Un podio de amigos (11-12-2005)

Fue un fin de semana especial. Yo venía de una semana previa muy singular, en la que había tenido que organizar una fiesta al aire libre para 3000 personas con banda top, catering, humorista y amenaza de lluvia. Esto implica coordinar las tareas de decenas de personas, dormir poco varias noches, y perder al menos dos días completos de entrenamiento. Para que los sedentarios se den una idea, esto es tan duro para un corredor como permanecer cinco minutos debajo del agua, o dos horas conversando con De La Rua. Como si todo esto fuera poco, el domingo inmediato anterior había corrido 20 kms. por arena en la costa bonaerense, y aún sentía el esfuerzo en las piernas.
Debido a esta carrera previa en la costa, casi ninguno de mis habituales amigos corredores se presentó a correr los 10 kms de la famosa "Vuelta de Ituzaingó", en la zona oeste del Gran Buenos Aires. Estaba solo Rubén Costantino que no había corrido el domingo anterior en la arena. Aunque tampoco Rubén estaba en las mejores condiciones posibles, pues debido a un compromiso social, había dormido tan solo tres horas.
Así pues, corrí la Vuelta de Ituzaingó por vicio, por disciplina pero sin demasiadas expectativas de nada. Es una de las carreras más serias, la única que empieza en hora, la única que no acepta inscripciones el día de la carrera sino previamente, la única que tiene dos puestos de hidratación para la distancia de 10 K y la única que además de marcas cada kilómetro, tiene marcas cada cien metros. Una de las pocas en que la distancia está certificada por la AIMS. La única que exhibe inmediatamente los resultados en una cartelera sin tener que esperar un día que aparezcan en Internet. Posición en la clasificación general, en la categoría, todo.
Rubén y yo arrancamos juntos, pero llegado el kilómetro dos yo vi que íbamos a 3.50, o sea, demasiado rápido. Él decidió mantener el paso, yo bajarlo a 4.06. Esto hizo que me sacara unos metros. No más de 40 o 45 metros, me dijo MOY, pues si no, no lo volverás alcanzar. Cruzando el kilómetro cinco me di cuenta que la mano venía para marca personal. Mi tiempo anterior en la distancia era 41.19 y salvo debacle, iba a superarlo. Corrí con otro flaco mano a mano, codo con codo hasta el ocho en que aflojó. Allí subí un cambio para alcanzar a Rubén en el nueve, lo que ocurrió. Faltando 400 metros me di cuenta que no solo iba a ser mi mejor marca personal sino que podía bajar la marca mítica de los 40 minutos. Todo dependía de como corriera esos 400 metros remanentes. Así que puse velocidad ya no de surge sino de sprint, o sea, corrí como si todo hubiera sido nada más que una carrera de cien metros. Paso a un flaco que motivado por mí, también pica y atravieso la línea de llegadas en increíbles 39.56.8, 39.57 si quieren.
Rubén llegó apenas 11 segundos después, con 40.08, también una nueva marca personal para él. Rubén tiene tres años más que yo, o sea 50 y por tanto compite en una categoría etaria superior (la de 50 a 54). Esto hizo que yo llegara décimo octavo en mi categoría y él lo hiciera quinto. Si te hubieras quedado, tenías premio Rubén, pues premiaban a los diez primeros en cada categoría, pero solamente si el corredor estaba presente.
Pero cuando las cosas se dan, se dan en gran forma. Ese mismo día, mi amigo Jorge "Tallarín" Pereyra, oriundo del paisito como el que suscribe, se consagró en Bariloche campeón sudamericano de maratón en la categoría 45-49. Yo tuve el honor de correr Boston con Jorge y tengo el honor y el orgullo de contarlo entre mis amigos.
Y si esto fuera poco, también este domingo Enrique Mordetzki completó una durísima carrera de mountain bike a lo largo de 100 kms de sierra y monte en el este uruguayo. Le pasó de todo, sufrió, gozó, lloró. Algo que quienes no han pasado por esfuerzo similar pueden encontrar raro, casi demencial o infantil. Pero para uno, es lo más lógico del mundo. A Enrique, como a mí, algunas cosas le han sido fáciles y otras no tanto. Por eso yo comprendo tanto su reacción y su sentir, además de que lo conozco de toda una vida, claro, y lo aprecio infinitamente.

Vi sus caras de resignación
los vi felices, llenos de dolor

Son versos de uno de los músicos argentinos contemporáneos más importantes (Fito) y nos aplican a los cuatro. Vienen a cuenta porque el día terminó cuando vi por Canal 2 el segundo gol de Diego a los ingleses con Mariposa Technicolor de fondo, una de los temas que más me gustan del rosarino. Era mucha belleza para un mismo día y me puse a llorar. De emoción, de tensión liberada, vaya a saber de qué.
Y es con música de Fito que elongo al final de cada entrenamiento. Por eso, también a él las gracias. Como a Gastón Aldave, mi entrenador actual con quien hemos alcanzado juntos este logro y otro similar en media maratón hace poco. A Carlos Rojas y Nahuel Gorosito, sus socios que lo reemplazan muy bien cuando Gastón no puede estar conmigo. A Joe Timo y Gustavo Represas que tanto me ayudaron en el pasado. A Hernán Delmonte que antes, hoy y mañana me asiste con sus sabios consejos y su sensatez, que controlan un poco mi ímpetu por correr todo el tiempo.
Y a mi profesora de gimnasia en San Pablo, Brasil, que fue quien me sacó del sedentarismo. Mucho me gustaría decirle que ese cuarentón que entonces no pudo completar un kilómetro sin tener que parar a respirar y recuperarse, hoy corre maratones en 3.24 y 10 k abajo de 40 mins. Estaría contenta de saberlo, estoy seguro.
Fue pues, un podio de amigos: Rubén, Jorge, Enrique y yo. Un podio de cuatro pero también eran cuatro los mosqueteros. Un podio sin desnivel en el medio. Un podio de cuatro tipos que diariamente lo dan todo como sólo lo comprenden los que practican estos deportes, porque saben en la piel que las medallas se ganan en los entrenamientos y se retiran en las competencias, como dijo alguien.
Un domingo feliz para mí y para mis amigos. O sea, doblemente feliz.