Como todas las cosas realmente buenas, la nueva edición del ya internacionalmente famoso Cruce de los Andes que organiza el Club de Corredores en Argentina, fue al mismo tiempo parecido al anterior y totalmente distinto. Parecido porque mantuvo la mística que lo caracteriza, el formato que lo hace tan atractivo, que pese a ser la carrera más cara de la Argentina, las inscripciones, que se abren aproximadamente seis meses antes del evento en cuestión, se cierran en pocas semanas. Parecido porque se desarrolla siempre en paisajes precordilleranos apenas tocados por el hombre, hermosos como sólo consigue serlo el sur de América. Distinto, porque cada año la frontera es atravesada en un lugar diferente, lo que permite a los que ya lo hemos corrido, volver con ganas sabiendo que encontraremos nuevos paisajes.
Éramos, al igual que el año pasado, 250 equipos de dos corredores cada uno. Hay categoría caballeros, mixto y damas. También hay otra “más de 90” para parejas cuyas edades sumadas igualen o superen esa cifra. Aclaro para que nadie me tome por vejete, que Walter y yo sumados no alcanzamos a competir en ella. Este año la carrera arrancaba en la base del Cerro Bayo, el centro de esquí más próximo a Villa La Angostura, un paradisíaco pueblo montañés –no puedo decir alpino, porque mis amigos “americanistas” me tratarían de colonizado- de unos 20 mil habitantes ubicado en la orilla norte del mundialmente famoso lago Nahuel Huapi. Éramos dos equipos, el de Raquel (Mastorakis) y Vicente (Dragobratovic) y el de Walter (Ricardo) y este servidor. Walter y Raquel habían viajado por tierra con anterioridad, acompañados de Mauro, el hijo de Raquel, y de sus abuelos, o sea los padres de Raquel. Vicente y yo lo hicimos por avión, que llega a Bariloche, capital de la provincia de Río Negro, ciudad importante de la zona –debe andar por los 130 mil habitantes-, conocido reducto turístico y único aeropuerto de la zona. De allí teníamos un transporte contratado que lo lleva a uno a “la villa” –así llaman a Villa La Angostura los locales- por una ruta asfaltada que casi todo el tiempo bordea el Nahuel Huapi y ofrece paisajes que conmueven el alma. Yo podría haber escrito “alucinantes” en lugar de “que conmueven el alma” si fuera de otra generación. Pero no soy y a mucha honra.
En la villa nos esperaban nuestros compañeros de carrera y sus acompañantes en un hotel –muy originalmente llamado Hotel Angostura- que posee una hermosa área de relax con vista al lago que llama a los ojos como la miel a las moscas. Que imagen burda, Berni, “como la miel a las moscas” la podría haber escrito Paulo Coelho. Yo que vos la borraba en la versión definitiva de este texto. Los críticos literarios del siglo XXII te despedazarán por esto, creeme. Con Vicente –que ha sido bendecido por la naturaleza con una capacidad de apreciar la belleza de lo simple que es poco habitual, esa capacidad que otros solo adquirimos luego de leer el I Ching o a Lao Tse y que él posee de fábrica- nos fuimos a caminar por un sendero que termina en el célebre Bosque de Arrayanes. El arrayán es una especie arbórea peculiar que no suele encontrarse rodeado de otros de la misma especie, o sean no tiende a formar bosques, que serían como las multitudes para los humanos. Eso hace de ese bosque algo excepcional. Pero no llegamos al final ni mucho menos pues era tarde, la susodicha –o sea la tarde- comenzaba a caer sobre el lago y tampoco queríamos cansar mucho nuestras piernas, a las que íbamos a someter a un nada pequeño esfuerzo a partir del día siguiente.
Poco hicimos en el resto del día que no fuera comer pasta y más pasta. Muchos, casi todos, fueron al a charla técnica que siempre precede a las carreras de aventura. Yo la obvié: estoy cansado de que me digan diez mil veces que no arroje basura al medio ambiente. Yo no lo hago nunca ni preciso que me lo recuerden y las charlas contienen poco más que eso. Así, llegó el viernes 10 de febrero de 2006 –yo siempre dato, o sea, pongo fecha, a las carreras en mis textos porque tiene Ud. que tener presente, amigo lector, que un día el mundo reconocerá mi talento literario y me leerán dentro de siglos. Y con tanto tiempo transcurrido, ¿Ud. cree que alguien va a recordar exactamente cuando fue el Cruce 2006? Así llegó el viernes, decía, y nos llevaron o dejamos llevar en ómnibus a la base del Cerro Bayo, de donde largaba la odisea. Yo cumplí mis cábalas, las mismas que cumplo religiosamente en todas y cada una de las carreras que he corrido y han sido cientos, tal vez más que cientos, y que consisten a saber: a) Tocar el suelo con los tres dedos centrales de la mano derecha para luego llevarlos los mismos a los labios. Yo llamo a esto persignación “á la agnostique” b) Persignarse a la manera tradicional católica c) Al terminar b), mirar al cielo en un ángulo de aproximadamente 45 grados con la vertical –o con la horizontal, da igual- y proferir en voz baja pero audible: “God, in your hands I commend my spirit” (Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, fueron algunas de las últimas palabras de Cristo).
Y allí partimos, cerro arriba. Ya habíamos subido el Bayo corriendo con mis amigos en otra oportunidad, cuando la media maratón de Nike, pero era por otro flanco –cara, en lenguaje montañero- y con el cerro cubierto de punta a punta de nieve. Allá veían los espectadores, los privilegiados testigos de esta hazaña, los quinientos pares de piernas trepar montaña arriba. El cerro tiene algo más de 1800 metros y la base está a 1000, así que no precisa Ud. ser un genio de las matemáticas ni poseer calculadora para concluir que sorteamos un desnivel positivo de 800 metros. Para que se haga una idea, en montaña, si en todo un día uno sube mil metros, puede felicitarse a sí mismo y 500 metros tampoco está mal. Pero eso no fue todo, luego había que bajar el Bayo, casi tan duro como subirlo. Y luego subir otro cerro apenas más bajo, el Belvedere y también bajarlo. A esta altura nos preguntábamos todos que para qué coños paga uno una pequeña fortuna para venir a sufrir como un marrano, joder, y siempre uno dice lo mismo y siempre termina volviendo, lo que es francamente incomprensible. No vaya a pensar que terminado el Belvedere ya podíamos poner el cuerpo a descansar, nada de eso. Se baja hasta el río Correntoso, tal vez el más corto del mundo y que se prolonga por apenas unos 50 metros, lo que hace falta para unir el lago Nahuel Huapi con el lago Correntoso. ¿Sabe Ud. que es lo que sucede en un valle cuando uno llega al río? Pues que como se está en el punto más bajo, lo que sigue es subida. En efecto, nos quedaban todavía nueve kilómetros y en ascenso hasta la orilla del lago Espejo, donde después de lo que a todos nos parecieron interminables 26 kms. –insisto, recuerde que eran 26 kms. de montañas, no de calle- pudimos al fin conocer el reposo del guerrero.
Si Ud. leyó mi crónica del Cruce en su versión 2005, quizás encuentre mi descripción del campamento un tanto reiterativa, sabrá comprender. Es que el ambiente de camaradería (“buena onda” que es la versión moderna de camaradería) es único, indescriptible y yo estoy seguro, es quizás lo que más nos atrae a todos de este formato tan amigable y original. Las carpas se pegan unas a otras a distancias que podríamos considerar violan la intimidad. Es que no hay tal cosa. Somos una comunidad de 500 personas con un mismo objetivo, hacer lo que nos gusta y pasarla bien. Así, van pastas y vienen platos de arroz, dame tu sal o tomá mi cinta para las ampollas, ¿querés pan con queso?, ¿no me das un cacho de fiambre? son las palabras que forman la atmósfera de este lugar que por una jornada, será único en el mundo. Cuerpos exhaustos, piernas al aire, pomadas y cremas y pócimas caseras e industriales van y vienen entre las carpas procurando mágicamente restaurar músculos sobreexigidos. Dos norteamericanos que acamparon a mi lado –o sea a no más de 50 centímetros- me preguntaron si me iba a quedar un rato, como pidiendo que les cuidara sus cosas. “En verdad me estoy yendo a bañar al lago”, les dije, “pero aunque esto no significa que si algo falta yo me haré responsable, créanme que yo siempre dejé todo abierto y jamás me faltó nada”. Todo el mundo duerme con los contenedores abiertos llenos de variado equipamiento, algo que en el mundo real, ese que está lleno de corruptos y sedentarios y ladrones, sería imposible.La organización transporta contenedores especiales, que ellos también proveen, con la carpa, alimentos y todo lo que cada equipo quiera colocar en los contenedores que esté dispuesto a pagar.
A la mañana siguiente, uno vuelve a guardar todo en el o los contenedores, los entrega nuevamente a los organizadores que los transportan al nuevo lugar de campamento donde uno llegará luego de varias horas de carrera. Así es la lógica o el formato de esta carrera. El resto de la tarde se la pasa uno socializando, comiendo, bañándose en el lago o haciendo una mezcla de todo esto. Allí estaban Pepe Mostaza y Mario Charriere, compañeros ambos de trabajo en distintos momentos, el mundialmente famoso periodista Claudio De Stefano –creo que hasta los peces del lago Espejo lo saludaban por su nombre-, Graciela Freda, Adrián Rodriguez y muchos amigos de los cuales uno conoce la cara y algún dato personal, pero no mucho más. Gente que integra la comunidad corredora y con la que volvemos interminablemente a vernos las caras con gran satisfacción. Había dos uruguayos, por ejemplo, venidos de la ROU con el único propósito de participar de este evento, con los que nos reconocimos del año anterior. Rafael Berges, “dueño” de los Recursos Humanos de Telefónica no sólo estaba presente sino que llevó al contingente más nutrido, con mayor cantidad de equipos. Fruto, sin duda, de su empuje y apoyo al tema dentro de Telefónica. Tantos fueron, que les permitieron correr con una remera especial, algo poco usual. Con Pepe y Vicente nos hicimos una sopa que bebimos en tazas, como un té, y pensamos que qué poco se precisa para ser feliz en la vida. Tan solo estar exhausto –sí, nosotros encontramos felicidad en ello, no me pregunte por qué-, rodeado de iguales y con una taza de algo caliente en la mano. En el micro que nos llevó de la villa a la base del Bayo, un corredor al subir dijo para todos: “al fin me siento entre clones”. Quiso destacar esto que digo, la felicidad de saber que quien está a tu lado te entiende y no te mira con cara de para qué carajo pagás para sufrir si podrías irte a Florianópolis a tomar drinks en la arena como hace la gente “normal”.
Yo me llevé un notable libro de J. Diamond, un escritor norteamericano, llamado “Colapso” y que trata sobre los motivos que hicieron colapsar a muchas sociedades del pasado. No importa donde yo vaya, algo de leer tengo que llevar, es una necesidad vital. Como alimentarse o respirar.Los padres de Raquel fueron desde la villa en remise al campamento llevando a Mauro para volver al pueblo al caer la tarde, esquema que repetirían al día siguiente.El año pasado, el segundo día fue light, un paseo por el parque, digamos. Tómese esto en términos relativos, claro. Pues este año Sebastián Tagle –así se llama el Director del Club de Corredores, corredor serio él también, aunque claro, no participa de las carreras que él mismo organiza por aquello obvio de que no se puede ser juez y parte- nos pegó duro y el segundo día fue tan duro como el primero. Lo prueba el hecho de que los tiempos insumidos por los equipos fueron muy aproximadamente los mismos que el primer día. Se puede Ud. imaginar como terminamos esa segunda jornada, entonces. Esta vez el campamento fue en el lago Rincón, tan paradisíaco como todos los demás, aunque de lecho barroso y no arenoso como el Espejo. La vida en este segundo campamento fue en términos generales similar a la del día anterior. Con la salvedad o diferencia de que guardar comida para el futuro ya no tenía sentido y todo el mundo lleva alimentos en exceso. Así que se compartía más que nunca, daba para elegir el plato o el postre.
Cabe aquí hacer un pedido público de disculpas a Monsieur Mon Frere, que es como yo llamo a mi hermano, también integrante de la comunidad –o sea, corredor-. En la última maratón que corrimos juntos, en Budapest, me dijo que era absurdo que yo gastara pasajes aéreos intercontinentales para correr maratones y lo hiciera con calzas viejas, destruidas y que eran ellas las que me causaban problemas de paspadura de piel. Yo no le hice caso. Consumista europeo, pensé (él vive en Francia), yo soy sudaca y ahorrativo y no gasto al santo botón. Pues bien, terminé el primer día tan paspado que corría como caminan los gauchos, con las piernas abiertas. Cuando lo fui a ver al médico del Club, no bien me vio las calzas me dijo exactamente lo mismo que mi hermano y me conminó a pedir prestadas otras para el segundo día. Santo remedio: le hice caso y no tuve ningún problema. El médico me calificó como el corredor más miserable que hubiere conocido en los cuatro cruces de los Andes. Y me la tuve que bancar, porque la verdad puede doler, pero lo que no tiene es remedio, como dice Serrat.
Así llegamos al tercer día de carrera, que empezó mucho más temprano en parte precisamente para que Vicente y yo pudiéramos llegar a nuestro vuelo –pedimos anticiparan la salida y tuvieron la gentileza de acceder al pedido- por lo que el desayuno, desarmado de las carpas y preparación de los contenedores se hace básicamente de noche, con luz de linterna de cabeza, similar a las que usaban los mineros e idéntica en realidad, a la que usamos en montaña.Un corredor arrancó el tercer día con la pierna vendada, cojeando y con bastón. ¡Y todavía tenía otros 26 kms. de monte por delante! –los tres tramos fueron de igual distancia, totalizando 78 kilómetros-, lo que prueba que el hombre tenía unos cojones del tamaño de manzanas. Comparado con los dos primeros días, el tercero fue un paseo con la familia por el parque, digamos.
En el último tramo me crucé con Alex Krautner un gran corredor y mejor persona que corrió conmigo el año pasado. Es claro que este año su equipo llegó en la general –suma de los tiempos de las tres etapas- antes que el mío pero me di el gusto de sacarle cinco minutos en la tercera jornada, lo que para mí es como para un chico que comienza a jugar al tenis, ganarle un set a Federer. Alex fue quien me enseñó a bajar laderas en carreras de aventura, algo que desde entonces me ha sido de gran utilidad.La carrera termina en Chile, a unos diez kilómetros de la frontera. Con Walter veníamos al final totalmente enteros, al punto que faltando un kilómetro decidimos intentar pasar a un equipo que nos llevaba 400 metros. Algo que parece casi imposible. Corrimos durante una larga cuesta, cuesta que todo el mundo hizo caminando pues a esa altura queda poca energía. Pero los corredores que perseguíamos, al ver que nos acercábamos peligrosamente, sacaron fuerzas de flaqueza y corrieron ellos también. Terminaron apenas 13 segundos delante nuestro, y al llegar nos abrazamos los cuatro.
El páramo donde la hazaña terminaba comenzaba a llenarse de corredores. Había una banda musical para animar el momento y nos pusimos a bailar, festejar, cantar y tirar agua al cielo como forma de dar rienda suelta a una sensación embriagadora del alma que sólo puede entender quien ha corrido algo semejante. Con Walter salimos en la posición 36 en la general, sobre 245 equipos que participaron, de los cuales 229 terminaron. En la categoría “caballeros”, salimos 24 de 124 que participaron y 118 que terminaron. Algo que yo considero un gran éxito, si se tiene en cuenta que el año pasado salí en posición 34 en la general –para igual cantidad de equipos- pero corría con un corredor de elite como Alex Krautner que me empujó muchas veces, o sea, no corrí el año pasado sin ayuda como esta vez. Demoramos 10.32.24 y el ganador en la categoría “más de 90” puso 10.53.54. Como nosotros estamos a apenas dos años de esa categoría, es factible pensar que si no decaemos mucho en esos dos años, bien puede ocurrir que en el 2008 simplemente ganemos la carrera en nuestra categoría. Raquel y Vicente salieron en la posición 109 en la general. Hubo muchas menos deserciones que otros años, lo que yo atribuyo a que se corre la voz y la gente empieza a entender que esto no es una carrera de 10 kms por Palermo, lo que hace funcionar mejor el mecanismo de autoselección. Todavía nos faltaba el “cuarto tramo” de la carrera, uno que sólo corríamos Vicente, yo y Luis Reveiz, un norteamericano que se nos unió a través del Club que nos puso en contacto. Los tres teníamos que tomar un vuelo de retorno a Buenos Aires y estábamos muy justos de tiempo. Tan justos, que todos los corredores con quienes compartimos la “cuarta etapa” nos dijeron que estábamos locos, que no llegaríamos, que perderíamos el pasaje y no podríamos retornar como mínimo hasta el martes pues el lunes estaban todos los vuelos completos. “Hombres de poca fe” pensé yo. Quien no cree en algo jamás lo consigue. Luis, Vicente y yo creemos en todo lo que hacemos. Teníamos un remise esperándonos en la línea de llegada que nos llevó al aeropuerto de Bariloche tan rápido como es posible, con una escala de cinco minutos en “la villa” a recoger equipo. Llegamos con tiempo hasta para tomar una cerveza. Y no puedo decirles lo que vale una cerveza luego de tres días como estos. La logística de un evento como este es, como lo sabemos quienes organizamos eventos masivos, sumamente compleja y salió impecable aún en sus aspectos más pequeños. Merece por tanto una mención especial.“Yo me encargo de coordinar remises y transportes, y de la logística” me dijo Vicente hace unos meses, “siempre que vos cumplas con tu parte de escribir como siempre sobre la carrera una vez que la hayamos completado” Ambos cumplimos, Vicente. No sé yo cuán bien, pero vos impecablemente