sofía hasta Asia donde comienza la carrera, o sea, al otro lado del puente del Bósforo (construido en 1973, hasta entonces no había cómo cruzar que no fuera por barco).
Santa Sofía fue convertida de catedral católica en mezquita el mismo día de mayo de 1453 en que los otomanos tomaron la ciudad. Tal es su fuerza simbólica que Atatürk, al tomar el poder, la convirtió en museo y cesó de ser mezquita, como forma de reconocer que no era de nadie sino más bien de todos.
La carrera se lanza de Asia para cumplimentar eso de que es intercontinental, pero en Asia se corren no más de 50 metros, sin exagerar. Si tenemos en cuenta que de aquí el Estrecho de Bering hay más de ocho mil kilómetros (8011 según Google maps) ¡No es mucho!
En la línea de largada había dos mujeres musulmanas, vestidas con hijabs. El hijab es la más “light” de las vestimentas femeninas islámicas, que deja a la vista la totalidad de la cara y las manos pero nada más. El resto va cubierto de negro, de los pies al pelo. Llevaban el dorsal de maratón completa (porque había también 15 kms pero los que corrían esa distancia tenían dorsal de otro color) y calzaban zapatillas deportivas. Si llegaron a correrla y la completaron, lo que no me consta, su logro es comparable al del indio brasileño que corrió al lado mío y de Marcelo Rodríguez la maratón de Río de Janeiro, descalzo, ¡y con corona de plumas en la cabeza y falda de cáñamo como calza!
En Estambul hay menos mujeres con vestimenta islámica que en las naciones de la península arábiga, pero es claro, más que en cualquier ciudad de las que uno está habituado, donde son realmente excepcionales. El ejercicio masculino que estas prendas generan es del tipo: “¿Qué tal estará esta mina? Por los ojos y las curvas pinta bien…”
También había justo a mi lado un escocés que corría con sandalias. Le pregunté si ya las había probado antes en carreras de fondo y me dijo que no, que era la primera vez. Dudo que haya llegado muy lejos el paisano de Sean Connery.
Como en la maratón de París que llega al Grand Palais o en la de Londres al Palacio de Buckingham, el final está lleno de “grandeur”. Se atraviesan los jardines del palacio imperial de Topkapi del que ya he hablado, para salir por una de sus principales puertas, pasar frente a Santa Sofía, luego frente al obelisco egipcio de nada menos que 3500 años de antigüedad traído por el emperador romano Teodosio y terminar bajo los pies de la Mezquita Azul, de la que se dice es el templo más hermoso de todo Oriente. Cuatro obras imponentes de la antigüedad, una inmediatamente después de la otra.
Como dije, no llovió, con sol a pleno sin casi nubes. Diecinueve grados al empezar, veintiuno al terminar. Los dos últimos kilómetros en subida, lo que los hace muy duros. Terminé sin calambres ni problema gástrico alguno, ni hipotermia ni nada. Pero con los músculos muy rígidos, me costaba caminar. Humedad 61 %, vientos de 8 k/h o sea muy leves.
Puse 3.47.48, lejos de mis 3.29.45 en Río de Janeiro en 2009 y mucho más lejos aún de mi plusmarca de 3.20.20, obtenida en Barcelona hace tres años. Pero hay que tener en cuenta que apenas seis semanas antes había corrido una ultramaratón de 80 km de montaña con nada menos que 3000 metros de desnivel vertical acumulado. Gastón, mi entrenador, me había advertido que la recuperación no iba a ser completa en ese breve espacio de tiempo. Pero el objetivo no era hacer marca sino agregar una maratón hermosa a mi CV y seguir manteniendo mi reputación, de la que estoy muy orgulloso, de ser el maratonista rioplatense -argentino o uruguayo- que ha “maratoneado” en más ciudades y continentes del mundo. Terminé en la posición 268 de 1039 hombres que completaron –26 percentil-. No hay resultados por categoría, algo increíble. El ganador de esta, la trigésimo segunda edición de esta competencia fue el keniano Vincent Kiplagat con 2.10.39, que es desde ahora nuevo récord del circuito.
La maratón no califica ni puede ser comparada a las famosas europeas o norteamericanas –ni siquiera a la de Buenos Aires- en términos de organización. Corrían apenas 1500 personas –compare Ud. esto con los 35 mil con los que compartí la maratón de Berlín- y no había marcas de km más que cada 2.5 kms, lo que ciertamente no es lo ideal. Para peor, yo estaba sin GPS, -en reparación en Buenos Aires- y contaba solo con un cronómetro. Al no haber marcas cada kilómetro, el cálculo del ritmo y su mantenimiento se dificultan.
El lunes posterior a la maratón me topé en mi paseo sin rumbo con un gran cartel de la carrera en tela vinílica colgado entre dos columnas de alumbrado público. Como tenía impresa la fecha, no podía ser usado el año que viene por lo que no me sentí con culpa de traérmelo de recuerdo. No fue fácil porque estaba atado con gruesos precintos y sogas, pero si el Muro de Berlín no se me resistió y tengo un trozo en casa, una lona no iba a poder conmigo. Un fierrito de la calle para quebrar los precintos por torsión y una botella rota para cortar las sogas, dejaron el enorme lienzo en el piso. Instantes después, el bonito cartel ya estaba plegado en mi mochila de paseo. No pasó un minuto antes de que dos motos de la policía, con dos agentes cada una, se pararan frente a mí. Recordé la película “Expreso de Medianoche” y juro que un sudor frío cubrió mi frente. Pero por suerte los policías no habían parado por mí, sino para hablar entre ellos, lucky dog.
El hotel donde me alojé se llama “Oceans7” y lo saqué como siempre de Venere.com. Resultó excelente. Se ve la Mezquita Azul desde la ventana, o sea está muy bien ubicado, en el barrio de Sultanahmed, la zona donde se encuentran los más importantes monumentos históricos. Cama cómoda -y yo disponía de dos- agua caliente abundante a toda hora y un razonable tamaño de cuarto. Odio esos cuartos de capitales europeas donde no entra ni la valija en el piso. Desayuno buffet y noches silenciosas. Tiene manchas de humedad porque estoy en el piso superior y como he contado, llueve mucho. Pero a mi eso no me molesta. Y el precio fue muy razonable (45 euros por noche)
Estambul es todo lo que se dice que es y que yo soñaba en materia de mezcla de Occidente y Oriente. No hay nada igual. Es el primer país verdaderamente extranjero que visito en mi vida. EE.UU., Francia, etc., esos son todos barrios de Occidente. Fue esta también mi primera visita al Asia porque si bien he estado en China, un breve confinamiento en una celda del aeropuerto no califica como visita.
Llega así mi último día. Escucho al muecín llamar a la oración, lo que ha ocurrido diariamente, cinco veces por día, con ese llanto lento y triste como un tango que lo caracteriza. Y lo curioso es que creo que voy a extrañar la rutina de esa convocatoria que se desparrama por la ciudad inundándola de sonido como hace el Mercado Egipcio de Especies con los aromas.
Porque Estambul, es una magia que nos sigue.
“Yo siempre quise agradar a la gente. Por eso doy gracias a Dios por esa maravilla que es el don de escribir”
Anne Frank, transcrita en una pared del museo que lleva su nombre en Ámsterdam.
