Dos sudacas en la tierra magyar - 2 de octubre 2005


Hay momentos en que la ejecución pasa a ser más importante que la teoría. Go for it. Be a Tiger
De un gran afiche en el aeropuerto de Ezeiza, al que acompañaba una imagen de Tiger Woods.

Mis lectores más fieles, aquellos que me siguen hace ya 550 páginas, varias cumbres, algunos desamores y catorce maratones, tendrán que disculpar que recurra en ocasiones, a estructuras narrativas que ya conocen. Sucede que uno no es Cervantes y que los viajes a correr maratones afuera, tienen mucho de original pero también una parte que es común a todos o a muchos de ellos.
Llegué a Budapest el lunes anterior a la carrera luego de viajar puerta a puerta, 23 horas. Estaba muerto y caí como un cadáver –como un cadáver muerto, como decía alguien- en al cama del apart hotel. MMF (abreviación de Monsieur Mon Frére, o sea mi hermano. Yo lo llamo así pues es la forma que usaba Bonaparte para dirigirse a su hermano José) llegó a la noche de ese mismo día.
Yo llevo ya trece maratones corridas por el mundo, pero ninguna en Europa Central, si convenimos a considerar Berlín, que la corrí, como Europa Occidental. Prefiero la denominación “Europa Central” o “mitteleuropa” a la de Europa del Este, pues a mi entender la primera refiere a su cultura, fuerte y milenaria, mientras que la segunda hace referencia a la política, y para peor a una política que ya no existe. La que separaba al mundo en lo que estaba al este o al oeste del tristemente célebre Muro de Berlín.
Por eso, porque nunca había puesto pie en esta región del mundo, me atraía tanto venir a conocer. Normalmente con MMF elegimos las maratones con anticipación de seis meses –ya sabemos por ejemplo que el 26 de marzo de 2006 correremos en Barcelona- pero esta vez fue diferente, lo decidimos entre gallos y medianoches, a menos de un mes de la carrera. Europa Central es algo tan desconocido y lejano para un rioplatense, como supongo que el Río de la Plata lo será para un hijo de Kafka. Lo primero que a mí me vino a la mente fue “El cetro de Ottokar”, un libro de historietas del famoso reportero Tintín, obra del dibujante belga Hergé que leí en mi infancia en la biblioteca de mi padre y que transcurre en un supuesto principado de Europa Central llamado Ottokar. Claro que Hergé era cualquier cosa menos serio o afecto a los detalles culturales por lo que sus historietas son una catarata de lugares comunes pero que, a qué negarlo, yo disfruté mucho en mi infancia. Sin saber que Hergé era pronazi, pero eso es otra historia.
De grande algunas otras cosas de Europa Central entrarían en mi vida, como Kafka, Kundera o Conrad pero en términos generales, es al día de hoy una de las zonas oscuras del mundo para mí. El lado oculto de la luna, digamos. Y si todo era ya difícil para un latinoamericano, agregue Ud. todos los cambios ocurridos en este paraje del mundo desde 1989 y comprenderá lo desorientado que yo estaba.
Hungría es un país con exactamente la mitad de la superficie del Uruguay, pero tres veces más habitantes. –tiene diez millones- . Limita con siete países de los cuales solamente dos existían cuando yo iba a la escuela y tenía la manía de aprender todos los nombres de todos los países y sus capitales. Ellos son Rumania y Austria. Los otros cinco, -Croacia, Serbia y Montenegro, Eslovenia, Eslovaquia, y Ucrania son todos gajos del imperio soviético desplomado. Integra la Unión Europea desde 2004 pero aún no la zona Euro, por lo que conserva su moneda local, el fiorint. Algo que hoy en Europa es casi una antigüedad.
Como tengo mucho interés por las lenguas, sus orígenes y características, me dediqué a investigar un poco el tema del idioma húngaro en Internet. Sucede que es una de las pocas lenguas que hoy se hablan en Europa y que no es de origen indoeuropeo (como lo son el inglés, el alemán, el español, el italiano, el danés y tantas otras). Pertenece a la familia de las lenguas urálicas, junto con el lapón y el finlandés. La única otra lengua no indoeuropea de uso en Europa hoy en día es el vasco, que no comparte familia con ningún otro, como no podía ser de otra manera tratándose de los vascos.
Lo interesante es que el idioma madre que dio origen a todas las lenguas indoeuropeas nación precisamente en Hungría, pero desapareció de allí y la región fue ocupada por los magyares, que son hoy en día la raíz última del pueblo húngaro y trajeron la base del idioma que hoy se habla aquí. Por tener una génesis totalmente diferente, no se entiende nada de nada, por mucho esfuerzo que uno ponga y por mucha gimnasia que uno tenga hablando idiomas extranjeros. Para peor, yo no hablo alemán y ellos poco inglés y nada de francés o castellano, así que entenderse con los locales era un ejercicio de señas con los dedos.
Para hacer una larga historia corta como dicen los anglosajones y porque dudo que Ud. lector esté con ganas de tomar una lección de historia, déjeme decirle que el país fue sucesivamente arrasado por los mogoles, los turcos, los austriacos, los alemanes y los rusos. “Desgarrado por el destino” como lo describe el propio Himno Nacional Húngaro.
Lo que uno nota todo el tiempo es un deseo de crear una cultura marcial, nacionalista, basada en lo magyar. A MMF y a mi esto nos da cierto escozor y temor de piel, pues nos recuerda aquella tontería del gobierno militar uruguayo cuando quiso inventar “el año de la orientalidad”. Todo son odas a los héroes magyares, sus reyes, sus batallas. Los monumentos son particularmente épicos con ese propósito. Y mezclan política y religión: así, varios reyes y princesas son a la vez santos de la Iglesia Católica. Para quien viene de un país laico como el mío, que siempre separó a la Iglesia del Estado, esto es chocante. Yo aventuré una explicación: el sincretismo total entre política y religión era algo normal para el hombre medieval. El Jefe de estado era al mismo tiempo, el líder religioso. Otra cosa habría sido ridícula en la Edad Media y antes de la aparición de los actuales estados nación. Y bueno, Hungría es en ese sentido un resabio medieval, una ventana que nos permite mirar a un pasado de mil años atrás.
Pasamos los días como hacemos siempre con MMF: charlando de la familia, del mundo que nos preocupa a ambos, del buen momento del Real, del triunfo de Alonso en Interlagos, de la ecología que ídem, de tantas cosas que compartimos tan bien desde siempre. Paseamos por Budapest, que como todos saben está a las orillas del Danubio, unos 250 kilómetros aguas abajo de Viena. Conocimos todos los lugares de visita obligada de la ciudad y muchos otros. El Danubio es muy ancho, más que el Sena y sus riberas aunque bonitas, no alcanzan la “grandeur” de las del río que atraviesa la capital francesa. No está mal, digamos, pero no es París.
Un día se nos dio por ir a un parque suburbano donde habían desterrado al exilio a todas las estatuas del período comunista, que vale la pena recordar, duró la friolera de 44 años. Allí estaban enormes Lenins y Marxes y soldados heroicos y trabajadores esforzados, todos en tamaños monumentales, muy propios de la estética que caracterizó al realismo socialista. A mi no me gustó nada que junto a todas esta estatuas hayan mandado el monumento a los húngaros que pelearon en las heroicas Brigadas Internacionales en España. Jóvenes magyares que dieron la vida por combatir el fascismo europeo en su primer campo de batalla, que no otra cosa sino eso fue la Guerra Civil Española, no merecen ser tratados como los dictadores comunistas de los 60 y 70s. Y su monumento debería estar en Budapest.
La bronca contra el poder soviético y el comunismo, tantos años reprimida estalló e hizo retirar todos estos monumentos de los parques y plazas, como si se pretendiera ignorar que la historia existió, mal que pese. Dejaron un solo monumento en la plaza Libertad, frente a la embajada norteamericana, recordando a los soldados soviéticos caídos en la liberación de Hungría. El monumento contiene estrella roja, hoz y martillo “comme il faut”. Y está bien que haya quedado.
Otro hecho histórico que marca mucho los monumentos de esta ciudad fue el alzamiento popular contra la opresión soviética en 1956. Alzamiento que los tanques soviéticos –mandaba Nikita en Moscú en esos años- apagaron a sangre y fuego dejando un tendal de 30 mil muertos. Disparaban con ametralladoras y cañones sobre la multitud desarmada.
Imre Nagy, líder de la rebelión y ex primer ministro comunista, pagó con su vida. Hoy, a una cuadra del parlamento lo recuerda un hermoso monumento. En él, una estatua de Nagy tamaño natural mira desde un pequeño puente curvo, de esos que hay en los jardines japoneses para atravesar pequeñas acequias, al pueblo o a la gente, como gusten llamarlo. Todos se suben al puente y se sacan fotos con la estatua, para eso está hecha, es una estatua interactiva. Yo también me saqué una. Fue el primer alzamiento contra el poder soviético, anterior al de Checoslovaquia y al de Polonia. Fue la huelga general más larga que un pueblo le haya hecho a un poder opresor –duró semanas, mucho más que los quince días que se prolongó la también heroica huelga con que el pueblo uruguayo respondió al golpe militar- . Y también fue en Hungría –en su frontera con Austria- que caería la cortina de Hierro en 1989.
Pero la trágica historia húngara no puede dejar de mencionar lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial. Hungría se puso del lado de los alemanes, en parte por ese espíritu marcial que he mencionado, al que son tan afectos, y en parte porque en la Primera Guerra Mundial, donde también tomó bando equivocado (integraba entonces el imperio Austro Húngaro que colapsó al fin de esa contienda), perdió muchos territorios a manos de los países vecinos y supuso que subiéndose al carro germano los recuperaría. Cuando el imparable Ejército Rojo entra en Hungría es la primera incursión en un país del Eje, y recuerden que los soviéticos venían con sed de venganza por lo que los alemanes habían hecho en su país. Además, los nazis decidieron resistir en Budapest y esto implicó una lucha brutal que destruyó, se calcula, 30 mil edificios. Entre otros, todos los que los turistas visitan hoy en día pensando que son antiguos, de los siglos tal o cual. No quedó nada en lo que hoy es el enorme y bello Palacio Real. Fue reconstruido de cero. Los alemanes volaron todos los puentes sobre el Danubio, en un intento pueril de detener a los soviéticos, por lo que también esto debió ser reconstruido manteniendo fidelidad a los originales. Por suerte habían sobrevivido muchos documentos y fotos que permitieron hacerlo.
Así llegamos al domingo 2 de octubre, día en que corríamos la vigésima edición de la maratón de Budapest. Se larga de la Plaza de los Héroes, un imponente hemiciclo que por supuesto refiere a los héroes magyares –después de lo que les he contado, seguro lo habrían adivinado- pero yo preferí pensar que ese día, lo de héroes aludía a nosotros, los heroicos corredores que una vez más, íbamos a encarar los míticos 42 kilómetros.
Arranca corriendo en su totalidad la elegante avenida Andrassy, en cuya primera mitad hay señoriales mansiones, muchas de ellas representaciones diplomáticas y en cuya segunda mitad conviven tiendas de marca y la famosa Ópera de Budapest, que poco tiene que envidiarle a la de París. Budapest es la unión de dos ciudades diferentes, Buda y Pest, ubicadas cada una a un lado del Danubio. La carrera pasa varias veces de una a otra.
La carrera usa mucho, casi diría excesivamente, las orillas del Danubio. Lo hace en parte porque es la única manera de tener un trazado plano –en el resto de la ciudad hay colinas- y en parte porque es la parte más espectacular, la que todo organizador de carreras quiere mostrar al mundo. El problema es que llega a pasar hasta cuatro veces por un mismo lugar, y eso parece too much, al menos para mí.
Se autoproclama una maratón plana, pero para mi no lo es. Es claro que no es Madrid ni Boston, que más parecen los Andes o los Alpes, pero no es lo plana que son Berlín, Chicago o Londres. Las salidas de los puentes y de los muelles presentan desniveles importantes. Como dije, se corre mucho paralelamente al río, y cerca, por lo que pude comprobar que aunque Strauss haya creado para el mundo una imagen idílica del Danubio, el río tan célebre tiene su olorcito a aceite quemado de barco como algunos ríos de América Latina. Yo hice un tiempo razonable, aunque no notable, fue el “tercero mejor” de mis catorce maratones pero no pude superar mi PR (Personal Record, 3.23.54 obtenido en octubre 2004 en Ámsterdam). Hice 3.31.46 pues no pude evitar que la segunda mitad fuera siete minutos más lenta que la primera.
Considerando que yo no entrené bien, no lo hice en forma sistemática, para esta carrera, quedé conforme. Mejoré el tiempo de mi última carrera (marzo 2005, Santa Rosa, provincia de La Pampa, interior de Argentina). Salí en la posición 567 de 2790 corredores en total (20 percentil) y noveno de 361 extranjeros!!!
MMF hizo 3.57:38 un tiempo superior al que él puede dar. Pero había estado con ampollas toda la semana y esto lo perjudicó en su rendimiento. Que la maratón de Budapest no es la de Londres o Berlín o Chicago o New York lo prueba el hecho de que el ganador puso 2.22, un tiempo malísimo, al que pueden llegar yo estimo unas cincuenta personas en Argentina. En cambio, dudo que ningún argentino pueda hoy ganar Berlín o Londres o Chicago pues allí los tiempos del ganador son del orden de 2.09 - 2.10.
Lo verdaderamente único de esta maratón son los baños termales con los que finaliza. Como todos saben, Hungría y en particular su capital, se caracterizan por baños termales cuyas aguas tienen propiedades terapéuticas. Pues uno de ellos, muy señorial y elegante, está en el parque donde termina la carrera y ese día todos los corredores tienen acceso gratis. Así que pasamos buena parte de la tarde en el agua caliente, charlando con corredores franceses y acompañados de Bárbara, una amiga común francesa que aunque no corrió, estuvo con nosotros a partir del viernes acompañándonos en todas las vicisitudes de la maratón.
Y así pasó mi décimo cuarta maratón, y otra vez me subí a otro avión luciendo orgulloso otra medalla en mi pecho. Una foto más irá a engalanar la ya cargada pared de mi oficina.