Maratón de Londres – 14 de abril de 2002


Llegar a Londres fue toda un maratón en si mismo. Puerta a puerta puse nada menos que 24 horas, esto debido a que por ser mi pasaje el más barato del mercado, tenía una escala de cuatro horas en São Paulo. Para hacer el viaje más sufrido, nos pegamos un buen susto al llegar a Guarulhos por una fuerte tormenta que nos obligó a desviar a Campinas para desde allí dirigirnos finalmente a São Paulo. De no haber tomado esta combinación de aviones, que implicaba una espera de varias horas en São Paulo, hubiera perdido el avión a Londres y tenido que aguardar un día en el hotel del aeropuerto, lo que no es grato. Quise comprar un DVD del maestro (Caetano Veloso) en el aeropuerto pero no tuve suerte, no hay tiendas de música en el área de tránsito.
En Londres Manolo (mi hermano cuatro años mayor que yo que reside en Toulouse, Francia y que también correría el maratón de Londres) y yo nos alojábamos en la casa de Gill, un amigo indo-británico al que conocí en febrero en una semana en que junto a un grupo subimos el cerro Vallecitos, en la provincia de Mendoza, Argentina. Entonces Gill se había ofrecido muy gentilmente a hospedarnos en su casa. Las instrucciones que Gill nos había dado para encontrarnos y luego llegar a su casa, implicaban que Manolo y yo debíamos encontrarnos en un determinado andén de una estación de trenes. Cosa muy excitante pues tenía un aire de encuentro de espías en tiempos de la guerra fría. Todo anduvo perfecto y nos vimos donde estaba pactado y desde allí nos dirigimos a St. Albans, un pueblo suburbano donde reside Gill.
St. Albans resultó ser un pueblo idílico, el lugar donde todos desearíamos vivir -al menos yo- con una calidad de vida como no he visto en muchos otros lugares del mundo, incluyendo toda Europa. La casa de Gill tiene cuatro dormitorios y él vive solo, por lo que teníamos un dormitorio para cada uno, con una excelente cama y un muy correcto colchón. Un lugar mucho más confortable de lo que el más optimista de nosotros podía esperar. Esto me dejó muy, muy contento. Confort es precisamente lo que se requiere la semana previa a una gran carrera.
Pasamos la semana corriendo suavemente después de despertarnos por las hermosas calles y parques de St. Albans, luego desayunando y viajando a Londres a media mañana para visitar un museo u otro y caminar tranquilos, sin meta ni prisa, por algún bonito barrio londinense. Este viaje me sirvió para reconciliarme con Londres. Hasta ahora no la tenía en gran estima. Sucede que cuando se vive tan lejos como en Sudamérica, Londres está relativamente muy cerca de París y un viaje a una de esas dos ciudades muchas veces implica una pasada por la otra. En la comparación, Londres siempre perdía ante mis ojos, pues nada puede competir con el atractivo de París, particularmente con su arquitectura. Pero esta vez aprendí a mirar Londres sin compararla, a salir de sus grandes avenidas -no demasiado atractivas- para incursionar en sus bellísimas calles de barrio. Nunca me había quedado ocho días en Londres y eso, el permanecer un tiempo razonable, también ayuda a conocer mejor y disfrutar una ciudad. No pisamos ni Westminster ni la Torre de Londres ni nada parecido. Esa clase de aburridos lugares los habíamos conocido ambos en alguna visita anterior y no teníamos interés alguno en volver a ellos.
El costo de vida en Londres es altísimo, como muestra basta un botón. El tren de St. Adams al centro de Londres demora más o menos lo mismo que el de mi casa en Olivos al centro de Buenos Aires. Pues el mío cuesta 0.75 pesos argentinos y su equivalente londinense 36 pesos. Para un argentino hoy en día, cualquier gasto en Londres no se mide en dinero, sino en decenas de horas de trabajo de uno en Buenos Aires. Pero llega un punto en que dejás de hacer la cuenta, si no, no disfrutás de nada.
El martes fue el funeral de la reina madre (Queen Mother), seguramente la integrante de la familia real que los ingleses más apreciaban debido al rol que asumió durante la Segunda Guerra Mundial, en que visitó a las víctimas de los bombardeos alemanes en lugar de recluirse en su protegido palacio. Un millón de personas acompañó el féretro y doscientas mil desfilaron frente a él y firmaron el libro de condolencias. Nosotros ese día fuimos a algún lugar bien alejado para no cruzarnos con multitudes que sólo sirven para agotarlo a uno.
Así, sin leer los diarios y mirando tele sólo para seguir la evolución de la Copa de Europa (fútbol) en la que mi brader tenía un muy alto interés y que se encontraba esos días en etapa de semifinales, llegamos a los tres días previos a el maratón. Comenzamos entonces el carboloading, o sea, el período en el que uno come pura y exclusivamente carbohidratos -en nuestro caso pasta, puede también alternarse con arroz- a los efectos de cargar las baterías con la máxima cantidad posible de ellos. Pasta para el desayuno, pasta para el almuerzo y pasta para la cena durante 72 horas.
Pasar estos días con Manolo fue por supuesto mucho más lindo que hacerlo sólo, que hubiera sido la otra alternativa. Pero lo fundamental es pasar la última semana antes de un maratón en compañía de un corredor, pues si se lo hace junto a un turista no-corredor, se corre el riesgo de que en su afán de aprovechar el tiempo conociendo lugares y cosas, lo haga a uno cansar más de lo que es conveniente. La prioridad en los siete días que anteceden al D-day, es reposar los músculos y la mente. Todo la importancia que se le ponga a esto, es poca.
El jueves fuimos a retirar nuestros números a la expo, en las afueras de Londres. La circunstancia de retiro del número de la carrera sirve como excusa para exponer a los corredores una gran feria o mercado en el que se exhiben stands de los fabricantes de ropa y calzado deportivo, de alimentos para deportistas, propaganda de otras maratones y cosas por el estilo.
El sábado, vísperas de la carrera decidimos no viajar a Londres sino pasear y conocer el pequeño centro de la adorable St. Albans. Como dije, el lugar es de ensueño. El pueblito tiene diez y seis hermosas iglesias antiquísimas. La catedral es de principios de la Edad Media y debe su nombre a Santo Albans, el primer mártir de la Iglesia Católica en Gran Bretaña. En su momento, la catedral fue foco cultural importante del norte de Europa, allí se escribían libros y se fabricaban relojes de precisión. El pueblo fue fundado por los romanos con el nombre de Verlamium allá por el año 50 de nuestra era. Es tan pequeño, que en diez minutos corriendo en cualquier dirección desde la plaza central, se llega al campo, con heno, tractores y animales. No existen carteles groseros de propaganda que generen contaminación visual. Parque público increíble, con un gimnasio municipal de quitar el aliento, mejor equipado que la mayoría de los gimnasio privados de mi ciudad. Hay tres museos, tres supermercados, una elegantísima zona céntrica, un lago de almanaque suizo y pasto prolijo y cortado como sólo puede ser mantenido en Inglaterra.
Y llegó el gran día. Nos levantamos tres horas antes de la largada, para hacer la última ingesta, básicamente pan -por los carbohidratos-, jugo de manzana - por su alto contenido en fructuosa- y cereales. Es importante que sea no menos de tres horas antes para estar seguros que uno correrá completamente vacío de vientre. Nos tomamos el tren a Greenwich, donde se larga la carrera. Greenwich es por todos conocida por ser el lugar por donde pasa el meridiano cero, pero es sede también de un notable museo naval donde se recuerda con honores a Vito Dumas, ese humilde navegante solitario argentino que en su país es apenas medianamente conocido.
Ya en el tren se olía el ambiente del maratón y a medida que las combinaciones de transportes nos iban acercando, más y más. Son tantas las personas que corren (33291 personas) que hay tres largadas que si bien ocurren simultáneamente, parten de diferentes lugares y se van juntando algunos centenares de metros más adelante. Esto es para evitar el apelotonamiento. Los colores del maratón son "verdeamarelos" (verde y amarillo), lo que debe dejar contentos a los participantes brasileños (pues esos son los colores de su bandera). Esto es así pues estos son los colores de Flora, la margarina de Unilever que es el principal esponsor de la carrera, a la que da su nombre.
Exactamente a la hora prevista, 9:45 de la mañana, estallan los petardos y comienza la fiesta. Yo había cumplido con todos los ritos: Vestía la misma remera y el mismo pantalón que usé hasta ahora en todas la maratones, me persigné a la manera tradicional católica faltando un minuto para la largada y a la manera agnóstica en el momento exacto del comienzo. Esta última persignación consiste en tocar el suelo con los tres dedos centrales de la mano izquierda y llevar luego esos mismos tres dedos a los labios en el momento exacto en que estallan los cañones o cohetes que marcan el comienzo del maratón. El tiempo se presentaba ideal: fresco sin ser lo frío que estuvo en París, nublado, nada caluroso, sin lluvia previsible. Las condiciones que todo maratonista sueña con tener en el gran día.
"Now here we go" me dije. Hicimos el entrenamiento como corresponde, mantuvimos correctas pautas alimentarias durante años, tenemos el tanque lleno de carbohidratos, es hora pues de mostrarle al mundo lo que un approach serio y profesional hacia el deporte pueden conseguir. Vamos todavía. Con Manolo nos separamos unos veinte minutos antes de la largada, ya que debido a nuestros previsibles diferentes tiempos de llegada, partíamos de buckets (bolsones, grupos) diferentes. Esto se hace en todas las maratones, agrupar a los corredores según se velocidad esperable a los efectos también de evitar apelotonamientos en los primeros minutos, los que de todos modos en alguna medida se producen. Debido a la cantidad de gente, yo crucé la línea de largada 4:01 minutos después del inicio oficial. Esto no me perjudica en nada pues el chip electrónico que todos llevamos en el zapato, permite que el tiempo de cada uno sea medido a partir del momento en que cada corredor pisa la alfombra metálica que se encuentra en la línea de largada.
Hasta ahora yo nunca había tenido una estrategia de hidratación preparada seriamente. Esta vez me elaboraron una en el stand de Vittel (agua mineral francesa que esponsorea la carrera). Esta estrategia me permitió disminuir el número de paradas a orinar de siete a sólo dos. Repetirla para otra maratones será fácil pues el cuestionario se puede encontrar en la página web de Vittel. En base al peso, altura, velocidad en entrenamientos y VO2 máximo de cada corredor, del número y ubicación de las estaciones de reabastecimiento de líquido que son conocidas por el programa, de la temperatura y humedad previsibles, que también están pre-cargadas en el soft, uno obtiene como resultado cuantos centímetros cúbicos de agua debe tomar por estación de reabastecimiento.
Siempre ocurre en toda carrera, en las veredas hay cientos de niñitos que extienden sus palmas bien abiertas para que los corredores se las golpeemos con las nuestras al correr. Yo siempre lo hago muchas veces pues encuentro que me da fuerzas y motivación. Hoy en Europa, me explica mi brader, la droga de moda en los deportes de competencia es el EPO, un invento nuevo que espesa y oxigena la sangre y permite correr a máxima perfomance sin cansarse. Claro que esto luego se paga con el cuerpo destruido, pues ninguno de estos productos es inofensivo. Lo que es peor, han encontrado la manera de hacerlo indetectable, extrayendo sangre con EPO algunas semanas antes de la competencia (cuando no se lo detecta en los exámenes) y reinyectándola el día antes. Esto además aporta otro elemento de doping, que es la sangre adicional (esta técnica por si sola existía hace años).
Yo pensaba que es una pena que los inventores del EPO no conozcan las manos de los niños, y la fuerza adicional que le da a uno el golpearlas al correr. Sin duda, si lo supieran se dejarían de boludeces como el EPO y afines.
Mi estrategia de corrida fue seguir al pace setter (o rabbit como le dicen en Chicago, son personas que corren con un cartel que dice por ejemplo "3:45" y completan el maratón exactamente en el tiempo que indica el cartel. La ventaja para un corredor es que simplemente con seguirlos se consigue el tiempo deseado, sin tener que preocuparse por el manejo del tiempo durante la carrera, algo que requiere importante esfuerzo mental y concentración. Seguí al pace setter mientras pude, lo que ocurrió hasta algo más allá de la milla 17, en que le perdí paso. De ahí para adelante, simplemente corrí lo mejor que pude. La media maratón se alcanzaba exactamente arriba del London Bridge, el más famoso puente de Londres. La alcancé en menos de 1:50 por lo que MOY me dijo: "Berni, hoy estás corriendo más rápido que nunca, es te puede ser tu gran día".
Muchos de ustedes ya conocen a MOY (Mi otro yo). MOY es un ser virtual, como se dice en estos tiempos internéticos, que me ha acompañado siempre. El es mi motivador, mi entrenador, mi todo. Viaja montado en mis hombros pero nadie más que yo lo ve.
Yo llevaba una racha de cinco maratones, reduciendo constantemente el tiempo de una para otra. Extender esa serie a seis, o sea, mejorar una vez más mi mejor tiempo, era mi sueño de máxima para esta carrera, un sueño probablemente imposible pues seis maratones al hilo bajando tiempos es un récord que si no entra al Guiness, le pega cerca.
Pero como quien no quiere la cosa, empujado por el aliento del notable público inglés llegué como sin darme cuanta a la milla 23. Faltan sólo tres millas o cinco kilómetros me dijo Moy, la tenés adentro, mirá el reloj, tenemos muy buenas chances de mejorar el tiempo de Chicago, metele Berni, me decía al oído. MOY es un experto en técnicas de motivación de atletas. Te susurra, te da palmadas en los hombros, te putea, te maldice, te gesticula como un italiano en un embotellamiento, hace uso de todo lo que haga falta para que sigas un poco más allá del límite de lo que creías era tu máximo potencial.
"You are a bird, and birds, fly. So fly, Fly!" me decía Moy. La frase viene de "Verano del 42" una notable película que vimos con MOY años atrás y que nos encantó a ambos. El sabía que yo comprendería la referencia sin necesidad de explicitarla.
"¿Para que están hechas tus piernas? Para correr. Son dos resortes y están hechos para correr más rápido que nadie", continuaba diciéndome Moy, esta vez citando "Charriots of fire", una notable película inglesa que habla de la vida y los avatares de un par de corredores ingleses de principios de siglo.
"Vamos Berni, vamos que podés, carajo". Claro, pensaba yo, fácil es para vos decirlo porque viajás en mis hombros mientras soy yo el que corre. Pero él no cesaba en su retórica motivacional: "Es fácil volar. Se requiere tan solo escuchar al viento e imitarlo". Entonces faltaban sólo dos millas. Miro el reloj y veo que sí, que hay chances de bajar mi PR (Personal Record). Tenés que apurar el paso, hacer un sprint, me dice Moy. Pero es que no doy más Moy, estoy en el límite. Dale, vos podés, acordate aquel dicho de que la victoria sólo la merecen quienes están dispuestos a morir por alcanzarla. Entonces comienzo el sprint más largo que nunca haya corrido y como siempre en los metros finales de un maratón, paso gente de a decenas, que es lo que más me entretiene en toda el maratón y tal vez el fin último de los mil kilómetros de entrenamiento que cada maratón implica: el placer de correr los últimos kilómetros en velocidad. Siento que mis brazos se convierten mágicamente en alas, que mis pelos se transforman en plumas. Y mis pies dejan el contacto del asfalto y empiezo a volar y ya no corro sino silbo tan solo, como hace el viento allá en las pampas. Y faltan menos de doscientos metros y ya estoy en la entrada a The Mall, en una de las fronteras del St. James Park, el gran espacio abierto donde termina el maratón. Atravieso unos portones enormes de rejas negras y doradas del Palacio de Buckingham que dan un marco monárquico y adecuado a este final. Y como siempre en estos grandes momentos, los dos monstruos de mi panteón aventurero, Ernest Shackleton y Erik Weisenmaher bajan el primero del cielo donde Dios lo guarda en eterna y merecida gloria, y el segundo de su Colorado natal, para acompañarme en el ingreso a la gloria y a la historia. Nos miramos, nos abrazamos los cuatro -no olviden que estaba MOY conmigo- y sin decir palabra atravesamos juntos la alfombra que marca el final de los 42195 metros en 3:40:19 (posición 6812 de 33 mil), alcanzando un nuevo récord personal, escribiendo una nueva página en la Historia del Imperio Británico.
Me enteraría luego que la carrera fue ganada por el marroquí nacionalizado norteamericano Khalid Khannouchi, de 30 años, con 2:05:38 lo que configura un nuevo récord mundial. Cuatro segundos menos que su propio récord mundial, obtenido en Chicago hace tres años. Hace 33 años que una persona no rompía un récord mundial establecido por él mismo. Khannouchi era lavaplatos en Chicago antes de convertirse en campeón mundial de este deporte. Salió segundo Paul Tergat de Kenya con 2:05:48. Tergat fue el ganador de la São Silvestre (São Paulo) la vez que yo corrí esa carrera. Tercero salió Haile Gebrselassie, de Etiopía (récord mundial de 5 y 10 mil metros) con 2:06:34, luego de liderar la carrera hasta pasada la milla 25, o sea faltaba apenas poco más de una milla para el fin cuando Gebrselassie se pinchó y dejó la punta.
Uno se pregunta a donde llegará el récord mundial. Hace años se viene hablando de cuando llegará alguien a correr un maratón en menos de dos horas. Si pensamos que hoy en día la reducción es del orden de cuatro segundos cada tres años, debemos concluir que esto está muy lejano o es simplemente imposible. Yo me inclino por lo segundo, que está más allá de lo que un ser humano puede lograr, salvo bajo el efecto de estimulantes, o con modificaciones genéticas que se incorporen en el futuro o en un maratón en bajada. De otro modo, no lo veo posible.
Entre las mujeres, la ganadora fue Paula Radcliffe, británica de 28 años, con 2:18:56 con el segundo mejor tiempo de una mujer en la historia. El récord mundial es de Catherine Ndereba de Kenya (2:18:47), obtenido en Chicago el año pasado, o sea, justamente cuando yo corrí el maratón de esa ciudad. Radcliffe estuvo a sólo nueve segundos de romper el récord mundial, pero rompió el del maratón de Londres, el británico y el europeo. No poca cosa. Los premios que reciben los ganadores, son acumulativos. O sea, un dinero va por ganar, pero este dinero aumenta si el tiempo puesto en ganar es el mejor hasta ahora en el maratón y sigue aumentando si se rompen récordes nacionales o continentales o mundiales. Resumen de todo esto: a los organizadores les costaron los dos ganadores, 700 mil libras (más de un millón de dólares) por la cantidad de récordes que establecieron. Y no hay compañía de seguros que venda seguro contra la eventualidad de que un corredor rompa un récord -los organizadores intentaron comprarlo- por lo que el monto de los premios salió de la bolsa de la carrera.
Un corredor me contaba que un par de años atrás un turista le preguntó, al verlo lucir orgulloso la medalla que recibimos todos los que completamos un maratón, donde podía comprar una igual. "Algunas cosas no pueden ser compradas y esta es una de ellas" fue la respuesta que dio al turista. Que suerte, pensé para mí, que sea así. En un mundo donde todo parece haber perdido valor para adquirir tan sólo precio, una medalla de bronce barato no puede ser comprada por ningún dinero del mundo.
2700 personas llegaron en menos de tres horas, seis mil en tres horas y media y once mil al cabo de cuatro horas. Como en toda maratón, había un montón de personas que corrían con disfraces. Quizás el más original era un hombre en traje de buzo antiguo, con escafandra de bronce, -que pesa unos 60 kilos- que piensa completar en cinco días y ser el más lento de la historia. Junta dinero para los niños con leucemia. El maratón de Londres recaudó este año once millones de libras -unos 18 millones de dólares- para obras de beneficencia, algo que no tiene paralelo en ninguna otra maratón del mundo. La mayoría de los corredores, o al menos un gran número de ellos, lo hace para recaudar dinero para obras de caridad. Esto implica que además de pagar la inscripción, ponen algo para esa obra en cuestión y alguna empresa se suma con más dinero. En los veintidós años de existencia de la carrera, lleva recaudados un total de 150 millones de libras, unos 230 millones de dólares.
También había corredores disfrazados de Batman y Robin, Hombre Araña, payasos, policías, cinco presidiarios encadenados entre sí (esto es lo más increíble), Pedro y Pablo Picapiedra, un guerrero romano, un mahatma Ghandi que saludaba a todos con las palmas de las manos juntas en oración, un hombre que cargaba una canoa de verdad al hombro, otros disfrazados de rinocerontes, etc. La gente alentaba a los corredores leyendo el nombre que llevaban en la camiseta, como si hubieran ido a presenciar la carrera únicamente con ese propósito.
Me encontré con Manolo en el lugar que habíamos convenido. El completó en 4:17:52, sin caminar un solo metro y sin dolores musculares de ningún tipo. Un logro espectacular para un hombre de 48 años en su primera maratón. Yo me sentí doblemente orgulloso, como su hermano y como su entrenador, ya que fui yo quien lo incentivó a correr esta maratón y le indicó el tipo de entrenamiento que tenía que hacer cada día de las 18 semanas previas.
Todo el mundo, inclusive ya llegados al pequeño pueblo de St Albans, nos saludaba al vernos llegar con la medalla del maratón. "Well done" nos decían. Un señor que nos atendió el sábado en una tienda en St. Albans me reconoció el lunes en un subte en Londres y se acercó a preguntarme como me había ido y a felicitarme. Ya en la casa de Gill, asistimos a la muy buena cobertura televisiva del maratón realizada por la BBC. Tan bien hecha, que conseguía mantener interesados inclusive a los no corredores en una evento que sin duda es de carácter más monótono que un partido de fútbol.
Manolo dejó Londres el lunes muy temprano con rumbo a Toulouse. Lo acompañé hasta una estación de metro en Londres, donde nos despedimos. Cosa rara, pensé para mis adentros mientras lo veía desaparecer en las entrañas de la ciudad, nos encontramos en un andén, nos despedimos en otro.
Yo volaba ese mismo día pero tarde en la noche, por lo que pasé el día visitando el Cabinet War Room, el bunker desde el que Churchill dirigió la Segunda Guerra Mundial durante el Blitz, como se conoce el período de nueve meses, entre septiembre de 1940 y mayo de 1941, en que Londres fue sistemáticamente bombardeada por los nazis. No podía abandonar Londres sin hacerle un homenaje a ese gran pelado que tanto admiro. También fui al Imperial War Museum, donde había una notable exposición sobre la Guerra Civil Española (afiches de Miró, poemas originales de Miguel Hernández y García Lorca, etc.)
Ya en el avión, leí diarios por primera vez en más de una semana. La última vez que me ausenté de la Argentina siete días, para subir una montaña en Chile, me enteré al volver que Argentina había cambiado dos veces de presidente. Ahora pasó otro tanto en Venezuela. Chávez se fue y volvió y yo me enteré de todo simultáneamente.
Cuando ya relajado en el avión, descalzo y con el asiento reclinado, la encantadora azafata brasileña de Varig me preguntó "frango o pasta", me acordé de los tres días en que nos alimentamos exclusivamente en base a pasta y respondí frango sin vacilar.