¿Nunca se preguntó que sienten los que llegan últimos en las carreras? ¿Donde buscan motivación, como consiguen seguir y continuar entrenando para la próxima carrera en que, invariablemente, también serán últimos?
Alberto Salazar, gran maratonista cubano norteamericano de los 80 dijo una vez refiriéndose precisamente a los corredores más lentos. “Sinceramente los admiro. Yo nunca podría correr seis horas seguidas”.
Ellos ponen hora y media para los 10 K, tres para la media, seis o más para una maratón. Ellos no cuentan con la enorme motivación adicional que da el hacer un podio de tanto en tanto, o el llegar y ver llegar luego a amigos y felicitarlos. Ellos nunca pueden felicitar a nadie que llegue después.
Pero porque pese a ello siguen corriendo, son, para mí, los verdaderos héroes de la carrera. Yo quise sabe qué se siente llegar cuando ya todos lo han hecho, estar entre los últimos. Así que en la carrera de Amcham (yo voy a morirme sin haber hecho nunca mío ese hábito barbárico que ha devenido moda en Argentina y que consiste en denominar “maratón” a las carreras de cualquier distancia) de 10 K que tenía lugar hoy en Palermo, y aprovechando que terminaba exactamente en el mismo lugar donde había empezado –es lo habitual, pero no siempre ocurre- continué corriendo una segunda vuelta. Los primeros kilómetros de estos segundos diez K fueron en total soledad. Nadie entendía para donde iba, qué estaba haciendo. Demasiado rápido para ser un corredor tan atrasado, demasiado solo para ser un corredor más o menos bueno. Hasta habían levantado los carteles indicadores de la distancia, lo que no me preocupaba para conocer la distancia recorrida –tengo GPS- sino porque al menos eran marcadores de camino, como las piedritas de Pulgarcito. Pero por suerte yo había memorizado fotográficamente el circuito en mi “disco rígido”. Hombre, quise decir en mi memoria, marote, balero, cabeza, que yo soy muy flexible en todo y de rígido no tengo nada, créame.
En el kilómetro cinco vi el arco y la hidratación y mi GPS marcó exactamente 15.000 metros. O sea, estaba en camino correcto, no me había desviado un ápice. Mi objetivo era no ser el último. Esto no iba a ser sencillo pues el análisis de los tiempos insumidos por los corredores del fondo del pelotón en varias careras anteriores de 10 K me indicaban que demoraban de 83 a 97 minutos. Yo nunca podré hacer 20 K en 83 minutos. Mi plusmarca para la media maratón es de 1.32.50, lo que da 1.27.41 para los 20 K o sea algo menos de 88 minutos. Y una plusmarca, chaval, no se hace así nomás, un día cualquiera y menos a mi edad, que ha pasado el medio siglo hace dos febreros. Pero cuento con Ud. Para que este dato etario no tome estado público. Es que las damas, vea, por mi buen semblante y aspecto juvenil me dan apenas 35 y si se enteraran... Para no ser el último, estaba pues jugado a que los últimos de esta carera fueran suficientemente lentos.
Kilómetro 8 y me alcanza la bicicleta que en todas las carreras, cierra el pelotón levantando “cadáveres”, o sea, mandando a los últimos corredores a la vereda pues se termina el horario permitido por la municipalidad para ocupar las calles. “¿Venís bien?” me pregunta pensando que soy un viejo carcamán destruido y al borde de un ACV. Claro, cuando me alcanza y me habla ve que algo no cierra hasta que le explico y se ríe.
Kilómetro 9 y sin novedad en el frente, mi general. No se veía un corredor con remera de la carrera por ninguna parte. Pero no desesperé, sabía que si llegaba a ver a alguno, no sería antes del 9.5. Efectivamente, exactamente en ese punto de la carera diviso dos damas que caminaban porque ya no podían correr. En el 9.7 las paso y llego a dos posiciones del último en una carrera de 1500 participantes.
Sebastian Tagle, Director del Club de Corredores que organizaba esta carrera para la Amcham (Cámara de Comercio Argentino Norteamericana) me vio atravesar la línea de llegada por segunda vez y enseguida me dijo: “¿Hiciste veinte, no?”. Para quien lo conoce a uno y conoce este metier, como lo conoce Tagle, era obvio.
Tal vez el lema de esta carrera es, de todos los que se han usado, el que más me ha llegado: “The race never ends” (La carrera nunca termina). Y es cierto, porque salimos de un 10 K para ir a una media par un 42 k urbano para una de aventura, para una ultra. Para ir a la Patagonia a correr en la nieve, a Pinamar en la arena, para correr en otras latitudes, para correr en simples fondos con amigos, para correr solos en días de semana cuando aún no ha amanecido. Para correr entre las vías de viejos trenes abandonados, al borde de canales, en pistas de atletismo. Porque nosotros corremos hasta cuando soñamos por las noches. Porque nosotros corremos hasta cuando lesionados no podemos correr, pues lo hacemos en las zapatillas de nuestros amigos. Porque cada carrera y cada medalla y cada línea de llegada no es más que un eslabón de una cadena infinita llena de carreras, que hemos convenido en llamar "vida".
Claro que podía haber corrido un fondo de 20 K en cualquier lado, como cualquier domingo y no hacer cosas raras. Pero en ese caso ¿qué habría tenido para contarle a Ud. hoy