El día del segundo milagro alemán – Maratón de Berlín, 28 de septiembre de 2003.


Fue una gesta, un momento clave de la historia de Berlín que a partir de ahora recordará como sus efemérides más notables la fecha de su fundación, (hace de esto más de 750 años, pues ese aniversario, según leí, se celebró en la década del 80) la de la caída a manos del Ejército Rojo, el día de la creación del Muro, el de su apertura, la unificación y... el 28 de septiembre de 2003, en que MMF (Monsieur Mon Frêre, como yo llamo a mi brader, o sea a mi hermano, es la manera en que Napoleón se dirigía al suyo, también llamado José) y este servidor se coronaron victoriosos en la puerta de Brandeburgo.
Pero vamos por partes. Todo comenzó una semana antes, el domingo 21, día de la primavera, en que luego de 22 horas de aviones y aeropuertos (mi vuelo era el más barato y paraba cuatro horas en Madrid), llegué muerto de cansancio al Apart Hotel Citadines, en Olivaer Platz, una barrio muy lindo de la capital alemana, a apenas metros de la famosa Kufurstendam, una avenida comercial muy paqueta, tipo Champs Elysees.
Mi brader llegó a la habitación un par de horas después, proveniente de Toulouse. Siempre nos preocupamos por llegar a la ciudad donde correremos, con una semana de anticipación, a los efectos de descansar apropiadamente, reponernos del jet lag, y estar física y psicológicamente en condiciones de dar lo máximo el día de la carrera.
Más o menos, toda la semana transcurrió de esta manera: Por la mañana, y luego de levantarnos sin apuro ni presiones, salíamos a hacer una carrerita leve, luego una ducha, desayuno y paseo. Este consistía en parques y museos, que en Berlín abundan y son hermosos. Temprano en la noche, ya estábamos en el Apart prontos para cenar y descansar como corresponde.
Berlín impresiona por su arquitectura y su pujanza. En algún lado leí que en este momento la municipalidad tiene aproximadamente tres mil permisos de construcción en curso. Al principio pensé que era una exageración, pero luego, al ver que por todos lados hay plumas, grúas, operarios, camiones, me convencí que debe ser cierto nomás. Hace menos de 60 años esta ciudad era literalmente una ruina, no quedaba casi nada en pie al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hoy es la capital de Europa y sigue yendo por más.
Chicago y Berlín son las mecas de la arquitectura moderna, pero mientras que Chicago se encuentra esencialmente estable –a menos del waterfront que está siendo renovado-, Berlín cambia día a día, lo que la hace aún más interesante para los amantes de la arquitectura, entre los que me cuento.
La capital alemana es atravesada por el río Spree y por muchos canales hechos por el hombre, lo que hace que por todos lados hay cursos de agua que embellecen el paisaje urbano. Cuenta con más puentes que la ciudad de Venecia, aunque parezca increíble. En el río hay una isla, hoy llamada “isla de los museos”, donde los alemanes están concentrando una gran cantidad de notables museos que se encontraban repartidos en los barrios de la ciudad, y hasta hace no mucho partidos en dos, entre Berlín Occidental y Oriental. Algunos museos berlineses, especialmente el de Pergamon, el egipcio y el de Historia Natural, son fruto del extraordinario auge que tuvieron los investigadores alemanes del XIX. Fueron por el mundo recolectando piedras, huesos o reliquias. Y todo eso fue a parar a Berlín. Yo quería ver el famoso tesoro que Heinrich Schliemann trajo de Troya a principios del XX, pero un guía colombiano en un museo me recordó que al finalizar la guerra los soviéticos lo tomaron como botín de guerra y al día de hoy, no lo han devuelto. Así que si quería verlo me tenía que ir al Kremlin, me informó.
Este mismo guía le dijo algo al grupo que conducía algo que me pareció interesante recoger. Intentaba transmitirles la cosmogonía de los antiguos egipcios cuando les dijo: “Lo contrario de la vida no es la muerte, sino el olvido”. Para meditar.
Un museo que merece especial destaque es el de Historia y cultura judías, similar a los de New York y Jerusalén –este último para mí desconocido aún-. Muy recomendable, por su osada arquitectura, su respetuoso e impactante simbolismo –difícil describir la forma en que se recuerda el Holocausto, mi prosa no es tan buena como para ello, hay que verlo. Sólo puedo decirles que se le paran a uno los pelos de los brazos. Y un uso variado y muy dinámico de técnicas museísticas ultramodernas para contar y mostrar la historia y la cultura de ese pueblo.
En un momento pasamos por la puerta de la fundación Konrad Adenauer. Estuve a punto de bajar del bus y entrar, pero MMF me hizo notar que sin entender una palabra de alemán, sería poco productivo. Pero es que yo tengo una especial admiración por Adenauer, hombre a quien la Historia le dio una pesadísima tarea –democratizar a una nación muy nazificada y reconstruir un país a partir de una ruina-, trabajo que, basta ver la Alemania de hoy, realizó con nota diez. Tengo una biografía de Adenauer que compré hace años en New York y confieso aún no leí, a la que me prometí darle tiempo en el futuro próximo.
También fuimos a la Bauhaus, un must para quienes aman el diseño y la arquitectura. Pero fue una decepción. La exposición es mala, pequeña, no tiene una palabra en otro idioma que no sea alemán y como consecuencia no se puede aprender nada de ella. Siempre es bueno recordar que lo lee a uno mucha gente felizmente muy joven y quizás ellos no sepan que fue la Bauhaus. Era un movimiento de arquitectos y diseñadores alemanes enraizado en la república de Weimar –el régimen democrático que precedió al nazismo, en la Alemania de los años 20- y que revolucionó muchos aspectos de la arquitectura y hasta del diseño de muebles. Toda su escuela fue clausurada por los nazis a principios de la década del 30 por “decadente”, termino con el que calificaban todo el arte que no entendían.
Un día se nos ocurrió ir al museo de la Tecnología, al que no concurre turista alguno, sólo es visitado por estudiantes primarios y secundarios de la ciudad. Allí escuché la grabación en la que el locutor oficial del hitlerismo anunció a los alemanes la derrota en Stalingrado el 3 de febrero de 1943. Y vi por primera vez con mis ojos, uno de los vagones de carga con que los nazis llevaban sus víctimas a los campos de concentración.
Otro lugar inevitable en la geografía berlinesa es el llamado “Checkpoint Charlie”. Era uno de los cruces entre ambas mitades y el más importante. Hoy está convertido en una feria de venta de recuerdos de parafernalia del régimen comunista y existe allí un museo privado de escaso valor histórico. Pero es bueno reflexionar al pararse en esa esquina, que tal como recuerda un cartel, allí comenzaba la tierra donde mandaba el poder del Secretario General del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas –tal el aparatoso nombre del hombre fuerte de la URSS- y que alcanzaba hasta la lejanísima península de Vladivostok, en la otra mitad del planeta.
El Muro de Berlín en sí mismo es todo un tema. Como Ud. seguramente sabe, porque es una persona informada, esta aberración de la Historia humana nació en agosto de 1961, cuando el Pacto de Varsovia pidió a su protectora la URSS –así eran los eufemismos que inventaba la URSS para autojustificar sus actos- que protegiera a la República Democrática de Alemania de la agresión occidental. De un día para el otro apareció una barricada de alambres de púa, guardias armados y carros de asalto que dividieron la ciudad en dos, siguiendo la frontera de los sectores de ocupación ruso y occidentales, establecidos en mayo del 45 al finalizar la guerra. Ese mismo día se comenzó a levantar un muro, que inicialmente fue construcción tradicional, o sea bloques que albañiles ponían con cemento, uno por uno. En 1968 se le hizo un lifting o upgrade, sustituyéndolo por sólidos módulos de hormigón armado, esta vez indestructibles. Tal como pude comprobar personalmente, estos módulos hubieran resistido el embate de un carro de asalto o el disparo de un bazooka. Cada uno tenía un metro de ancho, 3.6 metros de altura y pesaba unas 3 o 4 toneladas, estimo. El muro tenía una extensión de 111 kilómetros y constaba en realidad de dos muros, el principal y uno secundario más bajo, separados por algunas decenas de metros de campo minado, con zanjas, alambres de púas, luces permanentes, torres de vigilancia y guardias armados con ametralladora y permiso para usarlas.
El 16 de junio de 1953, mucho antes de que el Muro fuera una realidad palpable, los alemanes de Berlín Oriental se levantaron contra la ocupación soviética, como luego harían los checos, húngaros y polacos. El alzamiento se extendió en horas a todo el país y fue ahogado en sangre por los tanques del Pacto de Varsovia al día siguiente como también ocurriría luego en los países mencionados.
El 4 de noviembre de 1989 la situación era muy diferente. Los alemanes percibieron que esta vez el gigante soviético no tendría estómago o fuerzas para reprimir y se juntaron en Alexanderplatz a reclamar la apertura del Muro. Apenas cinco días después, y sin que mediara un solo muerto felizmente, el Muro dejaba de existir como tal y la gente podía cruzarlo sin que por hacerlo le dispararan una ráfaga de ametralladora. El aparentemente invencible Muro había sido derribado sin que fuera necesario disparar un tiro. David una vez más, acababa con Goliat.
En octubre de 1990 se produjo la unificación de Alemania y para entonces ya la mayoría del Muro había sido desmantelada. Hoy sobrevive en unos doce lugares, la mayoría de los cuales irá desapareciendo con el tiempo, pues no tiene sentido mantener para siempre cientos y cientos de metros de ese horror que por otra parte no trae más que malos recuerdos a los berlineses. Hay dos lugares donde seguramente permanecerá. Uno de ellos es frente a lo que fue la sede de las temibles SS y Gestapo. Ese tramo de unos cien metros fue declarado monumento histórico. El otro es la calle Bernauer, donde está el memorial del muro y un centro de información sobre el mismo. Allí, la ridiculez era tal, que las casas estaban en Alemania comunista, pero la vereda de esas casas era territorio de la República Federal. Por tanto las ventanas fueron tapiadas y las casas evacuadas.
El Muro de Berlín se convirtió en el más patético monumento al fracaso de un régimen. Tan fabuloso el paraíso socialista que había que impedir que los estúpidos mortales quisieran abandonarlo. 268 personas fueron asesinadas intentando cruzarlo. En algunos lugares de la ciudad, donde esas personas intentaron infructuosamente escaparse, hay grandes cruces blancas con sus nombres, que recuerdan a las nuevas generaciones lo que allí ocurrió.
Muchas otras lo hicieron exitosamente de las maneras más variadas, incluyendo tirolesas de una casa a otra y túneles de más de cien metros de extensión. Hasta los propios guardias de frontera de la policía comunista desertaban a veces. Uno piensa en los pobres habitantes de Berlín Oriental. De 1933 a 1945 tuvieron que soportar la dictadura nazi para luego desde ese año a 1989 la comunista. Sesenta y seis años de opresión, una vida completa.
En la calle Bernauer encontramos con MMF un cementerio y en su fondo un basural. Atrás del mismo, una gran cantidad de módulos del Muro abandonados. Allí se podía “trabajar” con calma, sin que le dijeran nada a uno, con el propósito de sacar un pedazo para traer de recuerdo. El problema es que el Muro era, como dije, indestructible. Hormigón armado, hierros de ¾ de pulgada, hacían necesario un martillo neumático o al menos una masa y una punta para arrancarle un trozo. Pero con ingenio rioplatense nos dimos maña para hacernos de un pedazo cada uno. Yo ya tengo uno del Estadio de Maracaná –donde como supongo todos saben se escribió una gloriosa página de la historia uruguaya-. Pero juro que si el Coliseo de Roma o la Acrópolis de Atenas lucen medio en ruinas, no fui yo el que se robó lo que falta!!!
La desaparición del Muro ofreció una oportunidad única para los arquitectos y planificadores urbanos alemanes. Un enorme espacio vacío surgía disponible en medio de la ciudad. Y han sabido aprovecharlo magníficamente. Postdamer Platz, por ejemplo –un equivalente de La Defense de París- es un ejemplo de ello. Un barrio ultramoderno, con personalidad propia pero diferente a la del resto de la ciudad, algo mágico.
También fuimos a visitar el Reichstag, sede del parlamento alemán. El Reichstag fue incendiado por Hitler, quien atribuyó el atentado a los comunistas y con esa excusa cayó con puño de hierro sobre la oposición. La foto de las tropas soviéticas izando la bandera de la hoz y el martillo en su cúpula en mayo de 1945 se hizo famosa. Esa cúpula fue destruida en un incendio posterior y hoy ha sido reemplazada totalmente con una nueva, pero de vidrio, muy osada y bonita. El edificio gobierna una plaza muy grande, llamada Plaza de la República, en uno de cuyos laterales, el que da al río Spree, se han construido enormes, bellísimos edificios de arquitectura muy moderna, en cemento y vidrio, todos diferentes pero todos conformando un grupo arquitectónico con sentido e identidad propias.
Cuando uno ve las fotos de lo que era Berlín después de la guerra –una montaña de escombros- y lo que es hoy, cuesta no rendirse de admiración ante la contracción al trabajo de este pueblo. Y su respeto por las normas y el orden. En el transporte público, omnibuses y subterráneos, no hay control alguno, ni molinetes ni vigilantes, nada. Se confía en que todo el mundo paga. Algo increíble entre nosotros latinos sudamericanos.
Llegamos así al domingo 28, día del maratón. Nos levantamos a comer pasta –una vez más, como lo hicimos tres veces por día durante tres días- a las 6 de la mañana y a eso de las siete salimos hacia el hermoso parque Tiergarten, donde habíamos estado muchas veces durante la semana y de cuyo corazón parte la carrera. A las 9, puntualmente y con las mejores condiciones climáticas posibles, comenzó la fiesta. Cielo parcialmente nublado, temperatura de 9 grados centígrados al comenzar y 12 al finalizar, nada de viento. Ni Dios hubiera podido darnos mejores condiciones -¿o fue Él quien lo hizo?-. Yo cumplí con todas mis cábalas, o sea, corrí con la misma remera y pantalón que en todos los otras maratones, me persigné a la manera tradicional y también à l´agnostique, como yo llamo a tocar el suelo y enseguida los labios con los tres dedos centrales de la mano izquierda. MMF no tiene cábalas, yo no entiendo como se puede ser deportista y no tenerlas.
Sentimos que era nuestro día, one in a lifetime opportunity y la aprovechamos.
En el kilómetro cuatro aproximadamente, mi brader observó una pareja de alemanes que corrían a un ritmo muy regular y parecido al que nosotros queríamos desarrollar, así que los usamos de referencia y atrás de ellos corrimos por un tiempo. En el kilómetro 15 yo decidí que si seguía atrás de ellos no cumpliría mi objetivo, así que me largué solo, perdiendo de vista a los alemanes y a MMF.
Quienes leen mis relatos de carreras en forma regular, conocen a MOY. Paso a presentárselo a los demás. Es un gran amigo mío, entrenador, contador de gastos, asesor y hasta consejero psicológico. Yo no podría correr ni un metro sin él. Se llama Mi Otro Yo, de aquí en adelante MOY, for short.
No hay otra manera de correr un maratón que seguir una vieja y sabia técnica que también es de utilidad en la montaña: estar siempre dispuesto a poner un pie al frente del otro, así que hice exactamente eso unos cuantos de miles de veces más y así llegamos MOY y yo al kilómetro 28 donde, lógico, MOY me recordó que…¡Ya completamos dos tercios!
Kilómetro 32: de aquí en más sólo hay 10 por delante, podés contar los que faltan en lugar del los ya recorridos, es cuenta regresiva. Mi estrategia para este maratón era correr aguantando los primeros 32 kilómetros, para salir a quemar el resto en los diez últimos. Y eso hice.
Kilómetro 35: ¡Sólo falta un número primo de kilómetros! Me dice Moy. Decido mandar a MOY a la bodega (por no mandarlo a la mierda) y a la sala de máquinas y proceder a una evaluación de los daños y del estado de la embarcación. Vuelve unos minutos después con el siguiente informe: No se observan dolores musculares más allá del comprensible cansancio, ni puntadas ni calambres. No hay malestar ni en el estómago ni en el bazo. También verificamos el estado psíquico encontrándolo en óptimas condiciones. Go for it. This is your race. La negrita quiere decir que me gritó, no es que estuviera enojado conmigo, no, era para motivarme, entiéndanlo bien, es buen pibe, aunque un tanto excéntrico. Con ese informe, no pude menos que cerrar los dientes y darle para adelante.
Las endorfinas –droga similar a la morfina que el cuerpo genera cuando se corre- me tenían muy dopado, evidentemente. Mis diálogos con MOY comienzan a transcurrir en voz alta lo que causa la gracia y la mirada comprensiva de los organizadores que flanquean el circuito en todo momento.
Kilómetro 39: Sólo faltan tres pinches kilómetros (como dirían mis amigos mexicanos). Disculpen estos extranjerismos de MOY, pero es un hombre viajado y le gusta hacer un poco de alarde de eso, de temps en temps.
El tramo final se corre sobre el Unter den Linden, el imponente e imperial bulevar berlinés por el que desfilaron las tropas prusianas y en el que hacían el paso de ganso las hitlerianas. Yo sentía que toda la gente estaba allí para vitorerarme a mi, solamente para eso. Hasta la estatua del mismísimo Federico el Grande me hizo un guiño y me gritó “Vamos Kaiser, vamos”. Él a mi, ¿se dan cuenta? Me visualicé vencedor desde el primer metro. Es parte de mi estrategia de automotivación.
Kilómetro 40: Ya no nos puede parar nadie, Berni, esta es la nuestra, será la mayor victoria en nuestra carrera de corredores. Me causa gracia el estilo de MOY, yo corro y él habla de “nuestra victoria”. Aramos dijo el mosquito al buey que rompe el terrón.
Allí aparecieron, como ocurre siempre antes del final de un maratón o cuando me aproximo a la cumbre de una montaña, los dos ídolos de mi panteón aventurero: Ernest Shackleton y Erik Weihenmayer, uno proveniente del cielo donde Dios lo guarda en eterna y merecida gloria y el otro de su Colorado natal. Sin decir palabra pasaron a correr a mi lado
Kilómetro 41: Ponga huevos, Berni, ponga huevos, ¡Sólo faltan 1195 metros! ‘Tá bien que quieras mantenerme motivado, MOY, pero no hay por qué perder la compostura y el lenguaje de caballero inglés, caramba.
Faltan menos de 800 metros y veo ya la famosa Puerta de Brandeburgo bajo la cual pasaré dentro de poco, y faltan 500 y comienzo ya a correr en el pavimento cuadriculado de la Parisien Platz, y atravieso la Puerta y ta taa taaa taaaa ta ta, estoy escribiendo historia, veo ya el arco de llegada, y gol gool goool, cruzo la alfombra metálica y suena el chip de mi zapatilla marcando que terminé y ya puedo parar y se acabó ahora no hay que correr más, llegó el final y con él la gloria y el descanso. Erik y Sir Ernest se funden conmigo en un abrazo y los alemanes me miran como a un demente pues para ellos, estoy abrazando el vacío. Sólo yo veo a mis ídolos. Enseguida se retiran, como siempre ocurre.
Terminé la carrera en 3.33.44, bajando seis minutos a mi mejor tiempo (obtenido en New York). Manolo lo hizo en 3.38.47, bajando 24 minutos el suyo!!!
En lo personal, yo no puedo dejar de reconocer la ayuda de al menos tres personas en este logro. Uno es Hal Higdon un entrenador norteamericano de más de 70 años, al que tuve el honor de conocer personalmente en Chicago y cuyos libros –en especial Marathon – The Ultimate training guide me guiaron desde el primer día que me propuse correr maratones. Otro es Gustavo Represas, un entrenador y ex miembro del equipo olímpico argentino que me entrenó un par de meses en oportunidad de mi preparación para el maratón de Madrid. Si no hice buena marca en Madrid, no fue por culpa de Gustavo sino del calor y de las interminables subidas y bajadas de la capital española. Y el tercero es Hernán Delmonte, cardiólogo, deportólogo y amigo que me entrenó un mes y me enseñó un montón de cosas.
Que el día se prestaba para romper marcas, lo prueba el hecho de que el récord mundial fue hecho trizas por Paul Tergat, que completó en históricos 2.04.55, 43 segundos menos que el vigente hasta ese día. Algo así como si Schumaher le sacara una vuelta completa al segundo en Fórmula I. Por primera vez el hombre rompe el piso simbólico de las 2 horas y 5 minutos.
En exactamente 50 años, el récord mundial ha caído 13 minutos y 45 segundos. La gran discusión es si alguna vez llegará a caer por debajo de dos horas. Yo pienso que yo no veré ese día, MMF piensa que sí. Sólo el tiempo dirá.
Segundo salió Sammy Korir, también keniata y “liebre” de Tergat (o sea, un corredor que Tergat había contratado para “marcarle” el ritmo en los primeros 30 kilómetros de la carrera). El final fue electrizante, pues Tergat titubeó al llegar a la Puerta de Brandeburgo, sobre por cual de los cinco espacios del monumento debía atravesar. Se puede ir por cualquiera, pero uno de los cinco es más corto que los demás. Esto está marcado en el pavimento pero Tergat no lo vio y perdió valiosísimos segundos que permitieron a Korir alcanzarlo. La carrrera se definió en un sprint increíble en los últimos doscientos metros, que Tergat ganó por exactamente un segundo.
Su foto pasa a partir de hoy, a sustituir en mi oficina la del norteamericano de origen marroquí, Khalid Khannouchi, hasta ahora rey de los maratones del mundo. Sorry Khalid, pero a rey muerto, rey puesto. Paul Tergat y yo hemos, aunque parezca mentira, corrido “juntos” ya cuatro carreras. La Sao Silvestre en Sao Paulo, luego los maratones de Chicago y Londres y ahora la de Berlín.
Tergat corrió sólo seis maratones en su vida, contando esta. Tiene 34 años y fue sargento de la Fuerza Aérea de Kenya, obtuvo medalla de plata en 10 mil metros en las Olimpíadas de Atlanta y Sydney y de bronce en el mundial de Gotemburgo, es campeón del mundo de media maratón y fue cinco veces campeón del mundo de cross. Casi nada de curriculum. Sólo le faltaba esto y ahora lo obtuvo. Hasta ahora siempre era superado en las carreras importantes por el etíope Haile Gebrselasie y no tenía una sola medalla de oro. Ambos correrán en el maratón de la próxima olimpíada en Atenas. Presenciaremos allí un verdadero duelo de titanes.
Contentos también estaban los organizadores del maratón, pues ellos tienen mucho interés en que se rompan récords mundiales ya que esto atrae más corredores el año próximo. En Berlín se han roto ya cuatro, dos veces el masculino y dos el femenino. Trece de las mejores marcas masculinas y femeninas de los últimos diez años fueron establecidas en Berlín.
Corrieron 35 mil personas, o sea que fue la más multitudinaria de las nueve maratones que yo he corrido hasta ahora. Yo salí en la posición 6333 y MMF en la 7424. Cuando nos reencontramos el cielo se abrió y pudimos disfrutar del sol en la Plaza de la República. Cada maratón es un poco diferente a las otras. En esta hay duchas y la gente se baña y cambia de ropa al aire libre, sin problema ninguno. Algo así causaría una nota en el diario del lunes en Sudamérica.
Y terminamos el domingo disfrutando de la victoria, tan merecida como rotunda e inesperada. Nos tomamos dos botellas de cerveza alemana, y otras dos de un tinto excepcional que MMF había traído de Francia y cuya presencia n la pieza resistimos toda la semana previa. Acompañamos esta bebida de dos abundantes platos de cassoulet (especie de guiso de chorizo de puerco, pato y porotos, algo livianito, ¿viste?), el plato típico tolosano que también había traído MMF. Todo sabía magníficamente bien. Pero nada, nada, sabe como la victoria. Sólo ella es dulce y tiene tan duradero retrogusto.
Al llegar a Barajas, donde otra vez tuve que hacer escala, me encontré con una Orquesta Típica –como llamamos en Buenos Aires a una orquesta de tango- formada por muchachos jóvenes que venían de actuar en Madrid y mataban la espera en el aeropuerto a tango abierto. Tocaban muy bien y tanto españoles como argentinos lo apreciamos y agradecimos.
Ya en el avión, como viajaba en turista no me correspondía, of course, champagne. Pero usé mi capacidad de persuasión para solicitar una copa que tomé de dorapa en el bunker de las aeromozas. Es que yo creo firmemente en eso que Napoleón dijo una vez sobre la bebida espumante: “Dans la victoire, on amerite, dans la defaite, on a besoin” (En la victoria, uno merece, en la derrota, uno precisa).