Relatos con aspiraciones literarias y motivacionales, de carreras varias por los más distantes asfaltos y montañas del mundo
Cruce de los Andes 2007: El día que comprendí a “Lole” Reutemann
A Gastón Aldave, coautor de esta victoria
Y se vino una tercera edición de la que probablemente sea la más famosa carrera de aventura del país. Quienes quieran entrar en detalles, no deben dejar de leer mis textos sobre las dos ediciones anteriores, también disponibles en mi Blog. A quienes se acercan a mis textos por primera vez, cabe resumirles de qué se trata.
El “Columbia Cruce de los Andes” es una carrera de aventura de tres días, que atraviesa la cordillera de los Andes, generalmente de Argentina hacia Chile, con un recorrido de aproximadamente 90 kms en tres días (este año fueron 95). La organiza el Club de Corredores de Argentina, que lidera o capitanea Sebastián Table y la auspicia la conocida firma de ropa informal que le ha puesto su nombre a la competencia. Lo que probablemente sea el elemento más atractivo de esta aventura es su formato: se corre por la mañana hasta llegar a las orillas de un hermoso lago o río de montaña donde se acampa. La organización traslada hasta allí contenedores conteniendo las pertenencias de cada equipo –carpa, comida, sobre de dormir, etc.- Uno pasa la tarde charlando con gente tan demente como uno, bañándose en lagos, cocinando y sobre todo, descansando. Al día siguiente todo vuelve a repetirse. Así, durante los tres días.
El paso elegido para cruzar la monumental barrera que separa a Chile de Argentina cambia todos los años, de modo de que quienes ya la hemos corrido, podamos continuar encontrándole atractivo. Este año partía de Trevelin, pueblo de la provincia de Chubut, Patagonia Argentina, que nada tiene que ver con el personaje de Mickey que se llama parecido, broma que todo el mundo hace alguna vez al mencionar al bello y cansino pueblo chubutense.
Dado que Trevelin no tiene aeropuerto y además está a apenas 25 kms de Esquel, esa fue la base de partida de esta carrera. Esquel a su vez está ubicado a unos 300 kms de Bariloche, límite norte de la Patagonia y ciudad que seguramente es conocida, al menos de nombre, por todos mis lectores. A Bariloche hay vuelo casi todos los días pero a Esquel solo una vez por semana. Así que no tuve otra alternativa que volar el miércoles, pese a que la carrera se iniciaba recién el viernes.
Descansé toda la tarde del miércoles y casi todo el jueves, no haciendo otra cosa útil que encontrarme con Ruben Costantino, mi compañero de carrera –se corre en parejas, omití decir- y entregar nuestras pertenencias a la organización para que las guardaran en los contenedores que trasladarían diariamente a los campamentos.
Como es habitual, en la charla de lanzamiento me encontré con varios conocidos, entre otros Graciela Freda, “Pepe” Mostaza, Alejandro Zappe, Mario Charriere, Martín Saenz de Tejada, Adrian Rodríguez y muchos otros, algunos a los que solo conozco por su nombre de pila y muchos, francamente de los que no recuerdo ni eso, pero que con quienes he charlado largo y tendido en carreras anteriores.
Llegó el viernes y la amable familia de Ruben nos llevó a Trevelin, de donde largamos con británica puntualidad. El primer día fue liviano, nos llevó tan solo 2 horas y 36 minutos y sorteamos un desnivel vertical de 600 metros aproximadamente. Luego vino el ritual que no por conocido deja de ser agradable. Armar la carpa, comer, charlar con todo el mundo. Faltaron Raquel Mastorakis, Walter Ricardo y Vicente Dragobratovic, con quienes he corrido años anteriores y que por su bonhomía y don de gentes, amenizaban en gran forma las tardes. Faltó también Claudio Di Stefano, cuya buena onda suele estar siempre presente en campamentos del Cruce. Y tampoco lo vi a Alex “alemán” Krautner, mi primer compañero de Cruce (2005) un corredor de elite que me enseñó muchas cosas y cuya ausencia también sentí. Felizmente, Rubén resultó un excelente compañero de tropelías lo que hizo todo muy llevadero.
Ese día surgió el primero de lo que luego sería una desafortunada saga de faltas de la organización: Se extravió un contenedor de una pareja de corredores, algo que no había pasado nunca en ninguna de las seis ediciones anteriores del “Columbia Cruce de los Andes”. El mismo habría de aparecer al día siguiente, pero con otro número. No se entiende bien qué pasó. El dueño del contenedor perdido resultó un admirable personaje. Chubutense de 65 años, me dijo “corro con pibes jóvenes” –su pareja tiene 41 años- “porque a mi edad no encuentro compañero para esto”. No wonder, pensé yo, con suerte encontrarás contemporáneos tuyos para una carrera de 10 K en Palermo, pero 95 kms de montaña a los 65 años definitivamente no es para cualquiera. Con una filosofía muy Zen, a la que yo me acerco más y más con la edad, no insultó a nadie por el extravío ni se expresó en ningún momento con molestia o en forma agresiva. Toda su preocupación eran los palos de caminar que se habían perdido pues…” de aquí me voy a subir el Lanín con mi mujer y los vamos a precisar”. Uno no sabía si caerse de espaladas, aplaudir o hacer las dos cosas.
El segundo día nos tomó 3 horas y 47 minutos y tuvo un desnivel de 300 metros. O sea, en términos de carreras de aventura, fue casi plano. Poco que agregar sobre lo que ocurrió en la tarde pues fue, con variantes, una repetición de la del primer día.
Aquí las cosas comenzaron a ponerse algo tensas, los corrillos iban y venían por el campamento. Paso a detallar los motivos: Las inscripciones para esta carrera se abren allá por julio. La organización, como forma de mantener la expectativa de la gente, va liberando periódicamente un total de tres cartas con detalles sobre la misma. En realidad, la única útil es la última, en la que ya se describe con detalle técnico lo que se correrá cada día. El problema es que la “Carta 3” salió apenas dos semanas antes de la carrera y recién entonces, luego de que la gente había pagado –la friolera de 200 lechugas cada uno, cada persona, no cada equipo de dos- hacía meses y entrenado durante infinitas mañanas, se enteraba que el tercer día era verdaderamente demoledor, francamente, más duro que lo que mucha gente puede soportar: estamos hablando de 39 kms de montaña, con 1500 metros de desnivel (para que se hagan una idea, lo que se sube en un día activo de montañismo, y no se lo hace corriendo), glaciar incluido. Mucha gente no estaba en condiciones de encarar un esfuerzo como ese luego de dos días de carrera de montaña sobre las espaldas. La organización decidió, manu militari, que quienes habían demorado creo que más de cinco horas (o tal vez fueron seis) el segundo día, no correrían la carrera que se había convenido sino una versión “light” de 19 kms y por la ruta internacional, no por la montaña. En términos populares, tan interesante como chupar un clavo.
Partimos pues los que corríamos la carrera normal o larga primero. Con Ruben aplicamos los tres días la misma táctica, salimos con un 60 por ciento del pelotón delante, sabiendo que sólo el 10 % terminaría antes que nosotros. Esto nos asegura que pasaremos gente durante todo el día, lo que es muy bueno para la motivación psicológica.
El tercer día terminó resultando la más dura de las nueve jornadas que yo he vivido (o corrido, ambos verbos son sinónimos y siempre puede uno reemplazar al otro sin pérdida alguna de significado) en mis tres “Cruces”. Gemelos, rodillas, cuádriceps y la misma cabeza, todo fue exigido al límite. Comenzaba subiendo unos 700 metros para luego correr sobre un largo trecho horizontal. Entonces venía la segunda “trepada” aún más dura que la anterior y que llega a atravesar un glaciar, que como va la cosa con el calentamiento del planeta, es probable que ya no esté más allí en un par de años, pensaba yo mientras tenía el privilegio de cruzarlo con mis piernas cansadas.
Es claro que todo lo que sube, tiene que bajar, dice un viejo principio de la física Newtoniana: luego de la subida venía una bajada no menos complicada. En la bajada se exigen mucho las rodillas y el riesgo de caída es mayor. 100 minutos exactos de bajada lo dejaban a uno en la ruta internacional, por la que todavía había que correr unos doce kms, ahora saludados de tanto en tanto por los siempre amables carabineros chilenos, pues ya habíamos cruzado la frontera.
Ruben y yo somos del tipo que yo llamo “tractorcito”, o sea, siempre tenemos un resto para seguir corriendo cuando los demás, exhaustos, solo pueden caminar. Así, en esos 12 kms de ruta asfaltada pasamos a no menos de nueve equipos, tal vez diez. Llegamos casi juntos con la primera pareja de mujeres, con las que también habíamos compartido llegada los días anteriores.
Cansados pero enteros, saludamos a las chicas, agarramos el agua y el Gatorade que nos ofreció la organización y nos fuimos a los micros que nos trasladarían a Esquel, donde nos esperaba un buen baño y una ídem cena. Pero no todos tuvieron la misma suerte: los corredores más lentos (nosotros insumimos 6.47 en dar cuenta de esta última jornada, pero hubo quien demoró 13 horas) no encontraron micro al llegar y debieron esperar dos horas, tal vez un poco más: nada agradable cuando uno ha corrido más de medio día. Y difícil de justificar por parte de la organización, pues contaban con lista de corredores que habían comprado pasaje, con nombre y apellido, se sabía perfectamente cuantos pasajes se requerirían.
Llegamos al Gimnasio Municipal de Esquel donde retiramos nuestras pertenencias que habían sido trasladadas en los contenedores, desde el segundo y último campamento, directamente a ese lugar. Aquí otros tampoco tuvieron suerte: un contenedor perdió la tapa y parte del contenido y sus dueñas –eran dos chicas- no se lo tomaron con la filosofía Zen de Alberto, sino que estaban, como se dice vulgarmente, “a las puteadas”.
Cómo estuve centrado en la carrera “larga” que es la que yo corrí, no he contado algo verdaderamente increíble que ocurrió en la “corta”, la versión de ruta a la que fueron enviados 60 equipos más alguno que se sumó por decisión propia: créase o no, largaron la carrera en sentido equivocado, o sea, en lugar de mandarla hacia Chile, la mandaron hacia el Océano Atlántico. Se dieron cuenta un buen rato después cuando ya algunos habían corrido hasta 8 kms. Los trajeron en micro hasta determinado lugar pero ya toda medida de distancia, todo orden de “primero” o “segundo” o “antes de fulano” en la carrera corta perdió completamente sentido. Además, no tenían a su disposición ni una gota de agua, pues como era circuito no previsto, nada había sido contemplado. Y cuando se corre en ruta, los ríos pasan muy abajo y muy lejos, no es posible acercarse a ellos a beber.
Cómo he contado, los errores de la organización fueron varios, dos de ellos sin levante posible (largar la carrera en sentido contrario o no contar con micros para devolver a los corredores a Esquel). Pero quienes hemos organizado megaeventos, sabemos de las complicaciones que esto implica. Esta es sin duda la carrera de logística más compleja del país. No es fácil no errarle en nada. Con el diario del lunes, todos aciertan el Prode (lotería deportiva) decimos en Buenos Aires. Se quejan de todo, no digo que sin derecho, gente que no ha organizado nada más complejo que un asado para diez personas. Pero no eximo a Tagle de culpa: la gente paga 200 dólares y quiere servicio, está en todo su derecho. Felizmente a Ruben y a mí no nos afectó ninguno de esos errores pues son siempre los corredores lentos los que pagan las faltas organizativas de las carreras.
Vamos ahora a los resultados: Salimos en la posición 39 de 363 equipos que largaron (11 percentil, esta figura fue 14 percentil en el 2005 y 15 en el 2006, o sea, mejoramos mucho). De habérsenos permitido competir en la categoría “equipos con más de cien años” habríamos salido segundos a apenas 1 minuto y 33 segundos del primero. De lejos la menor diferencia entre el primero y el segundo en cualquier categoría (fue de 4 minutos en caballeros, de 36 en damas, de 36 en mixto y de 7 minutos en 80+, que son todas las otras categorías)
La rompimos Ruben, la hicimos de trapo.
Y ahora viene la explicación de la referencia a Carlos “Lole” Reutemann en el título. Cómo todo argentino aficionado a la Fórmula I y mayor de 40 años sabe perfectamente, al Lole le “robaron” el campeonato de 1981. Para empezar, arbitrariamente la FIA decidió que no fueran contabilizados los puntos del Gran Premio de Sudáfrica, que él había ganado en forma holgada. Para seguir, Frank Williams mandamás de la escudería homónima para la cual corría el santafesino le ordenó correr dejando pasar a Jones, su compañero de escudería, pese a que Jones no tenía chances de pelear por el título. En una oportunidad Reutemann obedeció, en otra no lo hizo y esto quebró la relación con todo el equipo que debía darle apoyo. Así, lo mandaron al matadero: en otra carrera le ordenaron cambiar neumáticos por otros que no lo favorecían en absoluto. Si todo esto no fuera suficiente para hablar de robo, asalto, fraude, en la última carrera en Las Vegas, Frank Williams le negó el motor más potente al Lole porque quería que lo usara Jones, que no tenía posibilidad de pelear el título. Qué hizo que Frank Williams odiara tanto a Reutemann es algo que nunca sabremos porque Wililams se llevó su secreto a la tumba.
Así y todo perdió por solo un punto contra el brasileño Nelson Piquet, que además corría con un Brabham cuyo sistema de suspensión activa estaba sospechado de ser ilegal. Todavía Reutemann podía ganar pues Piquet iba detrás suyo en Las Vegas y era cuestión de tirarle el auto arriba, se iban los dos de competencia y ganaba el Lole que empezó Las Vegas con un punto arriba de Piquet. Lo que mejor habla de Reutemann es que esa idea ni pasó por su cabeza. Como todo el mundo sabe, lo hicieron antes y después muchos pilotos.
Así me sentí yo pues pese a que Ruben y yo sumamos 101 años y ocho meses, no nos dejaron competir en la categoría de parejas de más de cien años, sino que nos mandaron a la de más de 80.
La dedicatoria no es gratuita. Gastón Aldave es mi entrenador desde hace un par de años y con él he bajado mi tiempo de 10 kms –llevándolo debajo de 40 minutos una vez-, de media maratón y de maratón. Ahora, hicimos podio en el Cruce. Si Ud. quiere mejorar sus marcas, deje de correr ciegamente y sin guía y consígase un entrenador, si es posible, uno como el mío.
Por eso digo que hoy comprendo como nunca al “Lole”, sé lo que es que te saquen de un podio que ganaste. Por la bronca que me quedó, es que pienso volver en el 2008. Y ganar de punta a punta y sin discusión ninguna. Volveremos, Ruben y Gastón. Y seremos campeones.