
Vamos embora, galera! (“¡Vamos todavía, gente!”)
Como quien no quiere la cosa, llegó mi vigésimo tercera maratón y tocó la “cidade maravilhosa”. Arribamos a la ex capital brasileña el jueves y ya el viernes fuimos a la “expo” a retirar el dorsal y el “kit” del corredor. Especial destaque merece la forma en que allí fuimos atendidos. Al darse cuenta los voluntarios por nuestro acento de que éramos extranjeros nos atendieron como si fuéramos atletas de elite o gente importante. No hicimos cola, nos hicieron sentar en un sofá e hicieron todos los trámites para nosotros mientras aguardábamos, algo que nunca he visto ni en Europa ni en los EE. UU. Tamaña eficiencia y amabilidad son propias de los cariocas, sin duda. Pero es probable que estén incentivadas por el deseo de la ciudad de ser sede olímpica en 2016, campaña que ya está en curso con amplia publicidad en los espacios públicos.
Ya contando detalles de la carrera, lo más importante es que la temperatura no ayudó pues hacia 21 grados y mucha humedad, muy probablemente por arriba de 80 %. Y hay dos subidas bravas, especialmente una de ellas, en la Av. Niemeyer para los que conocen Río de Janeiro. La primera del km 21 Al 23 y la segunda del 25 al 27, donde está el Sheraton de Sao Corrado. La carrera transcurre en su totalidad por la “orla” (rambla) desde el extremo sur de la ciudad, al final del Recreio dos Bandeirantes (Recreio Tim Maia es exactamente el lugar de largada), hacia el norte pasando por Barra da Tijuca, Sao Corrado, Leblon, Ipanema, Arpoador, Copacabana y Botafogo para terminar en el “aterro” (terraplén) de Flamengo, ese magnífico parque diseñado en los años 60 por quien probablemente haya sido el mayor paisajista brasileño que fue Burle Marx. Todo el parque es terreno ganado al mar, o mejor dicho, a la bahía de Guanabara.
Momentos antes de la largada nos aproximamos al lugar donde, separados de la multitud, esperan el instante cero los atletas de elite. Sus cuerpos “biafranos” de tan flacos, que ninguna mujer calificaría de hermosos, son para nosotros los corredores el arquetipo de la perfección y la hermosura. Pero ni siquiera un atleta de elite puede o debe subestimar la distancia áurea de los 42.2 kms. En el km 21 pasamos a uno de ellos que había “pinchado” allí y en el 41, faltando apenas un kilómetro, otro de los “africanos” (al menos eso parecían) estaba tirado en el medio del asfalto.
Una característica de esta maratón que nosotros apreciamos mucho, es que si bien la jornada incluye media maratón y hasta una “family run” de 7 kms, las tres competencias arrancan de lugares completamente diferentes, muy distantes uno de otro, evitando que quien va a correr los 42 kms comience con otro atleta que hará una distancia mucho menor, lo que para mí no es bueno. En total, si se suman hombres y mujeres de las tres pruebas, había 15 mil inscritos. Otro aspecto positivo es que la carrera nunca pasa dos veces por el mismo lugar. Odio los circuitos que lo hacen, siendo el más extremo el de la maratón de Montevideo que condena a los atletas a pasar ocho veces por un mismo punto, algo terriblemente aburrido.
Una anécdota: durante la carrera sentí que me picaba la planta de un pie. Al llegar a la meta y cambiarme las medias por otras secas que había tenido la gentileza de llevarnos Fernanda, la mujer de Marcelo, me di cuenta que había corrido sin plantillas lo que pudo ser trágico por el impacto que implica sobre los pies y rodillas. Pero felizmente no hubo ninguna consecuencia negativa que lamentar.
Si lo antiguos marinos napolitanos acuñaron el conocido lema Ver Nápoles, después morir, yo creo que esto hoy bien puede decirse lo mismo de Río de Janeiro. Fue la infinita belleza del litoral carioca nuestro EPO, sus verdes, sus islas, sus olas, su gente, sus árboles y arbustos omnipresentes y exuberantes eran una fuente inagotable de motivación. Solo París puede competir con Río. Todas las demás ciudades, Praga incluida, solo pueden aspirar al tercer box del podio.
El ganador en hombres fue el pernambucano Marcos Antonio Pereira, cuya alegría puede Ud. ver en la foto al final de estas líneas, con 2.17.10. Le ganó a los favoritos kenianos Willy Kongogo y Robert Cheruiyot, que salieron segundo y cuarto respectivamente. Desde 2003, ningún extranjero consigue ganar la maratón de Río de Janeiro, algo raro si se tiene en cuenta el predominio que los africanos tienen en casi todas las maratones del mundo.
Nosotros pusimos 3.29.49 lo que nos ubicó en la posición 330 de 1868 hombres que completaron la maratón, o sea, 17.6 percentil. Yo salí en la posición 27 de 216 en mi faja etaria (hombres de 50 a 54 años) o sea 12.5 percentil. Marcelo en la posición 56 de 327 en la suya (45 a 49) o sea 17.1 percentil. Este tiempo fue además marca personal para Marcelo, lo que sumado al pasaje a Boston que compró en Río de Janeiro hace de esta jornada algo comprensiblemente inolvidable para él. Para mí fue el cuarto mejor tiempo de mis 23 maratones (tengo 3.20.30 en Barcelona que espero no solo recuperar, sino superar). Ambos terminamos enteros como para pegarle mañana a la bici o meter un fondo.
En mujeres ganó la también brasileña Marizete de Paula con 2.42.46. Yo siempre menciono la victoria femenina, pues una carrera no tiene un vencedor sino dos. Ganar en mujeres es tan difícil y meritorio como hacerlo en hombres, pero muchos se quedan con el primero en cruzar la línea de llegada, que necesariamente siempre es hombre.
Nuestro éxito y gran tiempo obtenido en Río de Janeiro es fruto del trabajo duro pero fruto también de la calidad profesional de nuestro entrenador, Gastón Aldave a quien debemos gran parte de este triunfo. Y también a nuestra nutricionista, Patricia Minuchin que nos hizo perder a cada uno 5 kgs de lastre sin perder fuerza, al contrario, nos sentimos ambos mas fuertes que antes. Llegamos de la mano, corrimos todo el tiempo juntos, con profesional regularidad en 5 mins +/- 15 segundos todos los kms.
Trabajar duro durante meses paga. No comer comida inadecuada, no beber alcohol, paga. Pedalear en la reserva al mediodía, paga. Uno luego de un día como este no hace otra cosa que reforzar la convicción absoluta de que este es el modo de vida de uno por más que los sedentarios no lo entiendan. Si algo hay para hacer aún más estrictamente en el futuro, ambos lo haremos. Los resultados motivan a ello. Estimulan, convocan.
Ahora Marcelo correrá la maratón de Boston, la más noble y selecta del mundo, pues con este tiempo califica para ello. Yo ya la corrí y mi lema es no repetir ciudades. Como los marineros, que aman una vez y cambian de puerto, yo corro y cambio de ciudad sin repetir asfaltos, sin volver la vista atrás. Como decía Machado, viendo la senda que nunca he de volver a pisar. Así que nuestro equipo se separa, pero solo por una vez. Antes corremos juntos La Misión (150 kms. de montaña en una etapa en la Patagonia, con mochila) y el Columbia Cruce de los Andes (100 kms. de montaña en tres etapas a través de la cordillera de los Andes). Luego él corre Boston y yo la Marathon des Sables (240 kms por el desierto de Sahara con temperaturas de hasta 50 grados, con mochila cargada), estas dos últimas en abril 2010.
Corrió un indio –ver foto adjunta-, descalzo y con todos su atuendos tribales –sombrero de plumas, pollera de paja- y demoró apenas un minuto más que nosotros, algo increíble que obviamente trajo a nuestras memorias la gesta que creíamos irrepetible del etíope Abebe Bikila que en la maratón de las Olimpíadas de México 1968 también compitió descalzo y obtuvo medalla de oro. Cuando le pregunté al indio si de veras iba a correr descalzo –estaba a mi lado en la largada- me contestó: “No sé correr de otra manera”.
Mención aparte merecen los muy frecuentes restaurantes por kilo de Río de Janeiro. Nos permitieron hacer la mejor carga de carbohidratos (“carboloading”) que yo recuerde haber hecho en todas mis maratones. A precio razonable, se puede comer muchos carbohidratos y de fuentes variadas, no solo pasta.
A la línea de llegada no llegamos solos. Con nosotros estaban de alguna manera presentes Vicente, Rubén y Gastón. Pa´ que naides quede atrás.