
"To be great, you don't have to be mad, but, definitely, it helps."
(Para alcanzar grandes cosas no se precisa ser loco, pero ciertamente ayuda)
Percy Cerutty
Llegué a Boston el miércoles anterior a la carrera, como es mi costumbre, de modo de tener tiempo para recuperarme del larguísimo viaje –18 horas y media puerta a puerta desde mi oficina en Buenos Aires- así como para disfrutar de la ciudad.
Por primera vez en varias maratones, esta la corro sin la compañía de MMF (1) lo que se haría sentir en todo momento. Como yo soy de los que prefiere descubrir a planificar (“El perfecto viajero, es quien no sabe dónde va” escribió Lao Tsé, y es uno de mis lemas) había viajado sin un mapa y sin mirar nada en Internet, por lo cual no tenía idea de cómo llegar al departamento que me habían gentilmente prestado, pero preguntando aquí y allá, se llega a todos lados en el mundo.
Yo había estado en Boston hace nada menos que 21 años, casi una vida. Recordaba pocas cosas, tan solo permanecían en mi memoria algunas imágenes. Una del parque central de la ciudad (el Boston Commons) y otra de la rivera del río Charles, que marca el límite entre Boston y Cambridge, formalmente otra ciudad diferente, con su alcalde y todo.
Boston es una ciudad única en muchísimos aspectos, como espero poder ir transmitiéndole en la medida que avancen estas líneas. Es la ciudad más antigua de los EEUU, la más intelectual, la que tiene la mayor densidad de librerías del país entre muchas otras cosas. En una de ellas, encontré la primera edición de “The Conquest of Everest” de John Hunt por nueve dólares. Hunt fue el líder de la expedición de 1953 en que Hillary y Tenzig alcanzaron por primera vez el techo del mundo. El libro es un clásico difícil de hallar.
El estado donde se encuentra Boston, Massachusetts, pese a ser pequeño recibe, según dijo en una conferencia el senador Edward Kennedy, el 50 % del dinero que este país invierte en investigación y desarrollo. Un porcentaje enorme para un estado tan pequeño.
Boston tiene el subterráneo más antiguo de los EEUU. Y ahora está encarando otra obra monumental. Popularmente bautizada “Big Dig” (Gran hoyo), es la mayor obra de ingeniería civil en la historia de esta nación. Algo como las pirámides, digamos. Se trata de “enterrar” una gigantesca autopista elevada que atravesaba la ciudad, dividiéndola en dos y marginando uno de sus lados. La obra se empezó hace diez años y aún continúa. Iba a costar dos billones de dólares, van trece y aún no termina. Apologistas y detractores de tamaña obra, en Internet y en las librerías pueden encontrarse decenas de ambos.
Quien quiera tener una idea de como era la autopista antes, debe buscar alguno de los puentes metálicos, verdes, medio oxidados que aún existen. Son lo más parecido al adefesio que cortaba la ciudad en dos mitades.
Boston –hablo ahora del núcleo urbano que conforma junto a Cambridge y otros condados aledaños- es además la sede de decenas de universidades, entre ellas tal vez las dos más reputadas en el país y el mundo en su especialidad. Harvard, en Derecho, Economía y Ciencias Sociales, y el MIT (Massachusetts Institute of Technology) en Ingeniería, Física y ciencias afines.
Mi departamento quedaba muy cerca de Harvard así que allí es donde iba diariamente a leer mi correo, tomar café y mirar a los estudiantes recordando mis tiempos de Berkeley. Aunque el campus de Harvard es muy diferente al de la Universidad de Berkeley donde yo estudié, el espíritu estudiantil se parece. Este campus es mucho más antiguo, tradicional, con un estilo arquitectónico que las mil películas que allí se han filmado ha hecho famoso en el mundo. Es además una de las universidades más ricas del mundo. Tiene cuantiosos recursos financieros, obtenidos fundamentalmente de donaciones de sus exalumnos, la mayoría de los cuales ha hecho un camino muy afortunado en la vida y agradece y contribuye durante toda la vida a la Universidad que hizo su éxito posible.
Boston tiene varios museos muy notables, alguien me dijo que el mejor impresionismo fuera de París está en Boston. Pero le seré totalmente franco, no fui a ninguno. Estoy medio repodrido de museos de pinturas visitados en mis viajes a Europa y prefiero caminar por barrios, sentarme a leer el diario en plazas o a tomar un capuchino en Starbucks. Espero que esto no destruya la imagen intelectual que Ud. quizás tenía de mí.
Un día fui a pasear a Beacon Hill, un barrio que me habían recomendado como muy hermoso y digno de ser visitado. Así fue nomás, una belleza, parece extraído del siglo XIX. Encontré una plaza particularmente hermosa en ese barrio y en ella una casa con la bandera norteamericana. Esto no me produjo pensamiento alguno pues no es nada raro que la gente exhiba en este país el pabellón nacional en forma constante. Siempre fue así, aumentó muchísimo esta costumbre cuando el 11 de septiembre y luego decayó un tanto, pero yo diría que un norteamericano medio debe cruzarse sin darse cuenta no menos de cuarenta o cincuenta veces por día con la bandera de su país.
Cuál no sería mi sorpresa cuando, en el informativo de la noche, veo la imagen de la casa que había visto ese mismo día en la plaza. Es nada más ni nada menos que la residencia del senador John F. Kerry, candidato del partido Demócrata para la Presidencia del país. Lo increíble es que no vi un solo policía o guardia de seguridad en la puerta. Y la casa no era nada del otro mundo, no diría modesta, pero casi.
La maratón de esta ciudad no podía ser una más, tenía que ser diferente. En muchas áreas –al menos esto es lo que creen los europeos- el Viejo Continente ofrece el lado noble, aristocrático de las cosas mientras que los EEUU la faceta moderna y eficiente. Pues no es el caso de las maratones. La de Boston es la más sofisticada, elitista y aristocrática del mundo. Ni Londres, ni Berlín, ni París –y obviamente tampoco New York o Chicago- pueden comparársele. Y los motivos son simples. Boston es la única que se ha corrido ininterrumpidamente por más de cien años y por tanto, la más antigua.
Comenzó apenas un año después de que el Barón Pierre de Coubertin lanzara la versión moderna de las Olimpíadas, lo que ocurrió en 1896. En aquella primera maratón de Boston en 1897, hubo apenas quince hombres en la línea de largada.
Y no sólo eso, es la única que requiere excelentes tiempos sólo para permitir que uno se inscriba en ella. Para todas las demás, basta con setenta dólares y dos piernas. No para Boston, sorry. Así que cuando uno se para en la línea de largada de la maratón de Boston, sabe que el corredor que está al lado de uno, es uno de los mejores del mundo. De otro modo, no estaría allí. Boston es un mito de tal magnitud entre nosotros los corredores, que cuando salimos a tomar una cerveza, si se acerca un corredor de otras latitudes y dice “Yo clasifiqué para Boston”, el silencio inunda la mesa. Aquellos que usan gorros o sombreros se los quitan en señal de respeto y al recién llegado se le ofrece una silla y se le invita con una cerveza. Cualquier corredor, ya en sus inicios en el deporte, ha escuchado hablar de Boston con devoción y la ha puesto entres sus metas de largo plazo.
Como Boston tiene que ser diferente en todo, es la única que no se corre un domingo. Tiene lugar el lunes, “Patriot´s Day”, literalmente “Día de los patriotas”, en el que el país celebra el aniversario de 1775 en que comenzó la “Revolutionary War” o Guerra de la Independencia contra los ingleses en la batalla de Lexington, en este mismo estado. En todo EEUU se recuerda el día pero sólo en el estado de Massachusetts es feriado.
Es también casi la única –New York es otra excepción en esto- cuyo trayecto no discurre atravesando todos los barrios de la ciudad, sino que es casi diríamos recta, desde un pueblo en las afueras, hasta el centro de Boston, pasando por ocho ciudades diferentes (Hopkinton, Ashland, Framingham, Natick, Wellesley, Newton, Brookline y Boston).
Quizás el corredor más famoso de la historia de Boston sea John Kelley, hoy de 96 años y nominado “Grand Marshall” (algo así como “Gran Mariscal”) de la maratón de Boston. Corrió 58 veces entre 1938 y 1992 y alguna vez ganó. Es literalmente, un prócer. Tiene una merecida estatua en el kilómetro 30 de la carrera, ante la cual me hubiera sacado el sombrero de haberlo tenido en ese momento.
Otros “héroes” o heroínas que merecen ser conocidos son por ejemplo Keizo Yamada, un japonés al que en 1953 le dijeron que era demasiado menudo, demasiado frágil y pequeño para correr una maratón. La ganó. Este año corre de nuevo, a los 76 de edad.
Roberta “Bobbi” Gibb fue la primera mujer que corrió esta maratón. Lo hizo en 1966, pese a haber recibido una prohibición para hacerlo por escrito. La segunda fue K. V. Switzer (Katherin) que en 1967 se inscribió sólo con sus iniciales pues las maratones continuaban prohibidas para mujeres. Hasta el instante de largada permaneció escondida entre los arbustos y al empezar a correr, debió esquivar a los hombres que pretendían detenerla y arrancarle el número. Ambas hicieron historia de los derechos femeninos. Lucharon contra el miedo de algunos hombres a la competencia de las mujeres. Desde entonces, las corredoras han mejorado sus tiempos mucho más que los varones.
La maratón de Boston tiene una fama terrible y merecidamente ganada, por sus numerosas colinas. Madrid y São Paulo, terribles como son, parecen piletas de natación en comparación. En particular hay una colina en el kilómetro 24 aproximadamente, a la que llaman “Heartbreak Hill” (Colina Rompecorazones) porque a esa altura, encontrarse con semejante obstáculo, es francamente desmoralizante.
Todas las maratones importantes del mundo han corregido sus circuitos de modo de eliminar colinas, de hacerlas más planas y por tanto más rápidas y atractivas para los corredores del mundo. Boston no ha hecho nada de eso. ¿Será porque no es posible? Claro que no, imposible es en Madrid y São Paulo por las características de esas ciudades, pero no en Boston. ¿Será porque los organizadores no tienen la capacidad que se requiere? Son quienes más maratones han sacado adelante en el mundo, nadie supera a los bostonianos en experiencia. No, la causa es otra: tradición, algo que para la gente de esta ciudad pesa más que para los europeos. Si siempre la hemos corrido en ese circuito, dicen, ¿por qué habríamos de cambiar ahora? ¿cómo haríamos para comparar con los récords de otros años? Si siempre corrimos un lunes, ¿por qué habríamos de cambiar al domingo? Y hay que aceptarlo, es Boston. Si Ud. prefiere velocidad y eficiencia a tradición y gloria, vaya a correr a otra parte.
Así llegamos el lunes de la carrera. Como siempre, me acosté temprano el día anterior, luego de dejar toda mi ropa y zapatillas preparadas en una silla, tal como si hubiera en ella un corredor sentado: remera en el espaldar, pantalón corto en el asiento, zapatillas prolijamente alineadas al pie, una media sobre cada una de ellas. Me levanté, desayuné y encaré hacia la estación de subterráneo. La fiesta en una maratón comienza en ese momento, pues de a poco, uno empieza a ver el flujo de corredores engrosarse. Primero es uno en la esquina luego un grupo en el andén de la estación, luego el tren cargado de zapatillas y risas y expectativas.
En el parque de Boston esperaban los ómnibus que nos llevarían a Hopkinton, a una hora de distancia, desde donde comenzaría la carrera al mediodía. Yo llegué allí a las ocho por lo que tenía cuatro horas de espera. Estaba matando el tiempo, tirado en el pasto de la “Athletic Village” charlando con una corredora de Pennsylvania, cuando siento por el altoparlante: “Bernardo Frau, de Uruguay, lo buscan en la carpa de Informaciones”. No podía ser otro que mi amigo Jorge “Tallarín” Pereyra, así que me fui a buscarlo. El problema es que nunca nos habíamos visto, sólo nos conocíamos por medio del correo electrónico. Yo había visto una foto suya, sabía que tenía mi edad y una barba corta y canosa. Esto, y una bandera uruguaya que llevaba medio doblada, me permitieron identificarlo.
Su compañía hizo llevadera la espera. Salíamos de “corrales” diferentes ya que Jorge es mucho más rápido que yo, y los corredores son distribuidos en corrales según su tiempo esperado para completar la carrera. Con esto se busca que los lentos no molesten a los más rápidos en el arranque, que no haya apelotonamiento.
Faltando minutos para la hora de largada, cumplí con mis ritos y cábalas. Primero me persigné en la manera tradicional, que consiste en hacer la señal de la cruz con los dedos de la mano derecha sobre los hombros, la frente y el pecho, para terminar en los labios. Luego me persigné “a la agnóstica” lo que significa tocar el suelo con los dedos y luego llevarlos a los labios. Finalmente, la cábala se completa mirando al cielo y diciendo “God, in your hands I commend my spirit” (Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu)
Esta es la primera vez en Boston que la largada de las mujeres de élite ocurre antes (29 minutos) que la de los hombres (Londres lo hace desde 1991 y New York desde 2002). Esto tiene dos objetivos: el primero es televisivo. Antes, las mujeres ganadoras, las primeras, iban mezcladas entre los hombres (digamos entre el décimo y el vigésimo o algo así). Esto hacía que el espectador en su casa no “viera” una final de mujeres. La televisión tenía entonces sólo una carrera con final, la de hombres. Pero por una vez las necesidades comerciales estuvieron del mismo lado que las deportivas y no del opuesto. El otro motivo para esta medida es que algunas corrredoras se beneficiaban de una práctica totalmente antiética, que es correr rodeada de hombres para marcarle el paso y cortarle el viento. Esto es como si en el Tour de France, un ciclista corriera detrás de un camión. Pero no había cómo impedirlo o prohibirlo. Con un arranque diferente, esta práctica se hace imposible.
Ya al comenzar, la temperatura había alcanzado los 28.5 grados. A la hora se elevaría a 29.5 y allí se plantaría para toda la cosecha. Para los que no son expertos en el tema, arriba de 28 grados no hay cómo mantener la temperatura del cuerpo en niveles lógicos, por mucho que uno se hidrate, la temperatura corporal sube. Y el cuerpo humano funciona de tal manera que cuando el termostato pasa de un cierto número, la máquina se para, así de sencillo.
Como las altas temperaturas eran previsibles, los organizadores habían solicitado a los vecinos que salieran con sus mangueras a mojar a los corredores. Felizmente, decenas obedecieron el pedido, caso contrario hubiera sido peor. En dos lugares eran los propios bomberos lo que regaban al pelotón, pero a mi juicio se les iba la mano con la cantidad de agua. Si pasabas por debajo de esos chorros, se te mojaban las zapatillas lo que no es bueno.
Hidratarse en estas terribles condiciones es todo un tema. Cada milla, a partir de la segunda y hasta la 26, había una estación de abastecimiento de agua y otra a continuación de Gatorade. Yo agarraba un vaso de agua para echarme en la cabeza, pecho y espalda, y luego uno de Gatorade para beber. También los vecinos ofrecían agua generosamente. Pero uno tiene que tener una estrategia de hidratación, no es cuestión de beber de menos, porque se sufre deshidratación que en casos extremos puede causar la muerte, ni beber de más porque se puede producir hiponatemia –dilución de la sangre por exceso de agua- que también puede causar la muerte, aunque esto es rarísimo.
Yo corría, como siempre, con el logo de Kraft en el pecho. En Europa y Sudamérica esto no me ha aportado nunca ningún apoyo del público pues la compañía no es en esos continentes demasiado conocida. Sí en EEUU. Pero en Chicago y Nueva York no tuve más de, digamos, quince gritos de apoyo. Aquí fueron por lo menos noventa. Esto puede deberse a la popularidad de Kraft como a la amabilidad de los locales que apoyan a todos gritando lo que uno tenga escrito en la camiseta o en los brazos.
Kilómetro 11: Ya pasamos la cuarta parte, mirá el lado positivo
Escucho esto atrás mío proveniente de una voz conocida. Sí, no podía ser otro que MOY (2) que una vez más, venía a darme apoyo.
Berni: MOY, ya te estaba extrañando, qué pasó que demoraste tanto, man, ¿No ves que te precisaba?
MOY: Disculpame, pero con el calor me dormí.
Berni: Vos no sos más nabo porque no te da el tiempo, en fin, te perdono por esta vez.
Despacito, despacito y sin novedad en el frente llegamos al kilómetro 14 y el comentario de MOY ustedes ya pueden adivinarlo, le encantan los juegos numéricos: ¡Un tercio adentro! Vos sí que estás entrenado en técnicas de motivación subliminal, pensé, pero no le dije nada.
Kilómetro 21, Media maratón, Berni, ¡Vamos todavía! me grita MOY. En ese lugar se pasa por el famoso Wellesley College. Este es un colegio de señoritas de “buena familia”, lo mejor de cada casa, digamos. Entre sus exalumnas está por ejemplo Hillary Clinton. Desde hace muchísimos años se ha hecho costumbre que las estudiantes apoyen allí en forma muy ruidosa a cuanto corredor pueden hacerlo. Le llaman el “scream tunnel” o Túnel de gritos, un túnel sin techo ni peaje pero que motiva muchísimo a quien viene dando todo de sí.
Como siempre, hay carteles o eslóganes de todo tipo, algunos muy divertidos. Muchos son desplegados por los organizadores, que deben buscar ser creativos, motivantes, cambiar de una maratón a la otra y no copiar los usados en otras ciudades. No es fácil. “Run like the wind while you fry under the sun” (Corré como el viento mientras te freís bajo el sol) rezaba una cartulina pintada a mano. “Everything you ever needed to know about yourself you can learn in 26.2 miles" (“Todo lo que necesitás saber sobre vos mismo, lo podés aprender en 42.2 kilómetros”) fue el lema del año pasado y un espectador lo exhibía en un afiche que mantenía contra las rejas. “We girls love a man with endurance. Keep going runner” (“A las mujeres nos encantan los hombres que aguantan: Adelante corredores”) era lo que gritaba una cartelera que sostenía una joven. Y había decenas.
No hay otra manera de correr un maratón que seguir una vieja y sabia técnica: estar siempre dispuesto a poner un pie al frente del otro, así que hice exactamente eso unos cuantos de miles de veces más y así llegamos MOY y yo al kilómetro 24, donde me habían dicho que empezaba la tristemente célebre colina Rompecorazones y encaré nomás, que vamos a hacer. En eso escucho un espectador que grita: “Falta media milla para la colina Rompecorazones”. Me quise morir, ¿Entonces esto qué es? ¿La colina es AÚN peor?
Kilómetro 28: Lógico, MOY me recordó que…¡Ya completamos dos tercios!
Kilómetro 32: de aquí en más sólo faltan 10, podés contar los que faltan en lugar del los ya recorridos, es cuenta regresiva, Berni. Más o menos a esta altura, yo suelo acelerar el ritmo. Adoro eso de pasar gente hacia el final. No esta vez. No había resto para nada y si aceleraba, lo que me estaba físicamente impedido, sólo hubiera conseguido un tirón en los músculos, así que sólo mantuve el ritmo en la medida que pude.
En el ómnibus que me llevó a la largada charlé con un corredor local que había corrido este circuito once veces. Me dio muy buenas indicaciones, entre ellas me dijo: “A partir de la milla 22 (kilómetro 33) es plano”. Así fue nomás, porque no hubiera podido con una sola colina más.
Kilómetro 35: ¡Sólo falta un número primo de kilómetros! Me dice MOY. Decido mandar a MOY a la bodega (por no mandarlo a la mierda) y a la sala de máquinas y proceder a una evaluación de los daños y del estado de la embarcación. Vuelve unos minutos después con el siguiente informe: No se observan dolores musculares más allá del comprensible cansancio, ni puntadas ni calambres. No hay dolores de estómago ni del bazo. También verificamos el estado psíquico encontrándolo en óptimas condiciones.
Kilómetro 38:
MOY: Ok, yo sé que las condiciones son duras, peores que las que enfrentamos nunca, que vamos a hacer un tiempo malísimo, pero Berni, mantengamos el honor, no camines ni un metro, corré todo el tiempo.
Kilómetro 39: Sólo faltan tres pinches kilómetros (como dirían mis amigos mexicanos). Disculpen estos extranjerismos de MOY, pero es un hombre viajado y le gusta hacer un poco de alarde de eso, de temps en temps.
Kilómetro 40: Ya no nos puede parar nadie, Berni, ¡Vamos por la corona de Boston! Me causa gracia el estilo de MOY, yo corro y él habla de “nuestra victoria”. Aramos dijo el mosquito al buey que rompe el terrón.
Así entramos en Boston y allí sí que, si hasta ahora toda la carrera se había caracterizado por ser aquella en que los espectadores se manifiestan más efusivamente, de aquí en más fue el pandemonium. Yo me sentía emperador de los EEUU, conde de Boston, duque de Cambridge y adyacencias. Explicarle a un no maratonista lo que se siente en los últimos centenares de metros de una maratón es imposible. A veces creo que mis textos todos están condenados al fracaso. Es como contarle a un ciego lo que es un amanecer sobre el mar, a un abstemio a lo que sabe un Château Laffite.
Más o menos a esta hora terminaba el super clásico partido de baseball en el que el equipo local, Red Sox venció a los Yankees de New York por 5 a 4. La gente ya estaba comentando, se escuchaba.
Kilómetro 41: Ponga huevos, Berni, ponga huevos, ¡Sólo faltan 1195 metros! ‘Tá bien que quieras mantenerme motivado, MOY, pero no hay por qué perder la compostura y el lenguaje de caballero inglés, caramba.
Ta taa taaa taaaa gol gool goool, veo el arco de llegada con los colores violeta y dorado de la maratón estamos en Boylton Street, es el final, se acaba, vibra el ambiente con los gritos de la gente, ya estamos ahí, se termina….
Kilómetro 41,195: The End. 3 horas, 50 minutos y 4 segundos después.
La alta temperatura sumadas a las interminables colinas hicieron que el circuito se pareciera más que a una carrera, a un campo de batalla. La ganadora colapsó inmediatamente luego de atravesar la línea de llegada y debió ser retirada en silla de ruedas. Dos personas sufrieron infartos –ninguno falleció, felizmente-. El ganador de la edición 2003 (Robert Kipkoech Cheruiyot) y el de la 2002 (Rodgers Rop) debieron abandonar. También abandonó el francés Mohamed Ouaadi, poseedor de la segunda mejor marca de todos los tiempos para este circuito.
En total había 20344 inscritos, lo que la hizo la segunda carrera de Boston más multitudinaria de la historia, luego de la del centésimo aniversario (1996) en que se anotaron 38708. De ellas, mil cien personas requirieron atención médica, 140 de ellos precisaron hospitalización. 1207 abandonaron y 2394 ni siquiera se presentaron a la línea de largada. Pese a que Boston es Boston, o sea, corre lo mejor del mundo, al final aproximadamente la mitad de la gente o caminaba o alternaba correr y caminar.
El ganador hizo el peor tiempo en 13 años y su tiempo queda apenas en la posición 76 en la lista completa de los 108 tiempos de los ganadores de cada año. La temperatura fue la quinta más alta en los 108 años de historia de la maratón de Boston. Creo que todos estos guarismos dan una idea de lo que fue aquello. El infierno en la tierra. Pero así y todo, hermoso, disfrutable. Si uno no está cerca de morirse en un deporte ¿cuál es la gracia? Muchas veces me he preguntado qué es lo que nos lleva a los maratonistas a correr una distancia para la que claramente la naturaleza no nos ha diseñado. Algunos, unos pocos, lo hacen por dinero, porque ese es su trabajo. Para los demás, supongo, hay tantas motivaciones como corredores a los que se les haga la pregunta. Corremos porque nos hace sentirnos físicamente bien, fuertes, vitales, positivos frente a la vida. Corremos porque nos gusta cómo nos mira la gente en el avión, en el aeropuerto, en casa, cuando uno vuelve mostrando orgullosamente la remera de “Finisher” y la medalla. Corremos para poder poner otra foto cruzando otra línea de llegada en la pared de la oficina, corremos porque nos divierte mucho y creo que corremos porque no podemos no correr. Esencialmente por esto último. Algunos de nosotros, en particular, corremos por el mismo motivo que subimos montañas, amamos y hasta vivimos: para tener de qué escribir. Porque, como dijo alguien, la vida existe para ser objeto de la literatura.
El médico director de uno de los hospitales de Boston donde fueron temporariamente ingresados alguno de los 140 que lo requirieron, dijo: “La gente llegaba con muy mal aspecto. No dan ganas de correr una maratón”. Ud. doc, pensé al leer sus declaraciones a la prensa, sabrá mucho de medicina, pero de esto no entiende nada. Running is a community (Correr, forma una comunidad) dice un eslogan de Nike, este galeno claramente no integra la cofradía.
Yo disfruté tal vez más que nunca. No vencí, en el sentido que a este término le da el Occidente contemporáneo, no mejoré mi tiempo, ni siquiera lo mantuve. Pero Pierre de Coubertin, que era noble no sólo porque tenía título nobiliario sino porque tenía un alma noble de deportista puro, dijo una vez:
L'important dans la vie, ce n'est point le triomphe mais le combat. L'essentiel n'est pas d'avoir vaincu, mais de s'être bien battu. (Lo importante en la vida no es el triunfo sino el combate. Lo esencial no es haber vencido sino haberse batido a muerte) Y todos hicimos eso, todos los que llegamos dimos todo, peleamos como se debe. “Now you are safe to add “Boston Finisher” to you vocabulary” (Ahora, Ud. puede agregar la expresión “Yo terminé Boston” a su diccionario) decía un enorme cartel faltando pocos metros para el final. Así es. Todo corredor sabe que lo que se siente en esos minutos, es demasiado fuerte para que existan palabras que lo describan.
Como dije, yo puse 3.50.04, casi 24 minutos más que mi mejor tiempo (3:26:15) obtenido en Buenos Aires en noviembre. Aspiraba a 3.30 o sea que demoré 20 más de lo esperado. El Tallarín apuntaba a 2.45 y demoró 3.05, también 20 minutos más. Tallarín es un superdotado, un tipo que recibió un don del Creador para correr. Unos trabajamos duro para apenas estar en el medio de la multitud, otros además de trabajar duro tienen dotes y se destacan. Él es uno de estos últimos. En palabras de Shakespeare:
Some are born great
Some achieve greatness
And some have greatness
Thrust upon them
William Shakespeare, (Twelfth Night)
Mis tiempos parciales, para aquellos de ustedes que son corredores, fueron:
5k 10k 15k 20k Mitad
0:24:10 0:50:05 1:16:28 1:43:18 1:48:52
25k 30k 35k 40k
2:10:18 2:38:44 3:07:56 3:37:44
Paso (min x milla) Tiempo bruto Tiempo neto
0:08:47 3:56:08 3:50:18
Posición en la general Hombres Hombres de 40 a 49 años
4855 (29 pctil) 4003 (38 pctil) 1550 (26 pctil)
En otras palabras, terminé en la cuarta parte superior de los hombres de mi edad. Este es el número más importante.
Vamos a los números de los ganadores:
Primero entre los hombres fue Timothy Cherigat de Kenia con 2:10:37, llevándose el premio de 80 mil dólares (en total, se distribuyeron 525 mil dólares en premios). Segundo salió el también keniata Robert Cheboror pero muy, muy lejos de Cherigat: un minutos y doce segundos. En otras palabras, si Cheboror quería ganarle a Cherigat hubiera tenido que pedirle prestada una moto a la policía.
Primera entre las mujeres fue su compatriota Catherine Ndreba con 2:24:27. Casi todos los corredores keniatas vienen de una de las 42 tribus que forman la población de ese país, la tribu de los Kalenjines, formada por unos tres millones de personas, que habitan el oeste de Kenia. Kenia es un país del África subsahariana oriental, con costa al Océano Índico. Para que se hagan una idea de lo pobre que es, es bueno saber que su PBI per cápita es de 500 dólares por año, su expectativa de vida de 49 años y su mortalidad infantil de 68 por mil. Así y todo, esta tribu contribuye con el 75 % de los corredores de elite del mundo.
Quince de los últimos 17 ganadores de la maratón de Boston eran keniatas. Y lo fueron todos los últimos 14. Keniatas fueron el ganador y la ganadora esta año y keniatas los hombres que salieron segundo, tercero y cuarto. Esta es la tercera vez en cinco años que los keniatas hacen “doblete”, o sea, ganan en hombres y mujeres. Posibles explicaciones se han intentado varias, que los genes, que la falta de transporte público y privado en un área tan remota de Kenia hace que todos los niños corran todo el tiempo (¿Será el único lugar de África donde no hay buenos transportes?)
Las dos primeras mujeres corrieron juntas hasta la milla 25, o sea, faltando menos de dos kilómetros para el final. Allí se dieron libertad para hacer cada una su carrera y Ndereba le sacó amplia ventaja a Elfenesh Alemu, de Etiopía.
Así como no debemos pensar que una maratón es solamente una carrera de hombres, tampoco debemos pensar que es una carrera solamente de los que tenemos dos piernas. Quizás el más notable de todos los logros de este histórico lunes 19 de abril de 2004 fue el del sudafricano Ernst Van Dyck, que ganó en la categoría silla de ruedas, con 1:18:27 y estableció un nuevo récord de todos los tiempos. A ver si les queda claro: corrió con casi 30 grados, sin piernas, empujado sólo con sus brazos y cuando nadie pudo hacer un tiempo digno, él rompió el récord histórico. ¿Consiguen siquiera imaginar lo que es empujar una silla de ruedas durante 42 kilómetros llenos de subidas?
Yo creo que de mis veinte minutos, 15 se deben al calor y 5 a mi soberbia. Sucede que yo arranqué como si fuera a hacer 3.25. Embriagado de una omnipotencia que no me es ajena –una de la áreas que tengo que trabajar- yo creía que podía hasta con el calor del infierno. Esto me hizo quemar prematuramente energías y al final perdí toda velocidad. Nadie está por arriba de la naturaleza, por mucho driving que tenga. Yo ese lunes me di un baño de humildad.
En la llegada me encontré con el Tallarín, nos sacamos fotos, como corresponde, y nos fuimos a nuestras casas a reponernos. A la noche me pasó a buscar con un amigo suyo que reside en Boston, y nos fuimos a comer pizza y tomar cerveza para celebrar. Era mi primera visión de Boston “by night” ya que todas la noches previas me había acostado muy temprano, al ponerse el sol. Me maravilló el perfil nocturno de la ciudad, tal como se la ve desde Cambridge, al otro lado del río.
El último día lo dediqué a descansar levantándome tarde -o sea a las siete-, ordenar y limpiar el departamento para devolverlo y luego me fui a la orilla del río Charles, donde todos los días había corrido para entrenar. El río es hermoso y suele estar poblado por remeros. Hoy había sólo uno que, solo como yo, disfrutaba del mundo y de los colores que la mañana iba descubriendo solamente para nosotros dos.
En la orilla del río hay una senda verde, que además de ser usada por ciclistas, corredores y paseantes en general, contiene un montón de palos o estacas de aproximadamente un metro de altura. En cada una de ellas hay un papel plastificado clavado en su extremo superior. Cada papel contiene un poema, un hermoso poema. Algunos son de autores célebres, otros de poetas totalmente desconocidos para mí, todos colocados allí por la Leveret Arts Society, una sociedad literaria local. Yo no había podido disfrutar de ellos con la calma que se merecen así que ahora lo hice. Traten de situarse en mi cabeza, en lo que por ella pasaba. Mi último día en Boston, una ciudad cuyo espíritu, cuya estirpe y cuya cosmogonía me llegaron hondo. El río, la mañana, los colores, las flores que por fin recibían la primavera y a cambio entregaban sus colores. La satisfacción de haber terminado la carrera el día anterior, la certeza de que difícilmente vuelva nunca a Boston, pues no corro una misma maratón dos veces. Lo mío es toco y me voy, corro y vuelo como una golondrina a un nuevo verano. La próxima, ya lo decidimos con MMF a quien sólo yo sé cuanto extrañé estos días, será en Amsterdam. El saber que ya tengo once maratones sobre mis hombros, entre ellas todas las importantes del mundo.
Con todos estos sentimientos en el alma elegí para terminar estas líneas, este poema que transcribo de uno de los “palos” de Cambridge:
And the days are not full enough
And the nights are not full enough
And life slips by like a field mouse
Not shaking the grass
(Y los días no son suficientemente plenos
Y las noches no son suficientemente plenas
Y la vida se desliza como un ratón de campo
Sin mover el pasto)
Ezra Pound 1884 – 1972
Epílogo
Una palabra de agradecimiento a mis patrocinadores y amigos que hicieron esto posible. A World Football League, que me pagó la mitad del pasaje aéreo. Y a Mary Ellen y mis amigos de Airinc, que me prestaron un magnífico departamento muy bien equipado. Un patrocinador para la otra mitad del pasaje aéreo me haría falta para el futuro, si alguno conoce una empresa interesada, me avisa.
Notas del Editor:
(1) MMF es la abreviación de Monsieur mon frère, literalmente “mi señor hermano”. Era el trato que Bonaparte le daba a su hermano José, en un momento su virrey en la España ocupada. Es el trato que el autor utiliza para dirigirse a su hermano –también maratonista-, casualmente también de nombre José.
(2) MOY es “Mi otro yo”, un personaje virtual que acompaña al autor desde hace 46 años en los caminos de la vida. Quienes han leído sus relatos de anteriores carreras lo conocen bien. MOY es un hombre excéntrico, pero buena persona. Si Ud. no ha leído esos relatos, solicítelos, ¡Son gratis!