Si hubo una edición que resultará especial y difícil de olvidar del Columbia Cruce de los Andes, fue la que acaba de culminar. En esta oportunidad se desarrolló en la zona del lago Escondido y del río Manso, para terminar cruzando la cordillera en el Paso del León, sobre el río Manso Inferior, donde se ingresa a Chile unos pocos metros, por lo que la carrera transcurrió en su totalidad o casi, dentro de la provincia de Río Negro. Con 750 equipos –de dos corredores cada uno- de 20 países, o sea 1500 personas, esta novena edición fue la más multitudinaria.
El formato fue esencialmente el de siempre: unos 90 kms a través de la cordillera, en tres días, para terminar el domingo en Chile. Lo que varía cada año es el paso fronterizo para que algunos sigamos viniendo porque nunca se repite el paisaje. Luego de cada jornada de carrera, se acampa a orillas de lagos o ríos siempre increíbles donde se disfruta de la camaradería, se comparte todo y se reponen fuerzas. Pero no todo esto ocurrió este año como veremos.
El primer día fueron 32.6 kms con 810 metros de Desnivel Vertical Acumulado (DVA) –o sea subida, en buen romance- y culminó con una tarde nublada pero sin lluvia en el jardín de la inmensa casa del billonario británico Joe Lewis en las orillas del Lago Escondido (el nombre se lo dio el propio Lewis porque el lago era tan aislado hasta su llegada que ni nombre tenía). La carne, pollo, chorizos y morcillas, así como ensaladas y pastas y frutas, todo era de primera y tenedor libre. La casa –de 3600 metros cuadrados- cuenta con helipuerto, pista aérea, cancha de fútbol, golf y rugby, y pista de vareo, entre otras comodidades. En el área central de la pista de equinos se armó el campamento. Lewis posee la totalidad del lago y sus inmediaciones -12 mil hectáreas- y ha hecho innumerables aportes a la comunidad local, además de dar trabajo nada menos que a 135 personas. No carece de críticos y enemigos, claro, como todo el mundo que hace cosas.
Pero ya ese primer día hubo problemas para los corredores lentos. El circuito incluía una pasarela o puente colgante por el que solo podían pasar dos personas simultáneamente por motivos de seguridad. Pese a que dicen que se permitió el paso de hasta seis personas, los corredores menos veloces debieron aguardar una hora y media para sortearlo. Sobre el final, se cruzaba el Lago Escondido en botes. Otra vez, esto funcionó maravillosamente cuando lo cruzamos nosotros pero para cuando llego la masa de corredores, hubo atasco y esperas de 40 minutos para que les terminaran diciendo que no, que no se cruzaría en barco y que debían desandar una parte del camino para llegar al campamento por tierra, circunvalando el lago.
Este año se prohibió el llevar cocinas por primera vez, por muy razonables medidas de seguridad, ya que hace dos años se produjo un accidente que potencialmente, pudo haber tenido serias consecuencias. La organización prometía tenedor libre y justo es decir, nosotros lo tuvimos en almuerzo y cena, pero los más lentos no pudieron cenar, o lo hicieron con pocas opciones pues faltaba uno u otro insumo.
Durante la noche llovió fuerte y en forma sostenida. Esto continuaría con alguna breve detención de la lluvia, durante todo el día, que constó de 26.4 kms de mucha pendiente (1190 mts. de DVA) y amplios barrizales en los que en ocasiones costaba encontrar donde fijar el pie.
Pero las cosas empeoraron aún más al llegar al campamento del día 2. Los camiones que cargan los contenedores con las carpas, ropa seca y otras pertenencias de los participantes de un campamento a otro, no pudieron llegar –salvo uno- pues uno de ellos se atascó en el barro e impidió con ello el paso de todos los demás. Se armaron así dos campamentos, uno en el lugar originalmente previsto y otro a unos cuatro kms que hubo que caminar. Los pocos corredores que permanecieron en el campamento original carecieron de baños y agua caliente pues ni la caldera del ejército ni los camiones que cargaban los baños químicos pudieron llegar hasta allí. Justo es decir, la organización reaccionó muy rápidamente y el segundo campamento, donde nos quedamos la mayoría, tenía todas las comodidades. Pero llovía y llovía y a los innegables errores de la organización –el segundo campamento debió sin duda haber sido establecido donde finalmente se armó el secundario, por contar con mucho mejor acceso y estar a solo cuatro kms, a estos errores se sumó, decía, que mucha gente no tiene idea de lo que es la vida en campamento, no tolera incomodidades y no sabe vivir a la intemperie con lluvia, ni armar una carpa bajo agua. Había equipos que no sabían levantar su propia carpa (a uno de los cuales este servidor le echó una mano junto con uno de la organización, con el objetivo de tranquilizar las aguas)
Al caer la tarde del Día 2 uno de los colaboradores de Tagle dijo unas palabras sobre el día siguiente así como sobre lo ocurrido en el día que acababa de terminar. El aire se cortaba con cuchillo durante la charla, había insultos y maldiciones de muchos hacia la organización y a la persona de Tagle en particular, que ese día no apareció en ninguno de los dos campamentos. Sobre esto hay dos lecturas posibles: unos dicen que “se borró” o “no dio la cara”. Yo creo que cuando las cosas se salen del cauce del diálogo es mejor que el líder no aparezca pues se arriesga que las partes lleguen a la violencia física. Si yo hubiera sido Tagle o su asesor, no habría ido como hizo él. Pero sé que muchos no comparten esto.
Se produjeron, por el conjunto de motivos antes mencionados, abandonos como en ninguna edición anterior del Cruce. De 751 equipos que empezaron, solo 599 terminaron el tercer y ultimo día. El ultimo día eran 34 kms bastante planos (600 mts de DVA) –a piece of cake como dicen los anglosajones, pan comido, como decimos en el barrio-. Marcelo Rodríguez y yo –el glorioso equipo Hermes- sabíamos que íbamos terceros, 52 minutos adelante del cuarto (en la categoría 100 +, o sea, parejas cuyas edades sumadas superan los cien años). Esta diferencia era de imposible compensación por el equipo que iba cuarto salvo que nosotros nos lesionáramos. Por eso hicimos una carrera craneada, conservadora, tranquila y como consecuencia nos pasaron muchos chicos jóvenes (al cabo del segundo día íbamos en la posición 48 en la general, pero terminamos la tercera jornada en la 61). Pero nuestro objetivo era asegurar la categoría.
Faltando pocos kms, nos alcanza un corredor que por su aspecto, competía en nuestra categoría. Se lo pregunté y me lo confirmó. Esto nos puso locos porque aunque no podía nunca compensar 52 minutos, nosotros no queríamos que terminara delante nuestro el tercer día. Fue, pienso yo, un llamado del Hacedor para que no nos achancháramos y le pusiéramos pilas, una manera suya de decirnos que a la gloria del podio se entra transpirando.
Llegamos, nos hicimos sacar fotos, comimos y nos volvimos rápidamente a Bariloche usando las micros de transporte disponibles. Otra vez, esto no fue así para todos los corredores lentos, alguno de los cuales tuvieron que esperar tres horas el arribo de un transporte. Y también tuvieron espera –esta vez de unos 40 minutos- en la única pasarela o puente colgante del tercer día, situación totalmente análoga a la ocurrida el primer día y ya narrada. No llovió por suerte, o poco y tarde.
Finalmente, algunos contenedores demoraron en llegar a la base del Cerro Catedral donde debían ser retirados por sus dueños –a las 10 de la noche no había llegado un camión-.
Esencialmente, estos fueron los percances, no pocos, debidos en parte a un clima hostil y también, no puede negarse, a errores en la organización. Pero hacer jirones de Sebastián Tagle -el máximo responsable del Club de Corredores, organización a cargo del evento-, dedicarse a “disparar sobre el pianista”, es en mi opinión no mirar toda la película. El Club de Corredores sigue siendo el mejor organizador de carreras de Argentina y un evento debe juzgarse por la calidad del promedio de sus ediciones, no sólo por la última, y las ediciones anteriores fueron buenas. Finalmente, es olvidar por parte de muchos corredores, que una porción no menor de su bronca se originó en su falta de capacidad de convivir con un medio natural hostil. Sin ofender, hay mucho corredor de 10 k de Palermo que acampaba aquí por primera vez. De esta falta de experiencia necesaria para este tipo de eventos no tiene la culpa Tagle. Esto es una competencia seria en el wild, no un casamiento en el jardín de un country del GBA. No todas las variable están bajo el control de la organización ni de nadie. Estamos demasiado acostubuenambrados hoy en día a creer que la naturaleza nos debe obedecer, y es al revés.
Hicimos podio con Hermes, algo que es para nosotros el máximo logro en once años de vida deportiva que yo llevo pues es sacar una medalla de bronce en la más importante carrera de aventura de América del Sur. De las cuatro primeras posiciones de nuestra categoría, tres eran de MDQ –tal la denominación de Mar del Plata en el lenguaje de los controladores aéreos-. Así ha sido sistemáticamente todos los años. Y si Ud. cree que digo esto de fórmula, para congraciarme con mis amigos de MDQ, se equivoca y voy a demostrárselo. Ricardo Gáspari, amigo, corredor de la categoría y marplatense, siempre me ha vencido en el Cruce. Este año su compañero se esguinzó. Además, Ricardo iba a correr con Daniel Rearte, marplatense por adopción, veterano de la Maratón de Sables- tal vez la carrera más dura del mundo- y que también me ha vencido en el Cruce. Solo un accidente impidió que Daniel viniera y que corrieran juntos. ¿No es evidente lo que hubiera ocurrido en ese caso?
Villarreal y Blanche, los vencedores de la categoría nunca han salido abajo del podio en años, ubicándose siempre primeros o a lo sumo segundos. Ayala, que corrió con Sigalosky y obtuvo el segundo puesto -siempre hablando de la categoría “geriátrico” como llamo yo a la 100+-, es otro nombre siempre presente en los podios. Competíamos con lo mejor del país. Por eso yo siento que inmerecidamente Marcelo y yo nos hemos colado, o a lo sumo nos han invitado, a integrar por una vez un podio que pertenece por derecho y por historia a la admirable MDQ. “Suban muchachos” –nos podrían haber dicho imaginariamente los habitantes de la Feliz a Marcelo y a mí- “suban que se lo merecen, vienen trabajando duro desde hace años. Pero recuerden que este podio es como las estatuas de los lobos marinos: propiedad de MDQ”.
Newton –sí, el de la manzana-, creador de la Ley de Gravedad y del Cálculo Diferencial entre otras cosas, dijo una vez: “Si he llegado tan alto, es porque me he apoyado en los hombros de gigantes”. Yo hago mías las palabras del gran matemático inglés. Y esos grandes fueron entre otros Alex Krautner, que me enseñó a bajar laderas en velocidad en nuestro primer Cruce, hace ya lejanos seis años. Los siete héroes argentinos veteranos de la Maratón de Sables que me infundieron motivación una vez que me invitaron a cenar con ellos –yo era el único colado en esa mesa de monstruos-. Norberto González me guío con el ejemplo de su vida, Aurelio Antonio, mi amigo español y ganador del Cruce del año pasado me susurraba desde la lejana y querida Madrid: “vamos, vamos que puedes chaval”. “Pepe” Mostaza, el Gran Capitán, guiándome como el año pasado. Y Antonio Silio, el mayor corredor argentino de fondo de todos los tiempos, que corría esta carrera y con el que hablé más de una vez, fue con su sola presencia una fuente de motivación para mí. Antonio Silio es el atletismo argentino lo que Vilas al tenis, aunque el país le debe aún similar reconocimiento.
Inevitables datos técnicos que son de interés para corredores. Marcelo y yo pusimos 12.52 para correr 92 kms de montaña, lo que insumió al equipo ganador 7.57 horas. El primero en nuestra categoría puso 11.15, el segundo 11.55 y el cuarto 13.42. Rubén Costantino, mi gran compañero de tres Cruces, corría con Alejandra Torres y pusieron 13.18. De haber corrido Rubén en nuestra categoría, habría salido cuarto enseguida de nosotros. Ganaron Gustavo Reyes y Nelson Ortega con 7.57, y segundos salieron Pablo Ureta –un amigo de Vicente Dragobratovic y mío, que me reconoció enseguida por los motivos que Vicente conoce bien y que han generado nuestra amistad- y Sergio Trecaman con 8.08.
Nuestro tiempo, trasladado a la categoría 80+, daba para posición 17 y en damas, para la número 6. Esto quiere decir que hubo cinco equipos de mujeres que llegaron antes que nosotros. Eso para los que creen que las minas no se la pueden con tamaño esfuerzo. Pueden, y pueden derrotarnos a varios.
Muchos no volverán a correr el Cruce, uno lo sabe, pero yo lo haré, porque sé que el Club aprenderá de sus errores, no son necios ni se equivocan a propósito. Me he prometido correrlo mientras Dios me de salud y medios financieros. Lamento mucho que no haya habido ceremonia de premiación,-el horno no estaba para bollos, la bronca de la gente era mucha- porque a mí poco me importa el regalo material que acompaña nuestro logro y que seguramente me van a dar –entiendo que alguna ropa deportiva, todo tengo, nada preciso- sino que lo que yo quería era la foto en el podio, con medalla en el pecho, un discurso que tenía hasta preparado, el aplauso de colegas/amigos que aprecio como Paulo Belluschio, Gonzalo Perazza, Alejandra Torres, Mariano Saldaña, Ricardo Gáspari, Rubén Costantino, María Laura Galli, Norberto González y muchos otros cuyos nombres no recuerdo o tal vez nunca conocí, peor que se me acercaban en los campamentos o me decían al cruzarnos en la carrera “Yo sigo tus textos, son mi inspiración parta seguir entrenando, muchas gracias”. Por eso yo siento que la literatura –si este término no es demasiado grandilocuente para denominar estos pobres textos míos- y el pedestrismo son dos monedas de una misma cara. Porque ambos te permiten acceder al interior del alma de la gente.
El domingo que viene cumplo 52 años y este podio ha sido el mejor regalo de cumpleaños que he tenido en mi vida. Porque este regalo no se compra en un Centro Comercial. Tiene valor, no precio