La Misión - 14 al 17 de febrero de 2015.

Al Berni Support Team, por otro apoyo de primer nivel

Esta fue la sexta edición de esta carrera en la que participo. De las cinco anteriores, completé las últimas cuatro y abandoné en la primera cuando aún no sabía nada de equipo ni tenía experiencia para distancias tan extremas.  La Misión,  “una auténtica aventura” como dice su lema comercial, consta de 160 km  o sea 100 millas, distancia que en el mundo se ha tornado como un ícono y una medida del corredor ultra de todo el mundo.  En algo “aspiracional” como se dice en marketing. La Misión es por ahora la única de esta distancia en la Argentina y aunque alguna vez se corrió en San Martín de los Andes, suele comenzar y finalizar en Villa la Angostura (VLA), pequeña y alpina localidad turística de la provincia de Neuquén, sobre el lago Nahuel Huapi en la Patagonia argentina. Muy resumidamente va hasta el hermoso lago Traful, en el noreste, para volver a la Villa. Dando muchos rodeos, claro, que terminan conformando la distancia indicada y unos 9600 m de DVA. Es de una etapa.
Éramos 315 en la línea de largada (esto para la distancia de 160 km. También se podía correr 80 km o 40) y un porcentaje importante de ellos amigos y conocidos con los que es siempre muy gratos reencontrarse. Hace ya algunos años, la erupción de un volcán en Chile literalmente enterró toda la zona en ceniza volcánica. Esto durará muchos años, décadas, porque aunque la han barrido completamente del casco urbano, nadie la sacará nunca de las montañas que es por donde corremos. Esta ceniza penetra en el calzado lijando los pies de los corredores como si fuera una escofina.
Era para mí una Misión muy especial. El 14 de febrero, día en el que al mediodía comenzó la carrera, es mi cumpleaños. Además, un amigo que vive en el exterior y que tuvo un infarto me contó por mail horas antes de la largada, el mismo día sábado 14, que había corrido un 5 K “en mi honor”.  Consideré ambas cosas como regalos de Dios que no debía deshonrar. Estaba dispuesto a darlo todo para hacerlo.
Cosa sumamente rara, se largaban dos carreras importantes del centro de VLA el mismo día. La nuestra y “El Origen”. Para mí un error garrafal del intendente local injustificable desde cualquier punto de vista. Como consecuencia los restaurantes estaban desbordados, los hoteles ídem y algunos corredores hasta se cruzaron con colegas de la otra competencia en la montaña, lo que es muy confuso.
Como nuestro organizador no quiso pagar un lugar cerrado, tanto la charla técnica previa a la carrera como la entrega de premios posterior a ella, fueron a la intemperie, de pie y en el frío además de empezar con una promedio de una hora de atraso ambas.
En toda la carrera hay solamente dos cantinas intermedias, cada 50 km aproximadamente cada una, en las que uno puede en teoría dormir y alimentarse. Pero no hay espacio para dormir y la comida ofrecida es escasa y no muy adecuada. Ergo, uno se alimenta, sí, pero con lo que uno se haya mandado a sí mismo a esas cantinas en unas bolsas que la organización lleva pero no trae de vuelta, o sea, se puede mandar comida pero no ropa o zapatillas de repuesto porque se las perdería.
Yo había roto zapatillas en la etapa 2, o sea la que va de la cantina 1 a la 2 y me dolían los dedos de los pies. Felizmente el Berni Support Team (BST, formado por Lan, Manolo y Carina) en pleno se hizo presente en Cantina 2, me cambió las zapatillas y medias, me lavé los pies, el médico allí presente me curó las ampollas, mi equipo me dio amor infinito, sopa, café, agua saborizada, comida liofilizada, galletas dulces, yogur y con todo eso y una hora de sueño encaré la etapa 3 lleno de bríos. Ningún párrafo que yo pueda escribir alcanzaría para agradecer a mi equipo que estuvo desde las 14 en Cantina 2 y solo se retiró cuando lo hice yo, a las 23. Me condujeron a la victoria en la TDS en Francia, repitieron su eficaz auxilio en La Misión.
Las cinco misiones anteriores las corrí casi en su totalidad, acompañado de alguien. Esta vez fue distinto y salvo algunos tramos corrí la mayoría solo, lo que no presenta la menor dificultad pues la carrera está bien señalizada y aún de noche, se corre sin temor.
La ceniza volcánica ya mencionada y la temperatura –no tan calurosa como la de la edición en San Martín de los Andes pero de todos modos muy alta- hicieron de esta edición, me pareció a mí, la más dura que yo haya corrido. El Guri –tal el apodo del organizador- ratificó sin dudar esta percepción mía (“no tengas la menor duda, fue la más dura de las diez”) Pero hasta aquí es solo la opinión de este servidor y la del Guri, insuficiente para una conclusión seria. Hay dos argumentos más que aportan. Uno es el tiempo que un mismo corredor de élite haya puesto este año y el anterior. La única persona en haber corrido ambas ediciones fue Sofía Cantilo. Pues Sofía demoró 1.10 ha más o exactamente 3.6 % más. No es mucho y por tanto la supuesta mayor dificultad de este año no queda demostrada con esto. Otro argumento es el número de abandonos. Estos del 20 % el año pasado y del 30 % este año. Aquí sí, un punto a favor de que este año fue más difícil.
Yo demoré un 11 % más (49.10 el año pasado, 54.35 este año) Terminé 16 de 64 en la categoría (25 percentil) y 90 de 315 en la general (29 percentil).
Detallar los tiempos de todos mis amigos sería narrativamente aburrido por lo extenso y requeriría una tabla para brindar la información de manera inteligible. ¿Ud. vio una tabla en algún texto de Borges? Así que me limitaré a comentar los que para mí son de muy lejos los más impresionantes. Me refiero a los 46.29 de Sergio Moya y a los 48.15 de Francisco “Pachi” Somoza. Los otros 313 corredores hicimos tiempos mejores o peores que antes, nada que entre en los libros de nadie. Ellos dos sí tienen un logro para encuadrar y es el haber cumplimentado cabalmente un mandato bíblico que Dios nos ha dado a todos los corredores: el de darlo todo en una carrera y alcanzar el máximo absoluto del potencial posible de cada uno.
El corredor más senior del pelotón, el entrañable Norberto Gonzalez, abandonó por primera vez una Misión. Sucede que bajando el Oconnor se desvió y cayó en una ladera, varios metros por debajo del nivel en que se estaba corriendo. Algo parecido a lo de Gorbea en Champaquí, pero sin cornisa, quedó en una ladera. Tuvo que salir por sus medios de esa encrucijada y el hacerlo le tomó tiempo y mucho esfuerzo, entre otras cosas porque sus bastones no tenían pulsera y debía agarrarlos con las manos lo que a su vez limitaba la acción que las mismas podían realizar para sacarlo de allí. Cuando logró salir y llegar a Corral Redondo, estaba agotado por la odisea y decidió abandonar.

El día después de terminada la batalla, unos 20 de nosotros hicimos un cordero a la parrilla. El evento bien regado con la sangre de la tierra nos llevó como ocho horas en las que disfrutamos de la compañía de los colegas y honramos nuestra amistad. A veces pienso que siendo la carrera algo hermoso, no es más que un preámbulo necesario para lo verdaderamente valioso: el culto argentino de la amistad que en esta tierra se cuece e vino lento y asado tierno.