Conquista tu cumbre (CTC) marzo de 2010 – La Payunia, Mendoza

Para Pablo, Diego, Germán y Eduardo, cuya amistad es el más duradero legado de esta carrera

Pablo Bravo y Alito Luchini, organizadores de este evento, llevan adelante una de las carreras más duras del país. No aspira a competir con el Cruce de los Andes ni aún con La Misión, que targuetean un público más general. Uno sabe esto y quejarse por la extrema exigencia de la misma es como ir a un restaurante mexicano y sentirse decepcionado porque la comida es picante o a uno chino y predisponerse mal porque se come con palitos en lugar de cubiertos. Pero todos los que han corrido las ediciones anteriores de CTC coincidían en que esta fue la más dura de todas. Uno de los que hizo podio en una de las categorías, ex atleta olímpico en Barcelona 1990, lo dijo en la ceremonia de entrega de premios: “Fue la carrera más dura de mi vida”.
Consistió en 124 kms de montaña, esta vez en la zona de La Payunia, sur de la provincia de Mendoza, en tres días, parando para dormir un máximo de tres horas en total –los corredores de élite no duermen nada-, con 4500 metros de desnivel vertical acumulado (DVA), o sea muchísima pendiente a remontar. La mecánica de la carrera es esencialmente esta: uno debe pasar por varios puestos de control (PC) en forma obligatoria. Hay otros que son opcionales. Algunos de estos últimos, previstos para los equipos de élite, dan puntos extra si se los consigue. Otros dan penalizaciones si no son alcanzados. En cada uno de ellos hay una persona de la organización que firma o sella el pasaporte, documento central de la carrera, para dejar constancia. En algunos de esos PCs hay agua, tres litros por persona, imprescindibles dada la total aridez de la región, que se entregan sólo contra devolución de los envases recibidos en el puesto anterior, cada uno con su tapita. Esto para evitar que la gente los tire el medioambiente. No hay un solo arroyo o río o quebrada o corriente alguna del líquido y vital elemento donde hidratarse. En dos de ellos hay comida, guiso en uno, fideos en el otro, así como venta de sándwiches, galletas y gaseosas. Estas son las reglas esenciales de esta modalidad. Hay algunas reglas más, pero son complejas de explicar y sin interés para quienes no practican esta disciplina. Digamos que tienen que ver con incentivar la elaboración de una estrategia de carrera desde el inicio. La competencia es de orientación, no hay marcas ni tiras de plástico atadas a los árboles como en el Cruce de los Andes o carreras de ese tipo. Le dan a uno el mapa el día anterior y uno debe llevar brújula y deseablemente GPS y saber usar esas tres herramientas.
El primer día arrancamos 15.30 y nosotros –yo corría individual pero acompañando en todo instante al equipo que formaban Pablo y Diego-, terminamos la primera jornada en el PC3 a las 4.30. Dormimos dos horas, y entre cena y desayuno pusimos una más, por lo que paramos tres horas. Téngase presente que en esas 13 horas que estuvimos andando el ritmo no fue de corrida nunca, pero sí de caminata a paso vivo, sin parar un instante, con subida a algún que otro volcán menor. La carrera exige ser corrida con mochila, de unos 7,5 kgs. como mínimo, para portar elementos obligatorios, a lo que hay que agregarle el agua que uno quiera llevar, que nunca bajará de dos litros y pueden ser tres en alguna de las jornadas.
El segundo día fue aún más duro. Había que subir el volcán Payún Liso, de 3800 metros sobre el nivel del mar (msnm), partiendo del PC3 a 2200. Para que os hagáis una idea, el Payún Liso lleva a los jóvenes montañistas normalmente dos días, aunque los mejores lo suben en uno. Nosotros teníamos que subirlo en un día, hacer otro montón de cosas más en la jornada, habiendo dormido dos horas, marchado como un burro el día anterior y para cerrar o completar, subir y descender por otra cara en un determinado lapso de tiempo como máximo, o sea rápido. Caso contrario se llega tarde al PC al otro lado y uno queda afuera de la carrera.
Durísimo pues todo el volcán es roca suelta, en ocasiones, la temible escoria. Pablo, Diego y yo veníamos con un grupo de unas seis o siete personas más. Salimos del PC3 rumbo a la cima a las 6.52. A las 9.40 el sol aún no había dado en la cara del volcán por la que ascendíamos, por ser esta la cara oeste. Era el momento más frío del la noche o casi. Yo empecé a temblar de frío y esto, sumado a la impotencia frente a la escoria –uno quiere subir medio metro y desciende otra tanto, sin ganar nada en altitud pues el terreno cede- me hicieron querer mandar todo al carajo y bajar. Todo el grupo o estuvo de acuerdo o se dejó convencer. Todos menos Pablo, que mostró increíbles aptitudes de liderazgo en esas circunstancias en que los grupos buscan y precisan líderes naturales. Nos dijo que de ni ninguna manera, que a quien se le ocurre, que claro que podíamos, carajo, que había tiempo de sobra, que vamos todavía. Se puso el equipo al hombro y se lo llevó ladera arriba. Me dio de comer comida variada que pidió a todos para sacarme el frío, me dio apoyo mental y me puso nuevamente en carrera. Fue liderazgo en estado puro. Eso que los hombres de Recursos Humanos leemos en libros de famosos gurúes norteamericanos, pero esta vez no un ejemplo de libro sino en la vida real. Como yo había retomado mi fuerza me adelanté y llegué al que suponía era el último PC antes de la cumbre, a apenas medida hora de la misma, una media hora antes que Pablo, Diego y el grupo. Resultó que ese PC no era el que yo suponía sino una simple patrulla de auxilio o control, y que para el PC faltaban 200 metros verticales. En la montaña uno mide las distancias no por metros lineales que separan dos puntos –distancia planimétrica-, sino por la diferencia de altitud que existe entre ellos, pues esta es la variable fundamental para determinar el tiempo que se requerirá para ir de uno a otro.
Otra regla de esta carrera es que cada PC tiene una hora máxima la que se puede llegar al mismo. Esto es por razones de seguridad, evitando exponer a exigencias desmedidas a los equipos muy lentos, como de logística, para poder ir levantando los PCs a una determinada hora. Yo conseguí pasar por la patrulla de la cumbre del volcán pero Pablo y Diego llegaron escasos minutos luego del cierre y los obligaron a descender. Fue un bajón para mí porque eran, son, los compañeros ideales: de nivel físico parecido al mío y cordiales y afables. Pero había que seguir. Yo andaba a esa altura con Alberto y Omar, creo que el único corredor mayor que yo, pues Omar tiene 61 años. Una de las manifestaciones de la enorme diferencia de exigencias entre el Cruce o La Misión y CTC, es la escasez de cincuentones que aquí se observa. No puedo decir que Omar y yo éramos los únicos con más de medio siglo a cuestas, pero muchos más no parecía haber. De hecho, no había categoría para nosotros, como sí las hay en las otras carreras. Esto es porque cuando no se esperan más de un puñado de corredores de un determinado grupo etario, no tiene sentido hacer una categoría para ellos pues todos o casi todos irían al podio y esto es falso o ilegítimo. Bioy Casares decía que uno comienza a sentirse o saberse viejo cuando lo consideran transparente las mujeres que a uno le siguen gustando. Plena verdad. Yo agregaría otra definición de esa edad: cuando los pibes que colaboran en carreras como esta distribuyendo agua o comida o en los PCs, lo tratan a uno de señor mientras que a todos los demás los tutean o mejor dicho, aquí en Argentina, los vosean.
El que la patrulla nos dijera que aún faltaban 200 metros de DVA para alcanzar el PC próximo a la cumbre nos mató psicológicamente. Llegamos a ese PC pero Omar no quiso intentar cumbre sino que quería descender desde allí, que es donde comienza la bajada que supuestamente iba a ser sencilla. Alberto y yo lo pensamos, pero ir hasta la cumbre –muy próxima, se alcanzaba a verla- tomaba una hora a un corredor en buenas condiciones. A nosotros nos iba a tomar casi hora y media pues estábamos muy pero muy cansados. Concluimos que sería mejor bajar con Omar pues ser haría muy tarde y aún faltaba bastante para terminar la jornada. Los hechos que les narraré a continuación muestran lo acertada que terminaría siendo esa decisión. La que iba a ser una bajada fácil resultó durísima. Un acarreo de piedras es el terreno más temido por un montañista pues no hay como pisar, todo se mueve. Uno apoya en una piedra y ella y las veinte que la rodean, descienden como conducidas por el demonio hacia el fondo del valle por la ladera. Pero aquí era mucho peor, parecía que no solo las piedras cercanas se movían para abajo sino media ladera de la montaña acompañaba en solidaridad. Es facilísimo tener un esguince en un terreno así y todos nos caímos unas treinta veces al menos. Otra característica odiable y peculiar de este acarreo es su extensión, el mayor que yo haya visto nunca en una montaña. Nos tomó dos horas y media cubrirlo.
Al llegar abajo con Alberto, Omar y Daniel, otro corredor que se nos unió, estábamos lejos de donde teníamos que estar –el PC6-, sin GPS y no siendo ninguno de los cuatro buenos navegantes. Como extrañé a Marcelo Pueyo que posee una increíble capacidad de orientación. Esa clase de tipos que como los indios o baqueanos, mira las cumbres, los árboles y el contexto y te dice sin error posible: “es para allá”, y vos te quedás mirándolos como un niño a un mago, preguntándote de donde sacó el conejo. En eso, vi llegar a dos cordobeses que había conocido los días previos –Germán y Eduardo- y me acerqué a ellos. Tenían GPS y verificamos hacia dónde teníamos que ir. No había nadie más ni luego llegó nadie. Germán y Eduardo se habían extraviado –para mi suerte- pese a tener GPS porque habían olvidado recalibrar la brújula luego de cambiar pilas, como es necesario, y la misma marcaba erróneamente. Pero Omar y Daniel pese a esto decidieron ir para otro lado. La zona hacia la que se dirigieron es la más virgen de una región mendocina ya poco colonizada por el hombre. En otras palabras, pueden marchar por esos lares una día entero sin encontrar ni una tapera ni un sendero ni un alambrado, menos una aguada o un ser humano. No les va a pasar nada grave pero probablemente pasaron una noche a la intemperie, lo que me hubiera ocurrido a mí también de no haberme encontrado con la amabilidad de Germán y Eduardo o de haber hecho cumbre y haber llegado al lugar donde los encontré, una hora y media mas tarde pues ya no había nadie allí para esa hora.
Germán y Eduardo me condujeron al PC6 y de allí al PC7, donde se come y duerme al cabo de la segunda jornada. Entiéndase por comer el ingerir un poco de fideos con salsa y por dormir tirar la bolsa a la intemperie el tiempo que uno desee, una hora normalmente en este lugar. Eduardo y Germán arrancaron del PC6 a una endemoniada velocidad de 4.5 kms por hora. A los automovilistas de Uds. esta velocidad les parecerá de tortuga. Aún los corredores la encontrarán lenta pues cualquiera de nosotros puede correr cómodamente a 12. Pero esto era sin luz, con mochila, a campo traviesa, con yuyos -nunca pasan de pequeños arbustos aquí, no hay un solo árbol ni nada que pase el nivel de la cintura- y piedras por doquier. Les aguanté el ritmo una hora y luego les pedí, a lo que tuvieron la gentileza de acceder, que lo bajaran. Legamos al PC7 a algo menos de la mitad de esa velocidad, lo que seguramente tenía locos a mis compañeros y algo que hicieron para no dejarme perdido en el medio del desierto en el medio de la noche. Les debo un favor a ambos pues sacrificaron probablemente una hora de tiempo de carrera y con ella algunas posiciones en la clasificación por acompañarme. En ese momento para ellos la prioridad no era la tabla final, sino el no dejar a un colega perdido en la nada. Fueron 15.5 horas de marcha en este segundo día.
En el PC7 hice una evaluación: la tercera jornada es menos exigente que las dos que yo ya había realizado, menos horas en total, mucho menos DVA acumulado y parte del día sobre senda de 4x4. Yo solo tenía una enorme ampolla en el talón derecho, pero esto, como sabe todo corredor, no impide correr. O sea francamente creo que hubiera completado pero estaba extenuado y ya el cansancio extremo de dos días me tomará unas cuatro semanas antes de poder volver a correr a full. De correr la tercera, este tiempo de recuperación se duplicaría. Así que me bajé, porque quedarme arriesgando el estado de la máquina solo para tener otra medalla, no tenía sentido.
Pasó de todo. Un corredor cayó al interior del volcán, y aunque no fue consumido por el fuego del infierno pues el volcán está extinto desde hace miles de años, no pudo salir de allí sin ayuda de la organización porque la pared no tiene nada de donde agarrarse. Otro cayó cerca de allí, a una ladera de acarreo de la que tampoco podía salir solo por la característica del acarreo que ya he mencionado: uno pisa, todo va para abajo y no se ha ascendido ni un centímetro. Me dijo que llegó a considerar bajar por el acarreo lo que implica unos 1500 metros. Un delirio que no hubiera completado sin un serio accidente pero al que afortunadamente no recurrió. Pidió ayuda por radio y fue a auxiliarlo el jefe de guardaparques, un hombre muy experimentado. Bajó hasta donde él se encontraba, lo hizo descender un poco más y por un pequeñísimo corte o imperfección en la ladera que para el corredor en peligro era inútil o pasó desapercibido, por allí lo saco. Me hizo acordar, para los que conocen el libro que relata el primer ascenso en solitario del Everest por Reinhold Messner, a como el notable montañista italiano salió de una grieta de varios metros de profundidad en la que había caído en medio de la noche. Fue haciendo exactamente eso, buscando una mínima imperfección donde a uno no le cabría un pelo, pero a Messner o el jefe de guardaparques, les caben los pies.
Yo también tuve lo mío: subiendo el Payún, me senté en una piedra que sin exagerar tenía unos 60 cms. de largo y una sección de 30 x 30. Un enorme pedazo de roca, en otras palabras. Al sentarme lo desestabilicé, con tan mala suerte que el bloque y yo nos caímos. Yo quedé “cabeza abajo” o sea con la cabeza hacia la base del volcán y las piernas hacia la cumbre, ¡con la piedra encima mío! Pablo me tomó inmediatamente de un brazo, otro corredor hizo lo propio con una pierna y un tercero me sacó la piedra de encima algo que no hubiera podido hacer por mí mismo. Uno de ellos me dijo que si la piedra no me hubiera retenido, quizás hubiera caído ladera abajo. Abandonaron tres corredores de élite y estoy seguro que cuando se publiquen los resultados en Internet, esta será la carrera con mayor porcentaje de “DNF”(did not finish) –yo estimo 75 %- o sea, los que o abandonaron o no cumplieron uno o más de los PCs obligatorios por haber pasado por ellos luego de la hora del cierre o simplemente no haber pasado. Esto no habla mal de la carrera que estaba muy bien planeada y llevada a la práctica, como suelen hacer Pablo y Alito. Simplemente son las reglas, la consecuencia lógica de una exigencia muy pero muy alta.
Entre los corredores de élite había un muchacho de la zona que entre otras curiosidades, no precisaba agua ni comida en los PCs. Es posible que hubiera ganado pero al ser analfabeto no sabe leer mapas, menos usar un GPS, por lo que no tenía forma de navegar hasta encontrar los PCs por los que obligatoriamente había que pasar. Y menos entender por qué lo obligaban a quedarse a descansar en una carrera en la que se supone hay que llegar lo antes posible. Pero eso es parte de las reglas complejas que les dije tiene este evento. Contiene paradas obligatorias aunque uno puede “comprar” el derecho a no a parar.
Ud. se preguntará por qué un hombre de 52 años al que nada le impediría pasar sus vacaciones en un resort all inclusive de las islas Seychelles, jugando al golf mientras mira el mar turquesa y saborea un escocés añejado, elige hacerlo pagando para sufrir lo indescriptible. No haré siquiera el intento de proporcionarle una respuesta. Es que si Ud. se está haciendo esta pregunta, es porque no es “del palo” y nada de lo que yo le diga le convencerá. Y si lo es, ya lleva Ud. la respuesta en su ADN y no la precisa.
Respecto de La Payunia, y sé que con esto me ganaré el reproche de muchos corredores, pues en el medio es un must el amar al paroxismo todo lo natural, me pareció overrated, quiero decir que me habían exagerado su belleza. Me la pintaron como algo único en el mundo, tipo el Valle de la Luna. No me pareció para tanto. Tiene toda la belleza del desierto, de lo árido y de lo intocado, esto último porque queda tan lejos de todo lo habitado en el mundo y tiene tan poco o nada para ofrecer en variedad o riquezas que pocos se aventuran hasta ese lugar. Es una enorme extensión de tierra, volcanes extintos, piedras, pedruscos, peñascos, rocas y tres o cuatro especies de vegetales, dos pastos y otros tantos yuyos y un arbusto, vegetales estos que son los únicos que pueden vivir con tan poca agua pero que no alcanzan a colonizar ni siquiera la totalidad del terreno, o sea, hay más área de tierra seca que de tierra cubierta por esos pocos, secos, escasos, yuyos o pastos. Justo es decir que la zona más reputada por su belleza, un océano de arenas volcánicas negras similares a las de Pucón, no pude apreciarla porque lo atravesé en plena noche. Negras o verdes las arenas, la luna en cuarto creciente que acompañó estos inolvidables días de carrera, no permitía darse cuenta.