Cascallares

Es un lugar perdido en la entraña del Gran Buenos Aires. Apostaría que la mayoría de los porteños no tienen idea de donde queda y los que lo han oído nombrar, no sabrían cómo llegar. Pero hay allí una reserva ecológica y un camping que ofrece la austera belleza natural que puede entregar una zona esencialmente urbanizada como son los castigados alrededores de la gran capital argentina. Y las áreas verdes no quitan el aliento por su belleza ni atraerían extranjeros, no son parques como los del sur, sino pastizales que pueblan llanuras enormes, que a su vez son atravesadas por corrientes de agua que si bien no tienen polución evidente, es claro que distan de parecerse a los límpidos ríos patagónicos.
Allí un señor de la zona organiza carreras con mucha frecuencia. El circuito es plano, asfaltado, está bien marcado, tiene hidratación y escasísimo tránsito, especialmente un domingo a la mañana. La vuelta tiene 10 kms por lo que se suelen correr distancias de 10, 20 y 30 kms según como venga el entrenamiento de cada uno. En ocasiones se corren 60, como hizo allí Marcelo Vega una vez.
No regalan remeras, ni dan "kits" del corredor. No sale en los diarios, no hay patrocinadores, ni siquiera agua mineral (es agua de canilla la que nos dan). No hay promotoras ni chicas bonitas ni "banners" publicitarios. No hay televisión ni fotógrafos ni saldrá nunca Cascallares en la revista Nike o en el suplemento deportivo extremo de La Nación. No hay en Cascallares el glamour de las carreras que transcurren en los bosques de Palermo, ni el olor a Manhattan de las de Puerto Madero. Al terminar la carrera el aroma del típico asado criollo lo invade todo. Y los modestos puestos de venta de comida, ofrecen "cervesa" y "amburgesa".
Por todo eso yo voy a Cascallares siempre que puedo, como hice ayer (y mientras corría 20 kms. escribí estas líneas, algo que hago muy frecuentemente, escribir mientras corro). Porque sólo se encuentra uno allí con una cincuentena de corredores serios y nada más que eso. El deporte como yo lo quiero, como yo lo entiendo, como lo siento. Años atrás, cuando empecé a correr, yo creía que lo único digno y noble, era correr por la gloria. Menospreciaba a quienes corrían por dinero o por ganar trofeos. Hoy pienso totalmente al revés. Para empezar, tengo en lo más alto de mi respeto a quienes corren por dinero, porque son los únicos que dedican el día entero al deporte. Los demás, somos simples aficionados a a su lado. Y en modo alguno miro mal a quien corre por un trofeo, porque he notado que suelen ser quienes no tienen otra cosa que poner en sus casas. No han tenido la suerte de poder coleccionar artesanías de lugares remotos, máscaras africanas, conchas de mar de la Polinesia.
Quienes corren por la gloria, son los más soberbios de todos. En acomodada posición para no necesitar el dinero, con la casa atiborrada de objetos obtenidos en sus viajes por el extranjero, y que exhiben o exhibimos con el fin de que los demás sepan donde estuvimos, lo que termina siendo tan chocante y patético como las cabezas embalsamadas con las que decoran sus casas los cazadores, los que persiguen la gloria son pura espuma de soberbia fatua.
Hoy creo que el único motivo valido para mi al menos, para seguir corriendo, es el placer. Yo corro porque me gusta.