Cada mañana en África, un antílope despierta. Sabe que debe correr más rápido que el león o será devorado. Cada mañana en África un león despierta. Sabe que debe correr más rápido que el antílope o morirá de hambre. No importa si eres un león o un antílope, cuando el sol sale, es mejor que te encuentre corriendo.
De un corredor anónimo
Ayer, domingo 22 de agosto de 2004 se corrió en Villa La Angostura la segunda etapa del circuito Nike, (pronúnciese “naiki”, que quiere decir victoria, en griego) 28 kilómetros en el sur argentino. Mi última carrera de aventura había sido unos meses atrás en Pinamar, en un paisaje totalmente distinto. En la balnearia y turística localidad bonaerense, la carrera era por equipos –parejas que debían llegar juntos- y se desarrolló durante 21 kms. fundamentalmente de arena. Un paisaje que por momentos recordaba el Sahara, aunque recordaba es una manera de hablar porque yo nunca estuve en el famoso desierto africano.
Aquella carrera, como dije, era por parejas. Yo tuve la suerte, el honor y el privilegio de tener un compañero de lujo, como fue Gabriel Szkolnik con quien fue un placer compartir el esfuerzo, la arena y los momentos relajados después de la carrera. Gabriel tiene dosis iguales de buena onda y notable condicionamiento físico, lo que lo hace un compañero ideal. La de ayer fue individual. Fuimos hasta el sur un equipo de cinco, formado por Sebastián Llorca y Marcelo De Santis, ambos compañeros de trabajo en Kraft Argentina, Sofía Cal, de Kraft Uruguay que vino especialmente para este evento y con quien compartimos hace tiempo la maratón de Nueva York y su novio, Ignacio Erhart.
Se suponía que nos encontraríamos todos en Aeroparque, el aeropuerto de cabotaje de Buenos Aires, pero yo me dormí y llegué tarde y sólo alcancé a gritarles, cuando ellos ya enfilaban para el avión, que no me dieran por “muerto”, que iría en otro avión pero que el domingo estaría al firme en la largada. Tuve que esperar dos aviones, no uno, pero al final, llegué sin novedad a ese paraíso sureño que es Villa La Angostura, una localidad alpina 1500 kilómetros al sur de Buenos Aires, en lo orilla norte del maravilloso y mundialmente conocido lago Nahuel Huapi. Villa La Angostura tiene unos ocho mil habitantes y está en la provincia de Neuquén. Se encuentra a una hora de Bariloche –aeropuerto más cercano- que está también en las orillas del mencionado lago –pero al sur-, en la provincia de Río Negro. Toma su nombre porque precisamente allí la península de Quetrihué se angosta al máximo, al punto que la Villa casi podría considerarse una isla.
Bariloche es mucho más grande, y es el destino tradicional del viaje de egresados de los estudiantes secundarios argentinos. De hecho, ese mismo día mi hijo Federico se encontraba allí haciendo el suyo.
El viaje de Bariloche a “la villa” por la asfaltada ruta 231 es de quitar el aliento. El paisaje montañoso que bordea las márgenes del lago impresionarían la sensibilidad del más frío. En La Angostura nos quedamos en unas cabañas muy confortables que nos habían conseguido Héctor Capellán y Guillermo Sayol –también compañeros de Kraft Argentina, ellos están en el área de ventas y atienden el sur, por lo que conocen la zona como nadie- Más de una vez todos mis compañeros de aventura manifestaron su satisfacción por las cabañas que nuestros amigos pusieron a nuestra disposición.
Como yo llegué cuatro horas después que mis compañeros, ellos aprovecharon para retirar los dorsales (número que en todas las carreras los atletas llevan en el pecho) y el “kit” del corredor que incluía algunos alimentos y una camiseta de muy buena calidad que identifica al circuito patrocinado por Nike. Al encontrarnos, era casi ya la hora de ir a la charla en la que los organizadores, el Club de Corredores y su presidente, Sebastián Tagle, darían indicaciones útiles sobre la carrera. Allí nos encontramos con Marcelo De Santis, que había viajado con su señora y su suegro y se alojaba en otro lugar. Luego de recibir las indicaciones básicas, nos fuimos a cenar –pasta por supuesto- todos juntos.
El día siguiente amaneció maravilloso, una prueba más de algo que siempre he creído: Dios es corredor, no tenga dudas. Nos llevaron en ómnibus desde la terminal de buses, en el centro, a la base de las aerosillas del centro de esquí en el Cerro Bayo (1782 msnm, pero se larga de los 1500 msnm) y luego utilizamos ese medio de transporte para llegar casi a la cumbre, que es de donde comienza la carrera. La vista de los lagos, las montañas, era realmente un regalo para los ojos. El sol, el cielo azul, la temperatura perfecta para correr. A Sebastián y a mí nos entrevistaron nada menos que para T&C sports, el canal de cable de deportes y a ambos y a Marcelo nos fotografiaron y entrevistaron para “Aventura”, la más importante publicación de este deporte.
Con bastante puntualidad, la carrera comenzó pocos minutos después del mediodía, que era el horario previsto. Le peor parte es al principio, pues comienza con unos 300 metros de ascenso en nieve blanda donde era inevitable que a uno se le mojara el calzado. A continuación, una distancia similar en bajada, con tramos de hielo. El circuito contenía muchas bajadas, algunas muy pronunciadas, tramos en bosque, barro, sendero, camino de auto de tierra, abundancia de árboles cruzando el camino que había que saltar y hasta ruta asfaltada. Diría que el bosque en descenso era lo mayoritario. Pero después de pasar el único lugar donde daban hidratación –simple agua- en el kilómetro 17, se llega a una subida de 200 metros de desnivel que creo nadie o casi nadie debe haber conseguido hacer corriendo. Todos caminábamos allí.
Todo a lo largo de la carrera, los paisajes eran deslumbrantes y motivaban a dar todo de uno. En un momento se corre por una playa del lago Correntoso, donde había familias que alentaban. También estaba allí Sebastian Tagle, que como dije es el alma mater del Club de Corredores. Los atletas le gritábamos en broma cosas como “No sabés cuanto nos acordamos de tu madre, Sebas”. En otros momentos se ve el sol reflejado en las agitadas aguas del Nahuel Huapi, el Cerro Tronador al fondo, las cumbres nevadas todo alrededor. De postal suiza realmente. O mejor aun, de postal argentina.
Supongo que andaríamos por el kilómetro veinte cuando nos cruzamos con una señorita que anotaba los números de los atletas que por allí iban pasando. Era uno de los “PCs”, como denominamos en la jerga del deporte aventura a los “puestos de control”. “¿Cuántos pasaron ya?” le pregunté “Doscientos cuarenta”, me respondió. Berni, me dije, tenés que llegar no más allá de la posición 200, así que debés pasar cuarenta corredores. El problema es que allí me vinieron ganas de hacer pis y me pasaron tres, por lo que me tocaba pasar ahora a cuarenta y tres. Para ello recurría a uno de mis viejos juegos de carrera. En él, me imagino que soy un francotirador munido de una mira telescópica cuya cruz apunto a la espalda del corredor inmediatamente adelante. Cuando lo paso, lo doy por “muerto”, apunto la mira al siguiente y así sucesivamente. También pienso que soy un león africano que se ha despertado hambriento y debe cazar antílopes para saciar su apetito. Los antílopes, claro, son los atletas a mi frente. Uno, dos, tres, antílopes, cuatro, cinco, seis “muertos”. Sigo pasando gente. Ahora es el turno del flaco que me pasó al principio. La número doce es esa chica de notable trasero, veamos que tal está por delante. Trece, catorce, quince el de la vincha, dieciséis, diecisiete el de las zapatillas de colores y sigue la cuenta. En ese momento aparece ya saben quien, sí, Moy (Mi otro yo) y se produce el siguiente diálogo:
Berni: ¿Dónde andabas?, hace rato que te estoy buscando
Moy: Disfrutando del paisaje. ¿Vos viste esas cumbres nevadas? Por suerte en diciembre volvemos a la montaña
Beni: Este año no será en diciembre sino en enero, pero… ¿Vos te olvidaste que se supone que yo sea el que corra y vos el que me motives? Vengo haciendo los dos trabajos desde el principio. Justamente ahora estaba…
Moy: Sí, no me digas nada, jugando a eso del francotirador y la mira telescópica o el león y las gacelas
Berni: Antílopes, Moy, son antílopes
Moy: Cierto, disculpame. ¿Por cual número vamos y cuantos faltan?
Berni: Acabamos de pasar el décimo octavo y son cuarenta total.
Mot: Ok, bueno, ahora es el turno de esa chica de trenzas, vamos por ella.
Y veinte, veinticinco, treinta y sigo pasando gente. Ni uno sólo hace rato puede jactarse de haberme pasado a mí, ni uno. Mi estrategia para pasar gente es sencilla: seguir corriendo a ritmo parejo. Como casi todos caminan, eso me asegura pasar muchos corredores. Yo sé que a este ritmo puedo llegar a donde sea, aún con cuatro kilómetros finales de subida. La ventaja de tener bastante fondo en las espaldas, uno sabe cuanto puede dar. Treinta y nueve, cuarenta…
Berni: Listo Moy, ya pasamos cuarenta corredores. En realidad cuarenta y tres por los tres que nos pasaron cuando estábamos meando que repasé enseguida.
Moy: Sí, pero hay que asegurar la victoria. Esto es como el fútbol, un gol de diferencia no basta. ¿Mirá si alguno nos pasa a nosotros? Dale, seguí pasando gente, dale, no te quedes
Cuarenta y cinco, cincuenta, sesenta, sesenta y tres. Veo ya la columna del Automóvil Club Argentino (ACA), hito del centro de la localidad de Villa La Angostura, o sea la llegada.
Moy: quiero sesenta y cinco cabezas, te faltan dos
Berni: Puta que te parió, Moy, vos siempre pidiendo más. El número sesenta y cuatro no parece difícil pero para el sesenta y cinco está duro, no hay más metros de carrera, man.
Moy: ¡No pierdas tiempo hablando, corré!
Le meto un sprint y alcanzo al sesenta y cinco faltando cuarenta metros pero él se lanza también en velocidad motivado por mi persecución. A full ambos, cruzo la línea de llegada dos metros antes que él y enseguida nos fundimos en un abrazo, sin siquiera saber como nos llamamos.
Retiro mi ropa del guardabultos, no sin antes agradecer a los voluntarios como corresponde, presencio la entrega de premios y aguardo a mis compañeros. Como se demoraban, decidí ir al hotel a bañarme y buscar dinero para almorzar pues tenía muchísima hambre. En el camino hacia el restaurante me crucé con Sebastián, con quien almorcé mientras presenciábamos la final de 100 metros masculina. De retorno en el hotel nos juntamos con Sofía e Ignacio, que habían llegado después que Sebastián. Ambos desviaron para el guardabultos sin pasar por el arco de llegada por lo que no les dieron medalla. Ignacio realmente quería tener una de recuerdo del esfuerzo que había hecho ese día así que le di la mía. Tal vez yo pueda obtener otra para mí por medio del Club de Corredores, tal vez no. Pero para mí no es importante. Mucho más que la medalla, cuenta para mí el tiempo de una carrera. Y en realidad, hasta el tiempo es humo fatuo, lo que realmente tiene importancia es la sensación inigualable de placer que proporciona el correr los últimos kilómetros de una carrera de fondo, sintiéndose en forma y entero, cuando se ve a izquierda y derecha un pelotón diezmado por el agotamiento. El viento, el sol, la sensación de poder que lo inunda a uno, ese es el motivo por el que yo hago tanto esfuerzo e incurro en tanto gasto. Imposible describírselo a quien no lo ha vivido.
Terminé en 2.40.33, contra 1.40 del ganador. Posición 177 de la clasificación general (completaron la carrera 572 corredores de 750 inscriptos). O sea, percentil 31 de los que completaron. En mi faja etaria (45 a 49 años de edad), salí noveno de 51, o sea 18 percentil.
Simultáneamente, mientras nosotros corríamos en la nieve, tenía lugar en Atenas la maratón femenina. Paula Radcliffe, brtiánica, poseedora del récord mundial femenino con 2.15.25 y declarada en 2002 la mejor atleta del año –y con quien corrí en Londres- era la favorita a llevarse la medalla de oro. De pronto sintió las piernas pesadas, se fue quedando, empezaron a pasarla otras corredoras de mucha menos fama. Llegado el kilómetro 35 aproximadamente se sentó en el cordón de la vereda y se puso a llorar. No pudiendo llegar al podio, para ella no tenía sentido seguir corriendo. Lloró de tristeza, de bronca, como en Londres había llorado de alegría al quebrar el récord mundial. El auto de la organización de la carrera se acercó para llevarla. Pero el chofer no osó interrumpirla hasta que hubo terminado su llanto, su conversación interior. Se convirtió así en lo que en la jerga llamamos un “DNF” (did not finish). Algo que como se ve, puede pasarle hasta a los mejores del mundo. (Ganó la relativamente desconocida japonesa Mizuki Noguchi con 2.26.20). Pero no te preocupes, Paula, ninguna caída borrará tu grandeza.
El otro tipo de llanto fue el que contuvo Sebastián, al cruzar la meta. “Fue el esfuerzo más grande que he hecho en mi vida” me dijo “sentí ganas de llorar”. De emoción, de satisfacción por el logro. No te sientas mal Sebas, yo sentí lo mismo la primera vez y lo sigo sintiendo cada vez que cruzo otra línea de llegada. Es difícil explicarlo, vos ahora lo entendés sin necesidad de más palabras.
A Marcelo no volvimos a verlo, pues seguramente se fue directamente a su hotel –alojaba en otro lugar- y tampoco retornaba a Buenos Aires en el mismo avión que nosotros. El lunes inmediato siguiente pensaba tomármelo de descanso, pero cuando le dije a mi entrenador de esa intención que tenía, me respondió: “lo siento mucho, hoy tenés que entrenar”. Así que no hubo ni un día de parada. De la montaña a la pista nuevamente. Así es la vida de un corredor. Uno sabe que es necesariamente distinta a la de los demás y lo acepta. Muchas veces uno siente deseos de salir a tomar una cerveza con amigos o invitar a tal o cual señorita a cenar. Pero se abstiene. Sabe que al día siguiente hay que entrenar temprano y esa es la prioridad. Uno ahorra para correr maratones afuera, aunque esto cada día se hace más cuesta arriba para un salario argentino, come para estar mejor y poder correr más rápido, lee libros sobre corredores y carreras para motivarse y mantener fuerte el lado psicológico, algo muy básico y mira películas como “Carrozas de fuego” por vigésima vez para que no se apague nunca la llama que uno lleva en el corazón. Absurdo parece y absurdo es. Pero todo corredor de raza entiende lo que digo.
Cualquier cosa que puedas hacer
o que creas que puedes hacer, comiénzala.
La osadía contiene poder y genio
Y hasta magia en su interior.
Goethe