My kind of town. Maratón de Chicago - 7 de octubre de 2001


Llegué a Chicago el miércoles muy temprano en la mañana. Aún no había amanecido, así que vi el día nacer mientras me alejaba en ómnibus de la terminal. Llegué al centro de la ciudad sin inconveniente alguno, en subte, sin siquiera tener que combinar líneas. Una vez en el hotel me tiré un ratito a descansar y ese y los tres siguientes días los dediqué a conocer lo que me resultó una de las ciudades más lindas que yo haya visto jamás. Como no esperaba tanto, el impacto de la sorpresa fue aún mayor. Chicago es conocida por los arquitectos por el notable valor de sus construcciones, y doy fe que esta fama no es gratuita. Aquí hubo muchos arquitectos notables, entre ellos Louis Sullivan, Frank Lloyd Wright y Ludwig Mies van der Rohe que hicieron en Chicago historia grande de la arquitectura universal. Wright en realidad tiene poca cosa en Chicago mismo, más bien construyó en los alrededores (entre otros lugares en Oak Park, pequeño pueblo que visité) y sobre todo casas de familia. Sullivan hizo más edificios, aunque varios con su firma fueron demolidos. Esta barbarie ocurrió antes que las autoridades, en los años 60, se dieran cuenta que estaban sentadas sobre una mina de oro o un tesoro cultural, según el punto de vista, y comenzaran a preservar las construcciones de la ciudad. Mies es mucho más contemporáneo -falleció en 1959- y por tanto sus obras se ven con más facilidad.
Sullivan es un poco cargado para mí, Wright como dije no hizo edificios y Mies, el inventor del rascacielos estilo internacional, es muy despojado para mi gusto. Pero uno ve los edificios de Mies y nota como su obra fue copiada en todo el mundo, no siempre con acierto. Hice en total tres tours de arquitectura, y cada uno de ellos lo repetí solo, luego de terminar el tour guiado. Uno aprende a valorar construcciones que un gusto estético necesariamente caprichoso había hecho descartar en una superficial primera mirada.
Debo reconocer que para mis los EE UU eran San Francisco, Boston, New York y tierra en el medio. Nunca imaginé que el midwest, arquetipo entre intelectualoides, de tierra de gente de tradiciones fuertes pero cultura escasa, pudiera dar lugar a una ciudad tan notable como Chicago. Uno nota enseguida que aquí hubo planificadores urbanos, artistas y arquitectos trabajando durante décadas con un fin, con un plan y con un sólido presupuesto. Y los parques, magníficos y enormes. Todo el este de la avenida Michigan es un hermoso parque que va a ser aumentado en su superficie en los próximos dos años, las obras ya están en marcha. Esto se logrará haciendo como hizo New York con Park Avenue, enterrando las vías de tren que atraviesan el parque en sentido longitudinal y le quita mucha superficie.
Todo empezó a cambiar en Chicago cuando en 1848 un incendio terminó con casi todo el centro de la ciudad. Se salvaron sólo tres edificios de los cuales solamente uno se conserva al día de hoy. Antes del incendio, en el centro había casas de familia, luego comenzaron a construirse allí oficinas, tendencia que continúa al día de hoy. En los años inmediatamente posteriores al feroz incendio cambió el uso de las construcciones pero no su técnica constructiva, pues esto sólo cambiaría en los años 60, cuando surgen los primeros rascacielos al desarrollarse la técnica de esqueletos metálicos, que torna innecesarios los pesados muros de ladrillos usados hasta entonces. Es interesante notar, que esta técnica no ha variado sustancialmente hasta el día de hoy, del hierro se pasó al acero a fines del siglo, cuando éste devino económicamente viable -antes existía pero era caro- y del envoltorio de ladrillo alrededor de la columna se pasó al asbesto y hoy al concreto. Pero en lo esencial, la idea es la misma desde 1860.
En 1909 Daniel Burnham, arquitecto y planificador urbano, hizo un plan de desarrollo de la ciudad, en una época que la sola existencia de una plan de este tipo era una rareza, tan brillante el plan, que algunas ideas se aplican todavía hoy en día. En los años 20, viene el Art Deco y deja muchos edificios con su impronta en la ciudad. La guerra trae luego un largo receso que del que se saldría en los 50, con la llamada escuela internacional y el modernismo. De esta época data mucha de la obre de Mies, alemán emigrado a Chicago en 1938.
Supongo que todo el mundo sabe que Chicago está a orillas del lago Michigan, que en el pasado llegaba hasta la Avenida Michigan donde estaba mi hotel, o sea que todo el parque que mencioné antes es relleno ganado al lago. El sol sale del lado del lago, o sea que imagínense los amaneceres - salí temprano a ver dos de ellos- el sol elevándose sobre el borde del lago y todos esos majestuosos rascacielos modernos y originales recibiendo la luz naranja del sol mientras sus luces artificiales van lentamente apagándose.
Y los museos, para que contar. El Art Institute of Chicago, que tiene la segunda colección más importante de impresionismo del mundo (podríamos decir que la primera ya que Orsay esta fuera de competencia, como Gardel está fuera de todo concurso de cantores) y que en ese momento alberga una exposición temporaria de Van Gogh y Gaugin, poniendo énfasis en las influencias que cada uno ejerció sobre el otro. El museo de Historia Natural (el mayor edificio de mármol del mundo según las guías) que me pareció aún mejor que el de New York, hasta ahora tenido por este servidor como el mejor en su tipo en el planeta.
La biblioteca pública, que recorrí en detalle y en la cual pedí un par de libros (para testear stock y velocidad de respuesta), me proveía acceso gratuito a Internet y, oh casualidad , alojaba una exposición sobre Borges auspiciada por el consulado argentino.
La Orquesta Sinfónica de Chicago -no asistí a sus actuaciones- tiene su sede a tres cuadras de donde yo estaba alojado. Su director es casualmente Daniel Baremboim. Erré horas por la ciudad, que es de tamaño humano o sea se puede caminar de una punta a la otra, descubriendo cada edificio, cada esquina, cada fuente. A mí me fascina la arquitectura, a la que considero mi vocación frustrada. Yo debí haber sido arquitecto porque soy uno de los últimos renacentistas y porque la arquitectura es la única disciplina originada en el Renacimiento que aún existe. Pero no pudo ser.
Todo en la ciudad y el país gira en torno de los atentados del 11 de septiembre. Hay banderas en las vidrieras de los comercios, a menudo con el lema God Bless America (Dios bendiga a los EE UU, una verso de una canción patriótica muy conocida) a su lado. Los edificios públicos con grandes bloques de cemento en la vereda, como ya es familiar en Buenos Aires en las sedes de instituciones afines a la comunidad judía desde los atentados a la embajada y la AMIA.
Los programas cómicos que tradicionalmente llenan la pantalla a las 9 de la noche, fueron sustituidos por informativos y análisis y más informativos y más análisis históricos. Un tarado, pero no un terrorista sino uno de esos locos que siempre hubo en los EE UU mató a un chofer de Greyhound (compañía de ómnibus) y ya recomenzó el miedo. En los aeropuertos hay soldados de la Guardia Nacional en uniforme de fajina y munidos de armas de guerra.
El viernes a la mañana fui a retirar el chip electrónico que se coloca en la zapatilla y sirve para medir el tiempo de cada uno, el número que hay que llevar en el frente de la camiseta, etc. Los organizadores de las maratones siempre aprovechan esta circunstancia para reunir firmas que venden material relativo al deporte en un lugar. Uno pasea, mira revistas, recibe muestras gratis de mil cosas, mucho material impreso, etc. Pues oh casualidad, encuentro en un corredor a Hal Higdon, corredor de 70 años -que ni se le notan -ex miembro del equipo olímpico norteamericano y entrenador mío. El no me conocía, claro, pero yo he leído sus libros, su página en Internet, conozco las plantas y fuentes que tiene en el jardín de su casa en Indiana y hasta el nombre de sus dos nietos. Todo eso le conté lo que le causó no poca gracia, me dedicó un libro suyo. Hasta en la “Expo” del maratón, se sentía la repercusión de los atentados, ya que un tipo que hablaba de entrenamiento no pudo dejar de hacer referencia al 11-9 y dijo que esta es la primera manifestación de masas en los EE UU desde esa fecha.
Así, llegamos al domingo 7 de octubre día en que a las 7.30 de la mañana comenzaba el maratón de Chicago, motivo que me había traído o llevado hasta esas lejanas tierras. Las condiciones climáticas resultaron las mejores imaginables, todo lo que un corredor puede pedir. Arrancó con cuatro grados centígrados para terminar -cuando yo terminé- con doce. O sea un promedio de notables ocho grados. tiempo seco, pocas nubes que no podían de ninguna manera transformarse en lluvia pero que paraban un poquito el tenue sol y una brisa linda, que no podía llamarse viento ni aire quieto. ¿Se puede pedir algo más?
Decenas de miles de corredores sobre el asfalto, calentando motores, charlando, hidratándose, haciendo pis en cada árbol. Se acerca la hora decisiva y se hace un minuto de silencio por las víctimas de los atentados del once de Septiembre. Luego, un cantor de ópera entona el himno nacional americano. Según comentó el relator, después de cantar el himno, el tenor correría el maratón y a la noche volvería a cantar, esta vez en la Ópera de Chicago. Me encantó el fulano, just my type. Faltan dos minutos estamos todos en nuestros puestos, o sea en frente al cartel con el tiempo estimado que cada uno cree demorará. Esto se hace de esta manera para hacer más fluida la partida, para que los corredores rápidos no queden detrás de los lentos y se produzcan molestias. Falta un minuto y yo cumplo una de mis dos cábalas, la doble persignación, una vez a la manera tradicional y otra à la agnostique, o sea, tocando con los tres dedos centrales de mi mano derecha el piso y luego llevando esos mismos dedos a los labios. Mi otra cábala es usar siempre el mismo pantalón y la misma camiseta. Suena el disparo de largada y allí estalla la alegría, la fiesta, la mística que es difícil explicar en palabras.
El 11 de Septiembre estuvo fuertemente presente en la carrera. En las T-shirts que decían “In memory of X.X 9-11-01” o simplemente “In Memory”. Otras decían “We will never forget” (nunca olvidaremos) o “United we stand” (unidos permanecemos) o “United we run” (unidos corremos, una paráfrasis del motto anterior que es el “oficial”). La gente gritaba el nombre de su país al pasar dentro de túneles (el ruido se amplifica en esos ámbitos) y llevaba todo tipo de distintivos con los colores americanos.
Corrí firme, parejo, tranquilo, hasta llegar a la milla 20. De paso, les cuento que mientras corría concluí que las maratones son en los países anglosajones más cortas que en los latinos. Y esto porque aquí hay que pasar delante de 42 cartelitos para completar la carrera y allí sólo 26. Llegada la milla 20, decía, mandé a MOY (mi otro yo y compañero de todas mi carreras) a revisar el estado de la maquinaria, como es costumbre. Vino con el informe de que todo estaba en perfectas condiciones, entonces, decidí apurar un poco el paso. Pensé en los más de cien mil espectadores que alentaban, pensé que todos estaban allí para alentarme solamente a mí, pensé en el “Buena cumbre”, el saludo que Federico y Mauri me dieron por teléfono y que es el que los montañistas se dan unos a otros cuando un grupo parte a conquistar la cumbre. Llego a la milla 24 y me acuerdo de lo que me dijo una amiga neoyorquina “New Yorkers will be supporting you in the race as you have supported New York”. (los neoyorquinos te estarán apoyando como vos apoyaste a New York) No puedo decepcionar a ocho millones de personas, me dije y apure aún más el paso. Entonces Berni “tractorcito” Frau pone quinta y empieza a pasar corredores como si fueran alambre caído. El sprint más largo de mi vida. Una sensación única e irrepetible la que se siente corriendo rápido, después de casi 40 kilómetros y como si nada. Milla 26 y faltan sólo algunas centenas de metros me dice Moy, ya se ve el arco de llegada. Apuro aún más el ritmo buscando descontar segundos, y ta taa taaa taaaaa taaaaaa gol gool goool gooool gooooool, cruzo la línea de llegada luego de correr por 3:51:46, casi siete minutos menos que mi mejor tiempo (París, abril del 2001). Luego, mirando los detalles por Internet, descubriría que corrí un maratón inversa, o sea, la segunda mitad más rápida que la primera, lo que no es corriente, sólo algunos corredores corren de esta manera.
Que Chicago es una de las maratones más rápidas del mundo, lo prueba el hecho de que ese domingo se quebró el récord mundial femenino, que acababa de ser establecido sólo una semana antes por Naoko Takahashi, de Japón, en Berlín (otra maratón rápida). Catherine Ndereba, de Kenya, estableció ese domingo un nuevo récord mundial femenino con 2:18:47. Para hacerlo aún más meritorio, Ndereba, a diferencia de la japonesa en Berlín, corrió sin “pacemakers” masculinos al frente, práctica común entre las corredoras de elite, que consiste en llevar todo el tiempo al frente a tres hombres que le marcan el paso y cortan la resistencia del aire. En apenas una semana, entre la japonesa y la keniata, el récord femenino fue disminuido en un minuto y 56 segundos. Hoy en día tanto el record masculino como el femenino pertenecen a Chicago. El masculino es de 2:05:42 y fue obtenido en 1999 por Khalid Khannouchi, un marroquí que enseguida se nacionalizó americano.
Una tragedia ensombreció lo que de otro modo hubiera sido una fiesta completa: un joven de 22 años falleció a 4 cuadras de la llegada, por temperatura excesiva (41 grados). Era su primera maratón y estaba corriendo muy rápido (3 horas y media) pero evidentemente no se hidrató como debía durante el transcurso del esfuerzo. Es la cuarta muerte en los últimos cinco años. Había 37500 inscritos, corrieron 31871 y terminaron 28585. Yo llegué en la posición 8139.
La carrera de hombres la ganó Ben Kimondiu, también de Kenya, con 2:08:52. Kimondiu superó por sólo cuatro segundos a Paul Tergat (otro keniata), ganador de la São Silvestre que yo corrí en São Paulo y favorito para el maratón de Chicago. Kimondiu era “pacemaker” o “conejo”, y como tal su trabajo era correr 18 millas liderando un grupo y luego retirarse, pero en lugar de irse para la casa decidió seguir corriendo y terminó ganando. Esto -un conejo decidiendo no abandonar y terminar ganando- sólo había ocurrido una vez en la historia, también en Berlín y también la semana pasada y el conejo también era keniata.
Otra cosa que yo hago durante las carreras, es divertirme leyendo las inscripciones de las camisetas de los corredores. Una decía: “Life is easy: sleep - run - eat - run - work - run”. Otra iba así: “To reach significant achievements, one needs not only to act but to dream, not only to plan, but to beleive” (Para alcanzar grandes logros, uno no tiene solamente que actuar sino también soñar, no solamente que planear, sino también creer). Me encantaron ambas.
La noche después de la carrera, mientras miraba el sol ponerse en la fría tarde de Chicago, puesta de sol que acompañaba con una cerveza -ausente de mi dieta por una semana al menos- disfruté la victoria. Lleno de la satisfacción, alegría y seguridad en uno mismo que sólo dan los grandes triunfos, entendí perfectamente lo que sintió Napoleón, la noche en que cenaba viendo ponerse el sol en los campos de Austerlitz.